miércoles, 26 de septiembre de 2018

un paseo por los albores del amor










Veinte paseos por los

Albores del amor

 

El más bello de los sentimientos es el amor. Por eso, el amor, siempre tiene que estar en movimiento. Para que no se apague esa divina llama que  prende en el corazón de aquel que se siente enamorado. Levantándole el ánimo y  se sienta alegre,  pudiendo disfrutar de él en todos los momentos del día.
Por tal motivo, paciente lector, hoy te invito a que disfrutes de veinte agradables paseos por los jardines imperiales donde se saborean  los primeros albores del amor.
 

"Como un regalo del cielo
Se nos entregó el amor.
Y nunca se le pagará lo bastante
Al ser divino que lo inventó."
 
primer paseo

 

Bajo esta dulce lámpara de rayos ilusorios

 que trae consigo turbadores perfumes

De amoríos violetas,

Recuerdo tu seno adolescente

Modelado de suave plumas

 bajo un cielo no menos suave que tu divina boca

A la sombra de los añosos álamos

A orillas de un río cuya corriente era de lirios, céfiros,

Besos y gorjeos de ruiseñores,

Manso y puro

Como los ojos bermejos de una ninfa enamorada.
 

Recuerdo, cuando bañándote desnuda en las aguas cálidas,

Tus piernas lucientes y finas como guijarros

 se curvaban entusiastas,

Abrigando los designios

Que se nutrían de las raíces que ennoblecen

 las fabulosas reliquias de los párpados del sol.

La tierra se ondulaba ante las aguas vivas

Y mis manos se detenían

 en tus  volcanes de oro,

 levantando las faldas de tus evangelios

Bajo un aguacero de luz primaveral.
 

Una ilusión oculta, que arrullaba la infancia,

Tersa y nerviosa,

Hacía de mí una criatura entusiasmada;

Pues una puerta de misterio

 se entreabría, dejando ver  claro mi sueño de blancura.

Crecían mis miembros y lucían

En los confinados reinos

Donde el cielo blanco arrullaba mi frente

De perlado sudor,

Haciendo palpitar mis entrañas,

Que  traspasaban los ensueños consagrados

Al sabor de las pomarrosas.

La juiciosa flor del alba azul

Lanzaba sus flechas sobre las ensenadas

De la montaña, atracándonos

 de  perfumes afables, de peces boreales

Y pájaros azules, bajo el soplo del polen del amor.

Un ruido de luminoso metal

Juntaba nuestras manos,

Mientras la dulzura de los vientos alisios

 se abrían paso bajo los árboles emplumados.

 

Segundo paseo


“Me siento atraído por tus ojos
 Como las polillas son atraídas por la luz,
Y el día que me impidas ese gozo
Cargaré  a la espalda gruesa cruz.”


Recuerdo que en las noches,

 nutridos por los soplos de la tierra,

Nos mecíamos en silencio,

De las encantadoras fuentes del espíritu,

Haciendo más poderosa a nuestra raza.

 bajo una luna boquiabierta

Que nos acuñaba con su mirada tenaz,

Y apremiaba con el más secreto de los designios

Fomentando el alma, la cual,

 respiraba del bienestar como la cal viva.
 

Apurando los excesos de un flujo de pasiones

 que se replegaba en la linde

Del polvo de la sabiduría.

Retornábamos cada estación

 a la confluencia de los ríos,

Y recogíamos el fruto melifluo

Que se proyectaba en el infinito árbol del deseo.

En el cual, sentados bajo su sombra azul,

 sorprendíamos la caída de la tarde

 y hablábamos de las cosas florecientes,

Espigas prohibidas

Que se abrían camino hacia nosotros

Con poderosas raíces.

 
Tercer paseo

“Antes de conocerte, mi mundo no existía
Porque mi mundo lo creaste tú,
Tus ojos devolvieron la alegría
Recobrando así mi juventud.”

