Veinte paseos por los
Albores del amor
El más bello de los
sentimientos es el amor. Por eso, el amor, siempre tiene que estar en
movimiento. Para que no se apague esa divina llama que prende en el corazón de aquel que se siente
enamorado. Levantándole el ánimo y se
sienta alegre, pudiendo disfrutar de él
en todos los momentos del día.
Por tal motivo,
paciente lector, hoy te invito a que disfrutes de veinte agradables paseos por los jardines
imperiales donde se saborean los
primeros albores del amor.
"Como un regalo del cielo
Se nos entregó el amor.
Y nunca se le pagará lo bastante
Al ser divino que lo inventó."
Bajo esta dulce lámpara de rayos ilusorios
que trae consigo
turbadores perfumes
De amoríos violetas,
Recuerdo tu seno adolescente
Modelado de suave plumas
bajo un cielo no
menos suave que tu divina boca
A la sombra de los añosos álamos
A orillas de un río cuya corriente era de lirios, céfiros,
Besos y gorjeos de ruiseñores,
Manso y puro
Recuerdo, cuando bañándote desnuda en las aguas cálidas,
Tus piernas lucientes y finas como guijarros
se curvaban
entusiastas,
Abrigando los designios
Que se nutrían de las raíces que ennoblecen
las fabulosas
reliquias de los párpados del sol.
La tierra se ondulaba ante las aguas vivas
Y mis manos se detenían
en tus volcanes de oro,
levantando las
faldas de tus evangelios
Una ilusión oculta, que arrullaba la infancia,
Tersa y nerviosa,
Hacía de mí una criatura entusiasmada;
Pues una puerta de misterio
se entreabría,
dejando ver claro mi sueño de blancura.
Crecían mis miembros y lucían
En los confinados reinos
Donde el cielo blanco arrullaba mi frente
De perlado sudor,
Haciendo palpitar mis entrañas,
Que traspasaban los
ensueños consagrados
Al sabor de las pomarrosas.
La juiciosa flor del alba azul
Lanzaba sus flechas sobre las ensenadas
De la montaña, atracándonos
de perfumes afables, de peces boreales
Y pájaros azules, bajo el soplo del polen del amor.
Un ruido de luminoso metal
Juntaba nuestras manos,
Mientras la dulzura de los vientos alisios
se abrían paso bajo
los árboles emplumados.
Segundo paseo
Cargaré a la espalda gruesa cruz.”
“Me
siento atraído por tus ojos
Como las polillas son atraídas por la luz,
Y
el día que me impidas ese gozoCargaré a la espalda gruesa cruz.”
Recuerdo
que en las noches,
nutridos por los soplos de la tierra,
Nos
mecíamos en silencio,
De
las encantadoras fuentes del espíritu,
Haciendo
más poderosa a nuestra raza.
bajo una luna boquiabierta
Que
nos acuñaba con su mirada tenaz,
Y
apremiaba con el más secreto de los designios
Fomentando
el alma, la cual,
Apurando
los excesos de un flujo de pasiones
que se replegaba en la linde
Del
polvo de la sabiduría.
Retornábamos
cada estación
a la confluencia de los ríos,
Y
recogíamos el fruto melifluo
Que
se proyectaba en el infinito árbol del deseo.
En
el cual, sentados bajo su sombra azul,
sorprendíamos la caída de la tarde
y hablábamos de las cosas florecientes,
Espigas
prohibidas
Que
se abrían camino hacia nosotros
Con
poderosas raíces.
Tercer paseo

“Antes de conocerte, mi mundo no existía
Porque mi mundo lo creaste tú,
Tus ojos devolvieron la alegría
Recobrando así mi juventud.”

Recuerdo las rojas
ondas de la luna
Bajo la amplificación de las campanas
de ululares de
lechuzas,
Explorando en tus dientes marfileños
y extrayendo la miel
silvestre
De tu geranio púrpura,
E invisibles atrios se cernían
En tu vaporoso aliento,
multiplicando el
fulgor
Entonces, era la noche para nosotros
Una isla adormecida,
Vega lucía como un zafiro
Bajo el sublime y monótono canto de los grillos,
Más puros que el anuncio de la lluvia en primavera.
¡qué alegría se
desataba
En la negrura del cielo!
La tierra se sembraba de
manos de bronce,
y el oscuro
movimiento de su lenguaje,
Confundía a las afiladas sombras
De nuestras rutas nocturnas.
Rutas espléndidas en los
largos silencios,
Mientras nuestros corazones
Gorjeaban de infinita alegría.
