Mujer
en la cima
La dulce poesía de la rosa de Damasco
Huyó absorbida por los últimos vapores del
crepúsculo,
Los arreboles se avergüenzan
Ante el claro veneno de la mujer tirana;
Esa que, cuando llega la guerra amorosa, sonríe;
Cubriendo con sus destellos celestes
la celosa campiña del amor.
La hoja blanca se impregna de sombras asesinas
Y los llantos de las efigies,
Son líricos
epitafios que dañan los ojos.
Si un pretexto para vivir libre
Es atraer a las hienas de la noche con su sexo
hirviente,
El alma quedará atornillada
A la puerta que todos pretender derribar;
Para una vez conseguida su conquista,
Llegar hasta el sendero de cristales yertos.
La última copa de vino agrió la sangre
Y el curvo cuchillo atravesó las ingles
Para levantar las faldas sin esfuerzo;
Pero dejando un rastro de lágrimas
Que hoy retumban en el azafrán de la hoja de lata.
El centauro, ya ha sido domesticado
Al probar el rico placer de la lujuria;
Pero quizá el cobrizo rayo de la esperanza
Se instale en tu enmarañada cabellera
Haciendo perder fulgor a tus ojos.
Dudo si habrá un mañana donde la transparencia del
cielo
Te haga llegar a la mansión donde habitan los
pájaros,
Y acabe con la fatal estrella
Que desata la tempestad del rayo airado de inocencia,
Apuntalada por la lealtad de los amantes.
Ahora, te sientes en la cima de la montaña;
Pero cabe la posibilidad
Que acabes siendo aplastada por su propio peso.
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