 

Recuerdo las  rojas ondas de la luna

Bajo la amplificación de las campanas

 de ululares de lechuzas,

Explorando en tus dientes marfileños

 y extrayendo la miel silvestre

De tu geranio púrpura,

E invisibles atrios se cernían

En tu vaporoso aliento,

 multiplicando el fulgor 

De los parpadeantes astros.
 

Entonces, era la noche para nosotros

Una isla adormecida,

Vega lucía como un zafiro

Bajo el sublime y monótono canto de los grillos,

Más puros que el anuncio de la lluvia en primavera.

 ¡qué alegría se desataba

En la negrura del cielo!

La tierra se sembraba de  manos de bronce,

 y el oscuro movimiento de su lenguaje,

Confundía a las afiladas sombras

De nuestras rutas nocturnas.

Rutas espléndidas en los  largos silencios,

Mientras nuestros corazones

Gorjeaban de infinita alegría.

 
Cuarto paseo


“Cuando de mí te vayas
Cambiaré de profesión,
Para ser sepulturero
De mi roto corazón.”



Un olor poderoso nos impregnaba,

Ese olor deleitoso, embalsamaba la risa,

 viva como el agua en la montaña,

 donde se respiraba la frescura del mundo,

Mientras la campana dorada del crepúsculo

 se cernía con su turbante romántico

Tiznándonos la  frente con el signo de dios.
 

¡ Ya  el pájaro azul ha volado!

Y todos los clamores de la alameda,

Bajo tibias incubaciones de la aurora.

En esta soledad de relámpagos,

El agua nocturna lava los ojos

Traicionando el alma sombría,

Y mi simiente alada de juventud,

 Viaja ya con los gansos

 A las remotas arenas,

Exprimido como el racimo de las viñas,

 infectado por la fe de mi destino.

En esos golfos  desérticos,

 con una viudez de olivos,

Estabulados en tierras amarillas,

 donde el imperio del estío

Lame las cimas entenebrecidas,

Y las piedras de bronce custodian el silencio.

 Quinto paseo
 

“Te amo con pasión
y con locura,
y llevaré este amor
hasta la sepultura.”

 

 
Recuerdo estas historias de amor

Seducidas por el silbo de los vientos,

Muchas cosas ociosas

Arrobaban el espíritu,

Cantábamos como gorriones

En un mar bañado de trigo.

El relámpago famélico

Adobado de auroras y fogatas

Rugía en el principio de nuestras costumbres.
 

Después de tanto tiempo,

Después de mostrar nuestras almas límpidas,

Nuestro espíritu se comportaba
 
como verdaderos zahoríes del amor.

Sentados en las cimas de las radas foráneas,

Como una frontera de mostos tórridos

Anunciando el gran fervor

Y  el jubiloso bosque de nuestros ensueños,

Mientras los cuervos anorésicos

Elevaban su vuelo  sobre su ala azul.

Perros callejeros, ardientes

Como el beso de un corsario

Ordeñaban su placer

En la exigua cintura de las mujeres,

Quizás buscando una secreta dicha.

Consumiéndose en el detritus de su zarza

Con celoso furor hispano.

 Sexto paseo



“Nací para vivir
Crecí para soñar,
Y soñando contigo
Supe lo que es amar.”
 


 
Recuerdo que mujeres estériles y nocturnas

Abrían sus corazas

Y entregaban su miel,

A lo largo del árbol de mis venas,

Refrescado por su cántaro de agua fresca

Al pie reluciente del día.

¡es obvio, que, los objetos retroceden

Y se congregan como los pájaros verdes

En los vergeles viejos!

Consagrados a los adultos.
 

Suburbios de multitudes

Con senderos de especulaciones,

Daban hálito a los cansinos arrieros,

Fundando mundanales hospicios

En lugares contaminados de mercaderes.

El árbol del deseo, ardía con regocijo

En el fuego de la contemplación

Versado en las frescas ciencias del amor,

Tal si fueran guerreros

Portadores del arca de la alianza.