Cambiaré de profesión,
Para ser sepulturero
De mi roto corazón.”
Un olor poderoso nos impregnaba,
Ese olor deleitoso, embalsamaba la risa,
viva como el agua en
la montaña,
donde se respiraba
la frescura del mundo,
Mientras la campana dorada del crepúsculo
se cernía con su turbante romántico
se cernía con su turbante romántico
¡ Ya el pájaro azul
ha volado!
Y todos los clamores de la alameda,
Bajo tibias incubaciones de la aurora.
En esta soledad de relámpagos,
El agua nocturna lava los ojos
Traicionando el alma sombría,
Y mi simiente alada de juventud,
Viaja ya con los
gansos
A las remotas
arenas,
Exprimido como el racimo de las viñas,
infectado por la fe
de mi destino.
En esos golfos
desérticos,
con una viudez de
olivos,
Estabulados en tierras amarillas,
donde el imperio del
estío
Lame las cimas entenebrecidas,
Y las piedras de bronce custodian el silencio.
Recuerdo estas historias de amor
Seducidas por el silbo de los vientos,
Muchas cosas ociosas
Arrobaban el espíritu,
Cantábamos como gorriones
En un mar bañado de trigo.
El relámpago famélico
Adobado de auroras y fogatas
Después de tanto tiempo,
Después de mostrar nuestras almas límpidas,
Nuestro espíritu se comportaba
como verdaderos zahoríes del amor.
como verdaderos zahoríes del amor.
Sentados en las cimas de las radas foráneas,
Como una frontera de mostos tórridos
Anunciando el gran fervor
Y el jubiloso bosque
de nuestros ensueños,
Mientras los cuervos anorésicos
Elevaban su vuelo
sobre su ala azul.
Perros callejeros, ardientes
Como el beso de un corsario
Ordeñaban su placer
En la exigua cintura de las mujeres,
Quizás buscando una secreta dicha.
Consumiéndose en el detritus de su zarza
Con celoso furor hispano.
Recuerdo que mujeres estériles y nocturnas
Abrían sus corazas
Y entregaban su miel,
A lo largo del árbol de mis venas,
Refrescado por su cántaro de agua fresca
Al pie reluciente del día.
¡es obvio, que, los objetos retroceden
Y se congregan como los pájaros verdes
En los vergeles viejos!
Suburbios de multitudes
Con senderos de especulaciones,
Con senderos de especulaciones,
Daban hálito a los cansinos arrieros,
Fundando mundanales hospicios
En lugares contaminados de mercaderes.
El árbol del deseo, ardía con regocijo
En el fuego de la contemplación
Versado en las frescas ciencias del amor,
Tal si fueran guerreros
Portadores del arca de la alianza.
Pero por encima de estas acciones,
Veíamos la tierra agrandar sus horizontes,
Éramos cual navegantes siderales
Por el espacio exterior,
Siguiendo sus senderos de antiquísima luz
Que arrastraban las amoratadas nubes
Cargadas de oropéndolas del silbo más puro
“ era la imagen de la gloria”
Manteniéndonos sobre el blanco pedestal de la prudencia
veíamos el ayuno del
cielo,
Mientras que el poeta
mostraba el señuelo
del amor
Como un prado de esmaltadas florecillas
Cubiertas por collares de rocío,
aparcando el osario
de las estaciones
Y el origen de los polícromos iconos
De los altares del cielo.
¡Qué remotos veíamos los abismos
Y los lugares vanos e insípidos!
¡Ay, como duele a veces los recuerdos del amor!
Se puede suplicar o rezar;
Pero no se puede simplificar la redondez de la luna
Ni aquilatar la sabiduría de la espuma,
Como tampoco se
pueden atrapar con las manos
Las legiones del viento
En las ardientes arenas del exilio.
“Tengo
tu corazón y tus besos
Y
por eso, soy feliz,
Ya
al mundo nada pido
Si
siempre te tengo a ti.”
recuerdo el puño de
hierro
Hiriendo el frágil pecho de los encantos
En la fortaleza de los desiertos.
