Sombras
de amor
Acudí a aquella fiesta de ogros
Portadores de pétalos marchitos,
Tus labios, eran deseos para mí;
Pero la fuerza de tu hielo
Avanzaba en la noche
Fragmentada de deseos involuntarios,
Como si sólo fueses un pedazo de carne
Remando en las galeras.
Ello provocó una hemorragia emocional,
Un sueño destinado a desaparecer
En las tinieblas de tus ojos.
Yo estaba allí, y tú, eras piedra,
Escuchando los murmullos profundos,
Dejando muda la palabra.
Yo, abría los poros de mi piel,
Más después de un tiempo que pasó lento,
Mi corazón comenzó a vagar
Por aquellas apariencias de escombros entre latidos.
La música, llegó a mi sangre
Poniéndose en otra orbita,
Oscura y sin sustancia,
Que con su magia negra encadenaba
Hasta el punto de producir vértigo.
Yo no quería ser cómplice de un dolor invisible,
Tenía ganas de ti,
Como el insecto al que le apetece la miel para
picotearla.
¡Te hubiera bebido entera,
Así fueses agua de mar!
Pero mi alma se tiñó de betún;
Por eso, di la vuelta y desaparecí.
Mientras daba la espalda,
No sentí una mano cálida en mi hombro,
Ni oí mi nombre llamando la atención;
Por tal motivo, decidí emprender solo un viaje
Para pedir explicaciones al viento,
Como lo hace la lluvia en el atardecer.
Mis pupilas se llenaron de palomas negras
Mientras la gente, como tortugas de sangre fría,
Movían sus pesados caparazones.
En cierto modo, soñé por un momento;
Pero a veces, los sueños son ligeros
Como la brisa perfecta.
Y mientras caminaba,
El hollín del asfalto penetraba en mi alma,
Ya sin armadura ¡violándola!
Dejando mi
cuerpo dolorido y vacío.
El corazón se me hizo un nudo
Que intentaba desenredar;
Pero no respetaba mis deseos.
Aquella noche salí a bailar;
Pero mi corazón no supo interpretar la música,
Y en mi pecho, sólo entraron los ecos producidos
Por los tacones excesivamente altos,
Hechos a medida de las conciencias.
La noche me dejó sus espinas venenosas
Pese a acudir atendiendo a la llamada del amor.
Pienso que, sólo seré musgo,
Que crece en las tinieblas obtusas.
Estuve esperando con los brazos cruzados;
Pero la vida tiene la última palabra.
No me has vencido,
Simplemente me dejé
vencer,
Por más que me mojé y llené de frío;
Me conformaré si logré hacer llorar tus ojos
Dejando para la posteridad mi corazón roto,
Derrotado por culpa de una distancia de diez metros
Que albergaban sombras
de amor.
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