Pero por encima de estas acciones,

Veíamos la tierra agrandar sus horizontes,

Éramos cual navegantes siderales

Por el espacio exterior,

Siguiendo sus senderos de antiquísima luz

Que arrastraban las amoratadas nubes

Cargadas de oropéndolas del silbo más puro

“ era la imagen de la gloria”

  Séptimo paseo


“Contemplar un bello rostro
Resulta placentero,
Y en amor se transforma
Cuando le dices te quiero.”
 
 

Manteniéndonos sobre el blanco pedestal de la prudencia

 veíamos el ayuno del cielo,

Mientras que el poeta

 mostraba el señuelo del amor

Como un prado de esmaltadas florecillas

Cubiertas por collares de rocío,

 aparcando el osario de las estaciones

Y el origen de los polícromos iconos

De los altares del cielo.

¡Qué remotos veíamos los abismos

Y los lugares vanos e insípidos!

Como el náufrago ve las arenas de la playa.
 

¡Ay, como duele a veces los recuerdos del amor!

Se puede suplicar o rezar;

Pero no se puede simplificar la redondez de la luna

Ni aquilatar la sabiduría de la espuma,

 Como tampoco se pueden atrapar con las manos

Las legiones del viento

En las ardientes arenas del exilio.

 Octavo paseo

 

“Tengo tu corazón y tus besos
Y por eso, soy feliz,
Ya al mundo nada pido
Si siempre te tengo a ti.”

 
 recuerdo el puño de hierro

Hiriendo el frágil pecho de los encantos

En la fortaleza de los desiertos.

Recuerdo el clamor pretoriano

Que se acrecentaba como una embriaguez

Errante por el mundo,

Siempre en el ápice del deseo,

Cual soplo original que  honra el labio vivo,

Naciente carne que exaltaba

Los primeros fulgores del día

En la última adelfa.
 

Recuerdo tantos alientos extraviados

En medio de las encrucijadas de la noche,

Que las efímeras constelaciones cambiaban de vocablo

Al encontrar la fuente pura

En las antiquísimas arenas,

Donde humeaba todavía

Las cenizas del incesto.

 estos viejos recuerdos,

Han quedado a la deriva

Y los poemas de la noche

Antes de la aurora,

Son hoy las cenizas de una pluma de cisne

Que arrastra el viento

Con las manos desnudas

Bajo el flamígero sol de la vida,

Mis ojos traspasan el panal de la tristeza

Aireándolo con este grito:

¡Qué maravilloso es reír bajo un manto de lágrimas!

 Noveno paseo

“No me importa todo malo
Que digan de ti los demás,
Pues  lo que por ti yo siento
Nadie lo podrá cambiar”

 

 
Mucho antes de que pusiera

Con mi mente la señal del fuego del sepulcro

Oía mi voz de los cien años

Como  ladridos lejanos de un perro que agoniza.

El tiempo devora el oráculo de mi semblante

Y la alegría de mis labios

Queda estrujada como un repelente insecto

En la pétrea mano del mediodía.

Caballos púrpuras, como fulgurantes amapolas,

Anulan la virilidad,

Chocando de lleno con las espinosas hojas del sol.
 

Mis ojos ven ya el vacío que abraza,

Y sólo espero recobrar el hálito

cuando encuentre el inocente portal del  paraíso,

Lugar donde se tejen las constelaciones

 y engendran los zodiacos

Quemando mi agonía en su brujo matorral

Con la ígnea palidez de un poema ardiente.

 Décimo paseo



“Me sonreíste al pasar

Y el céfiro regaló su brisa,
Por  eso, nadie podrá aquilatar
Las joyas de tu sonrisa.”
 


 Ya el hastío busca la sombra

En el reino del cansancio,

Y a través de la vela del desfallecimiento,

Se atisba la flor del abismo

Con su lenguaje de muerte,

La, que siempre nos vigila

Con sus grandes lentes de cristal.

Dando la espalda a esa nube

Que nos deja apagando poco a poco

 viendo el horizonte como una bruma,

Densa e impenetrable,

Que nadie puede alcanzar sus vacíos.
 