Recuerdo el clamor pretoriano
Que se acrecentaba como una embriaguez
Errante por el mundo,
Siempre en el ápice del deseo,
Cual soplo original que
honra el labio vivo,
Naciente carne que exaltaba
Los primeros fulgores del día
Recuerdo tantos alientos extraviados
En medio de las encrucijadas de la noche,
Que las efímeras constelaciones cambiaban de vocablo
Al encontrar la fuente pura
En las antiquísimas arenas,
Donde humeaba todavía
Las cenizas del incesto.
estos viejos
recuerdos,
Han quedado a la deriva
Y los poemas de la noche
Antes de la aurora,
Son hoy las cenizas de una pluma de cisne
Que arrastra el viento
Con las manos desnudas
Bajo el flamígero sol de la vida,
Mis ojos traspasan el panal de la tristeza
Aireándolo con este grito:
¡Qué maravilloso es reír bajo un manto de lágrimas!
“No
me importa todo malo
Que
digan de ti los demás,
Pues
lo que por ti yo siento
Nadie
lo podrá cambiar”
Mucho antes de que pusiera
Con mi mente la señal del fuego del sepulcro
Oía mi voz de los cien años
Como ladridos
lejanos de un perro que agoniza.
El tiempo devora el oráculo de mi semblante
Y la alegría de mis labios
Queda estrujada como un repelente insecto
En la pétrea mano del mediodía.
Caballos púrpuras, como fulgurantes amapolas,
Anulan la virilidad,
Mis ojos ven ya el vacío que abraza,
Y sólo espero recobrar el hálito
cuando encuentre el inocente portal del paraíso,
Lugar donde se tejen las constelaciones
y engendran los
zodiacos
Quemando mi agonía en su brujo matorral
Con la ígnea palidez de un poema ardiente.
Y
el céfiro regaló su brisa,
Por eso, nadie podrá aquilatar
Las
joyas de tu sonrisa.”
En el reino del cansancio,
Y a través de la vela del desfallecimiento,
Se atisba la flor del abismo
Con su lenguaje de muerte,
La, que siempre nos vigila
Con sus grandes lentes de cristal.
Dando la espalda a esa nube
Que nos deja apagando poco a poco
viendo el horizonte
como una bruma,
Densa e impenetrable,
Hoy en la hora del mediodía,
Donde con más fuerza se acuña
el matasellos de la
viudez,
La respiración está ligada al sombrío navío
Que surcó el proceloso mar de los ensueños,
Como una legión de voraces cigarras
Incitadas tras las fanfarrias
De un rojo amanecer.
“Por
mucho que camines por la playa
Siempre
habrá alguna ola que borrará tus huellas”
Grandes pistas siderales
Modelan el rostro del sueño
Como un crespón sombrío en movimiento,
Filtrando las bodas efímeras
Donde yacen las fábulas de la noche
Con su cabellera de sisal.
En ella se concentra el perfume de su alma,
Exhalando después todo el perfume
De la espiga granada
Orlada con su título de oro,
Exhumado en la ávida horca
De un relámpago azul.
Hoy la tempestad
Estrechos son los bajeles de los labios
En un mar encerrado para el deseo,
Donde una ola divina
Husmea en las estancias,
Donde se imprimió en el primer soplo del amor
Con sus burbujas de vivacidad celestial.
Decimo segundo paseo
“Mirarás
para arriba buscando al cielo;
Pero
arriba no está, sino en tu sonrisa.”
¡Oh recuerdos del amor!
Viñas del amante,
Urna maternal,
Almendra con sabor a aurora,
Portadora de las arras del estío
¡Castos son tus pezones
Libre mi alma en el canchal dormido
La carne hembra,
Llena de eclosiones fugaces,
Con tibiezas de
tomillo y romero,
Extendiendo su cadena de ofrendas
Sobre el remoto oleaje
donde a veces el
corazón
extiende su azulado lienzo
sobre el pecho de la mujer desnuda,
La noche prístina
Yace en la memoria de los dioses,
Y el viril honor, desnuda las huellas
Del mármol jaspeado
Que ruge ante las puertas del cuerpo masculino,
Como un gavilán moteado de miel,
Extendiendo su cabellera cual torrente de amor
Bañando la arenisca bondad
El amor lubrica las estancias del placer
Y el alma labiada,
Penetra en el corazón como un huracán,
Estrujando todas quejas de mujer
Con sus garañones rayos.
Ardiente sacerdotisa
Que asaetea su lengua con el grito
de mil cigarras bosquimanas.
“Quien
sea capaz de aquilatar,
los dorados destellos de la aurora,
los dorados destellos de la aurora,
Será
feliz aún sin tener plata”
¿Quién lanza en mí esa tristeza sin destetar?
Lágrimas de amante son
Las que enarbolan la antorcha del orgullo.
Lejos quedan los umbrales dorados
Y las astillas de cuarzo que jalonan el corazón
Con su espejo escarlata.
