Los naipes del diablo
Los diablos, andan por la tierra
Dando saltos de alegría como los grillos;
Luego, acuden de público a los teatros de la vida
Para reírse de todas sus parodias,
Colocando en su balanza
Las infructuosas misiones de los ángeles,
Burlándose de su justicia, su bendición y amparo.
El culpable dice, ser del infinito hastío
De la mujer hermosa,
A la cual, tras envolverla con su capa roja
Desprende fuego de sus ojos carmesí.
El Romeo, chupa la médula de su Julieta,
Y con vocablo rudo,
Reniega de la música de sus cabellos
Y de la armonía de su flor,
Formando un bacanal de niebla y espíritus
Que vuelan por el aquilón del trueno,
Donde todas las pasiones del mundo
Se inmortalizan con su deslumbradora verborrea
Y genio indómito.
Los bramidos del caballo apocalíptico
Galopando por las praderas de oro,
Encuentra la
luz del Dios,
Que sustenta el estómago de los hombres;
Con su
inteligencia osada,
Quizá ignorando el holocausto del universo.
Los jueces, crecen con rabos y cuernos
Y con su fétido aliento mueven las olas del mar.
El jinete de alas púrpuras
Parece un
gigante cuyos brazos
Abarcan las nubes con su feliz fantasía;
Hasta robar el añil del ocaso
Con sus lágrimas de fuego.
La fama que el hombre soñó,
Traspira por sus pupilas
Convirtiendo la vida
En una fábrica de mentiras celosas.
Más cuando el filósofo guerrero
Con su vaporosa sombra,
Fija su amarillenta mano sobre la piel
De la esfinge amorosa,
Le invita a mordisquear la manzana
Mientras pasean alegres
Por los gloriosos jardines del Edén.
La Humanidad libra batallas contra el diablo
Ignorando que quizá,
Ya todos tenemos su germen de malicia mundana.
Alguna hermosa corona colocamos en la frente;
Pero esta, al igual que la gloria,
Desfalleció por las volutas de su hoguera,
Convirtiendo el corazón en cieno y ruido.
El sueño, se lubricó con savia de acacia
Hasta reposar en el corazón histérico,
Rompiendo las barreras de la vida soñada.
Las lágrimas insultan a los ojos de los adanes,
Entonces, la verdad huye
Y nosotros, fieles siervos,
Quedamos prisioneros ante la fatalidad impía,
Volando con alas de olvido
Hasta alcanzar la serpiente regocijada con su
céfiro.
Así, entre aplausos
y carcajadas,
Este indeseado huésped
Ocupa butaca en el teatro de la vida;
Convirtiendo el pecado venial
En inmortal querella,
Para ahogar la galaxia con su fétido aliento.
Los naipes,
ya están repartidos
Y ninguna otra mano puede ganar
A su escalera de color.
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