Hoy en la hora del mediodía,

Donde con más fuerza se acuña

 el matasellos de la viudez,

La respiración está ligada al sombrío navío

Que surcó el proceloso mar de los ensueños,

Como una legión de voraces cigarras

Incitadas tras las fanfarrias

De un rojo amanecer.

 Décimo primer paseo

 
“Por mucho que camines por la playa
Siempre habrá alguna ola que borrará tus huellas”

 
Grandes pistas siderales

Modelan el rostro del sueño

Como un crespón sombrío en movimiento,

Filtrando las bodas efímeras

Donde yacen las fábulas de la noche

Con su cabellera de sisal.

En ella se concentra el perfume de su alma,

Exhalando después todo el perfume

De la espiga granada

Orlada con su título de oro,

Exhumado en la ávida horca

De un relámpago azul.

Hoy la tempestad

Desplaza las arenas del exilio.
 

Estrechos son los bajeles de los labios

En un mar encerrado para el deseo,

Donde una ola divina

Husmea en las estancias,

Donde se imprimió en el primer soplo del amor

Con sus burbujas de vivacidad celestial.
 

Decimo segundo paseo

“Mirarás para arriba buscando al cielo;
Pero arriba no está, sino en tu sonrisa.”
 

 
¡Oh recuerdos del amor!

Viñas del amante,

Urna maternal,

Almendra con sabor a aurora,

Portadora de las arras del estío

¡Castos son tus pezones

Y las manos que  te forjaron con su llama de fuego!
 

Libre mi alma en el canchal dormido

La carne hembra,

Llena de eclosiones fugaces,

Con tibiezas de  tomillo y romero,

Extendiendo su cadena de ofrendas

Sobre el remoto oleaje

 donde a veces el corazón

extiende su azulado lienzo

sobre el pecho de la mujer desnuda,

elevando la fuerza de mi sed.

 

La noche prístina

Yace en la memoria de los dioses,

Y el viril honor, desnuda las huellas

Del mármol jaspeado

Que ruge ante las puertas del cuerpo masculino,

Como un gavilán moteado de miel,

Extendiendo su cabellera cual torrente de amor

Bañando la arenisca bondad

Con sus uñas retráctiles.
 

El amor lubrica las estancias del placer

 Y el alma labiada,

Penetra en el corazón como un huracán,

Estrujando todas quejas de mujer

Con sus garañones rayos.

Ardiente sacerdotisa

Que asaetea su lengua con el grito

de mil cigarras bosquimanas.



 Décimo tercer paseo


“Quien sea capaz de aquilatar,
los dorados destellos de la aurora,
Será feliz aún sin tener plata”
 
¿Quién lanza en mí esa tristeza sin destetar?

Lágrimas de amante son

Las que enarbolan la antorcha del orgullo.

Lejos quedan los umbrales dorados

Y las astillas de cuarzo que jalonan el corazón

Con su espejo escarlata.

¿Renacerá el deseo ebrio con sus haces invisibles

En las balbuciente orilla de los ensueños?
 

El lago de tu vientre  virginal

Levita en el lecho de cedro,

rico en ofrendas y obras,

Navíos policromados

aún trafican en la noche olorosa

Y el soplo del parto

Recorre cual relámpago,

El árbol horquillado, que,

A paso de fosfórica luciérnaga

Se aleja de nuestros corazones

En su última carrera,

Hacia la inmensa dicha de un mar sin riberas,

Donde la paz de las aguas extienden su bondad.
 
Décimo cuarto paseo



“El viento existe. A veces azota tu cara;
pero nunca podrás atrapar un puñado de viento"  


 
Sube el oleaje y la mujer se hace olivo,

Con esa emisión dulce, de tierna melodía,

Cortando la carrera de la última ola

Que amamanta la medusa del hombre.

De esa manera, el espíritu libre de todo esbozo

Respira bajo una luna llena de lámparas azules,

Como perlas verdaderas.

Semillas flotantes, emergidas

Sobre las cimas de los jardines afortunados

Por arborescencias exuberantes.
 

¡Nada hay comparado con el bajel del amor!