¿Renacerá el deseo ebrio con sus haces invisibles
El lago de tu vientre
virginal
Levita en el lecho de cedro,
rico en ofrendas y obras,
rico en ofrendas y obras,
Navíos policromados
aún trafican en la noche olorosa
aún trafican en la noche olorosa
Y el soplo del parto
Recorre cual relámpago,
El árbol horquillado, que,
A paso de fosfórica luciérnaga
Se aleja de nuestros corazones
En su última carrera,
Hacia la inmensa dicha de un mar sin riberas,
Donde la paz de las aguas extienden su bondad.
Décimo cuarto paseo
“El viento existe. A veces azota tu cara;
pero nunca podrás atrapar un puñado de viento"
pero nunca podrás atrapar un puñado de viento"
Sube el oleaje y la mujer se hace olivo,
Con esa emisión dulce, de tierna melodía,
Cortando la carrera de la última ola
Que amamanta la medusa del hombre.
De esa manera, el espíritu libre de todo esbozo
Respira bajo una luna llena de lámparas azules,
Como perlas verdaderas.
Semillas flotantes, emergidas
Sobre las cimas de los jardines afortunados
¡Nada hay comparado con el bajel del amor!
Cuando la brisa de la juventud
Remueve las almas con sus alas de pedernal,
El alba desnuda, traza entonces sus signos
en el flanco de los
jóvenes,
mientras los frescos valles del deseo,
orlados de torrente y luz,
viajan en su arrebol odorífero por el empírico cielo
y los horóscopos son lamidos por las cabras
de pezuñas de marfil.
La aguja imantada de las golondrinas
Avanzan hacia sus templos y lugares de asilo
En su sueño errante,
Aves que desde lo más alto anulan el peso del corazón
Y trafican con los amantes en albor del día.
En
las riberas desplegadas del sueño
El
cuello flexible del cisne
Sigue
la estela de unos labios dóciles,
Puros
como el óvalo, e incorruptibles
Como
la rosa cautiva bajo el arco del cielo.
Transparente
como el agua al despertar
La
brisa sin hollar
Persigue
a las blancas ninfas de la infancia
y su halo de dulzura angelical,
recorre
las axilas melifluas de la mujer
experimentando
una pureza de brisa.
El
amante apaciguado por un vino de malvas
Talla
un águila en su faz,
Y
horada la frente del sueño de su amada
El
alma desigual, abre las entrañas
Y
entra en la alcoba de las venas
Estrujando
un corazón
aburujado en candoroso lino.
aburujado en candoroso lino.
Muere
la luz y la noche violeta,
Y
los sordos gemidos de la luna.
Me
encuentro como las ruinas
De
un viejo molino abandonado,
Cuyas
ajironadas aspas,
Son
mis brazos vencidos,
Que
cansinos y excitados a un tiempo
Por
el paso de los años,
Tremulan
como las hojas de un álamo temblón.
El
laurel de las coronas
Trenzan
la caída de los imperios,
Y
el amor, como un Altivo bajel
A
toda vela, navega al compás del solsticio
Del
astro rojo bermellón
De
su consagración, quizás, en busca
De
la burlona risa de los mortales.
Ahora
me encuentro costeando
La
estrecha ribera del corazón humano,
Embaldosado
de azul y oro,
Como
las sombras del sueño
De
las bellas mozas de la Tierra.
Mas
cuando ya hemos lavabo el traje de amante
El
aquilón se levanta apresurado,
Y
el honor de las lomas de la impaciencia,
Las
aguas malvas, como fiebre,
Cruza
las leyendas de las rosas,
Y
la ninfa mortal,
Libre
de la risa de los amantes,
Libera
en su arrogancia aventurera
Y
afronta sus destinos a veces,
Con
cruel estremecimiento.
Tras
pasear la dignidad de vencer
El
olvido del corazón
Escudillando
su dulzura.
Décimo
séptimo paseo
"Cuando el volcán ruge, o el trueno estalla,
no es para darte miedo.
Solo te advierten de que están ahí."
"Cuando el volcán ruge, o el trueno estalla,
no es para darte miedo.
Solo te advierten de que están ahí."
¡Qué
estrechos son los bajeles del recuerdo
Con
sus hordas de alas migratorias!