Cuando la brisa de la juventud

Remueve las almas con sus alas de pedernal,

El alba desnuda, traza entonces sus signos

 en el flanco de los jóvenes,

mientras los frescos valles del deseo,

orlados de torrente y luz,

viajan en su arrebol odorífero por el empírico cielo

y los horóscopos son lamidos por las cabras

de pezuñas de marfil.

La aguja imantada de las golondrinas

Avanzan hacia sus templos y lugares de asilo

En su sueño errante,

Aves que desde lo más alto anulan el peso del corazón

Y trafican con los amantes en albor del día.


Decimo quinto paseo



“Nada en la vida desaparece,
 Sólo se transforma.
 Piedra y arena son lo mismo"
 



 

En las riberas desplegadas del sueño

El cuello flexible del cisne

Sigue la estela de unos labios dóciles,

Puros como el óvalo, e incorruptibles

Como la rosa cautiva bajo el arco del cielo.

Transparente como el agua al despertar

La brisa sin hollar

Persigue a las blancas ninfas de la infancia

 y su halo de dulzura angelical,

recorre las axilas melifluas de la mujer

experimentando una pureza de brisa.

El amante apaciguado por un vino de malvas

Talla un águila en su faz,

Y horada la frente del sueño de su amada

En la noche de alabastro.
 

El alma desigual, abre las entrañas

Y entra en la alcoba de las venas

Estrujando un corazón

aburujado en candoroso lino.

Muere la luz y la noche violeta,

Y los sordos gemidos de la luna.

Me encuentro como las ruinas

De un viejo molino abandonado,

Cuyas ajironadas aspas,

Son mis brazos vencidos,

Que cansinos y excitados a un tiempo

Por el paso de los años,

Tremulan como las hojas de un álamo temblón.

El laurel de las coronas

Trenzan la caída de los imperios,

Y el amor, como un Altivo bajel

A toda vela, navega al compás del solsticio

Del astro rojo bermellón

De su consagración, quizás, en busca

De la burlona risa de los mortales.


Decimo sexto paseo


 
“Si te sientes diferente al resto,
demuéstralo con tus actos.

  
 
Ahora me encuentro costeando

La estrecha ribera del corazón humano,

Embaldosado de azul y oro,

Como las sombras del sueño

De las bellas mozas de la Tierra.

Mas cuando ya hemos lavabo el traje de amante

Y ese primer flujo vaginal,
 
El aquilón se levanta apresurado,

Y el honor de las lomas de la impaciencia,

Las aguas malvas, como fiebre,

Cruza las leyendas de las rosas,

Y la ninfa mortal,

Libre de la risa de los amantes,

Libera en su arrogancia aventurera

Y afronta sus destinos a veces,

Con cruel estremecimiento.

Tras pasear la dignidad de vencer

El olvido del corazón

Escudillando su dulzura.
 

Décimo séptimo paseo


"Cuando el volcán ruge, o el trueno estalla,
 no es para darte miedo.
Solo te advierten de que están ahí."
 


 
¡Qué estrechos son los bajeles del recuerdo

Con sus hordas de alas migratorias!

Ya mi alma brama por la búsqueda de su celda

Con un desgarramiento de cuerdas

Sostenedoras del panal pasado,

Rico en ofrendas de mujer,

Tornando hacia el trirreme de oro,

Con las cimbreantes antorchas

De nuestra  hidra amorosa,

Que homenajea con veracidad divina

A las alamedas bordeadas por lirios azules,

En un tintineo de alianzas amortajadoras,

Penetrando el  invierno cruel de los estíos.
 

Los recuerdos seniles pasean alegres

Por los albores del amor núbil,

Llegando al fondo de las cosas.

 Ebrios mis ojos, se elevan en la noche

Forjada en la queja agridulce de los recuerdos,

Sacando en suma, debajo de nuestro lechos carcomidos,

La grotesca carátula del amor,

Que nos dejó el último viento del otoño.

Soy un títere, mí amada después de muerta,

Llega del cielo luciendo purpúrea túnica.

Aún sigue tirando de los hilos.
 

En realidad esto es lo que buscaba,

La otra cara del cielo.

Al fin puedo leer la pequeñez del mundo,

Hasta que mis palabras

Se pierdan como perfume,

Renovándose en mis entrañas

Una preciosa semilla.

Quiero desvanecerme en un lagrimal azul,

Disolverme en el mosto dorado del crepúsculo,

esperando como un niño infatigable

La inocente derrota de mis sueños.

Que se esfume la sonrisa de mis labios

 y en la última retama junto al río,

Décimo octavo paseo

 
"Si los pájaros hablaran nuestro idioma
 te dirían  que son felices. No tienen reloj"



El negro arco del sol

Ardiente como la uva negra,

Se hunde en el crepúsculo cual daga amenazante,

Espina secreta hendida en la inscripción

De la sonrisa den un sencillo latido.

Fundido en la herrumbre de la niebla

Con el bajorrelieve de la agonía,

Me siento arrastrado por el siroco.
 

Buscamos otra vida más allá de las cariátides,

Más allá de los surtidores de fanales,

Más allá de la memoria de la lluvia,

Más allá de esa danza trágica

Que se forjó en la colmena del recuerdo,

Después del amargo exilio de los otoños

Hacinados en las espumas del mar.
 

La vida es un castillo que se hunde

Enmohecido por el olor de la tormenta del alma.

El crepúsculo roto despliega sus alas negras,

Produciendo un sonido sordo

Idéntico al de esta soledad,

Lúgubre como la luna helada

Que titila en el sueño de las hojas verdes

Bajo el peso de coronas de laureles negros.

 Décimo noveno paseo
" Si haces demasiados planes,
cuando llegue la hora 
te desbordarán los acontecimientos."

 
Levanto la mano como un ancla

Dejando  pasar el río de la vida entre los dedos,

Sujetando las riendas de un mar de amapolas,

Mientras los buitres de ojos azules

Unidos con la dureza del pedernal

Horada la flauta de los sueños,

Elevando el tiempo infiel,

Aumentando el peso del túmulo tenebroso.

Ya  oigo silbar la víbora de la mala raza

Que lucha por hacerse con mi alma.
 

Petrificándose las sangre tras el rumor de la galerna,

Y la piel, quebrada ya por el viento irritado

Hincha las velas del recuerdo,

Y en sus tinieblas

El espíritu tranquilo y azul

Como un pájaro que puede aguantar

El viento y la tormenta,

se sumerge en el añil del mar

Portando en los labios un beso con sabor a olas,

Y sueña con volver cada tarde

A la apacible orilla cual avergonzada sirena,

Donde hay dos ciruelos,
 
espejismo del vergel deforme

Atravesados con el rayo del amor.
 

Ya vuelan las hojas secas

De las ramas del estío.

Cual pavo real con antifaz de oro,

El sol sigue luchando con la existencia viva,

Sin cimientos.

Una tristeza cansina

Petrifica el rostro vacío

De este amante,

De un poeta que busca su cueva

Como un murciélago asustado.

 Vigésimo paseo

"Miré  a lo lejos y creí ver a  Dios.
A mí se acercó; Pero no era Dios.
Eras tú."

 
Nuestro destino flota indómito

En el borde del desierto,

Como la sombra de un espectro antiguo

Predestinado a hundirse en el abismo,

Como piedra en el barro

Donde se nos atrapa como a fieras

Y despedaza como a perros.

¿Quién puede recordar la llama de un relámpago?

Cuando el mundo es rapaz

Que teje la red por donde escapan las lágrimas.
 

Los cipreses finos como la llovizna

Taladran el éter con sus ojos de primavera.

Las cruzadas del hombre mueren

Como esclavos encadenados,

Al cárdeno crepúsculo

Que enmascara el sepulcro,

Esperando que las auras de la resurrección

Apacigüen al ritmo de su danza

Y den movimiento a las efigies de piedra

En la noche desnuda

Engendrando otra aurora,

Otro parto, otro amor.
***