Ya
mi alma brama por la búsqueda de su celda
Con
un desgarramiento de cuerdas
Sostenedoras
del panal pasado,
Rico
en ofrendas de mujer,
Tornando
hacia el trirreme de oro,
Con
las cimbreantes antorchas
De
nuestra hidra amorosa,
Que
homenajea con veracidad divina
A
las alamedas bordeadas por lirios azules,
En
un tintineo de alianzas amortajadoras,
Los
recuerdos seniles pasean alegres
Por
los albores del amor núbil,
Llegando
al fondo de las cosas.
Ebrios mis ojos, se elevan en la noche
Forjada
en la queja agridulce de los recuerdos,
Sacando
en suma, debajo de nuestro lechos carcomidos,
La
grotesca carátula del amor,
Que
nos dejó el último viento del otoño.
Soy
un títere, mí amada después de muerta,
Llega
del cielo luciendo purpúrea túnica.
En
realidad esto es lo que buscaba,
La
otra cara del cielo.
Al
fin puedo leer la pequeñez del mundo,
Hasta
que mis palabras
Se
pierdan como perfume,
Renovándose
en mis entrañas
Una
preciosa semilla.
Quiero
desvanecerme en un lagrimal azul,
Disolverme
en el mosto dorado del crepúsculo,
esperando
como un niño infatigable
La
inocente derrota de mis sueños.
Que
se esfume la sonrisa de mis labios
y en la última retama junto al río,
Décimo
octavo paseo
El
negro arco del sol
Ardiente
como la uva negra,
Se
hunde en el crepúsculo cual daga amenazante,
Espina
secreta hendida en la inscripción
De
la sonrisa den un sencillo latido.
Fundido
en la herrumbre de la niebla
Con
el bajorrelieve de la agonía,
Buscamos
otra vida más allá de las cariátides,
Más
allá de los surtidores de fanales,
Más
allá de la memoria de la lluvia,
Más
allá de esa danza trágica
Que
se forjó en la colmena del recuerdo,
Después
del amargo exilio de los otoños
La
vida es un castillo que se hunde
Enmohecido
por el olor de la tormenta del alma.
El
crepúsculo roto despliega sus alas negras,
Produciendo
un sonido sordo
Idéntico
al de esta soledad,
Lúgubre
como la luna helada
Que
titila en el sueño de las hojas verdes
Bajo
el peso de coronas de laureles negros.
" Si haces demasiados planes,
cuando llegue la hora
te desbordarán los acontecimientos."
Levanto
la mano como un ancla
Dejando
pasar el río de la vida entre los dedos,
Sujetando
las riendas de un mar de amapolas,
Mientras
los buitres de ojos azules
Unidos
con la dureza del pedernal
Horada
la flauta de los sueños,
Elevando
el tiempo infiel,
Aumentando
el peso del túmulo tenebroso.
Ya
oigo silbar la víbora de la mala raza
Petrificándose
las sangre tras el rumor de la galerna,
Y
la piel, quebrada ya por el viento irritado
Hincha
las velas del recuerdo,
Y
en sus tinieblas
El
espíritu tranquilo y azul
Como
un pájaro que puede aguantar
El
viento y la tormenta,
se sumerge en el añil del mar
se sumerge en el añil del mar
Portando
en los labios un beso con sabor a olas,
Y
sueña con volver cada tarde
A
la apacible orilla cual avergonzada sirena,
Donde
hay dos ciruelos,
espejismo del vergel deforme
espejismo del vergel deforme
Ya
vuelan las hojas secas
De
las ramas del estío.
Cual
pavo real con antifaz de oro,
El
sol sigue luchando con la existencia viva,
Sin
cimientos.
Una
tristeza cansina
Petrifica
el rostro vacío
De
este amante,
De
un poeta que busca su cueva
Como
un murciélago asustado.
"Miré a lo lejos y creí ver a Dios.
A mí se acercó; Pero no era Dios.
Eras tú."
Nuestro
destino flota indómito
En
el borde del desierto,
Como
la sombra de un espectro antiguo
Predestinado
a hundirse en el abismo,
Como
piedra en el barro
Donde
se nos atrapa como a fieras
Y
despedaza como a perros.
¿Quién
puede recordar la llama de un relámpago?
Cuando
el mundo es rapaz
Los
cipreses finos como la llovizna
Taladran
el éter con sus ojos de primavera.
Las
cruzadas del hombre mueren
Como
esclavos encadenados,
Al
cárdeno crepúsculo
Que
enmascara el sepulcro,
Esperando
que las auras de la resurrección
Apacigüen
al ritmo de su danza
Y
den movimiento a las efigies de piedra
En
la noche desnuda
Engendrando
otra aurora,
Otro
parto, otro amor.
***
***