“Te
quiero un montón
amor mío”
Ha llegado la hora del silencio,
Atrás quedarán las palabras rotas,
Pisoteadas por la indiferencia de unas
botas
Que no repararon en mostrar su
desprecio.
Ya sé que en torno mía no gira el
universo,
Tampoco giraba antes de conocerte;
Pero en tú interés me tenías presente,
Sin embargo, aquello, no fue perverso.
¡Ironías de la vida, sí! Hoy las siento;
Mi ilusión se apaga cual llama de candileja
Que sirvió para iluminar, y he aquí la
moraleja:
Si no existe interés, se apaga el
sentimiento;
El sol que creía un sol, ahora es
lejano lucero,
Un lucero que aunque brilla, quizás, ya
está muerto,
En el cementerio astral, donde todo queda
yerto,
Quedando sólo el polvo, pues polvo,
fuimos primero.
Un suspiro en movimiento, polvo y
ceniza,
Vagando por el espacio las personas
quedaremos,
Y flotando las palabras que dijimos o diremos;
El tiempo pasa al galope, nada bueno
garantiza.
La vida es un mar de ardientes
lágrimas,
Y nadando en ese mar, algún día nos
ahogaremos,
Tú, yo, el rico, el pobre, el guapo y
el feo,
Seremos del libro de la vida, la
estrofa de una página.
¡Pero es lo que toca! Convivir con la
palabra
Que hizo daño, marcó, e hizo llorar;
Hondo surco donde la mentira se labra,
Y mentiras y lágrimas, es lo único que
podemos cosechar.
Hoy todo lo tengo claro, aunque todo
se oscurezca,
Nuestros destinos se separan por
varias sendas;
Sendas que nos distanciarán y podrá
vendas
Para no ver del prado donde tú flor
florezca.
Pues ojos que no ven, corazón que no
siente,
Ya conozco tu pasado y no me gusta,
El recordar sus anécdotas me asusta,
Como me asusta tú frívolo presente;
Pero
hoy, estoy seguro que, cantará el ruiseñor
Posado en las espinosas ramas de un endrino,
Pasando por alto este cruel destino;
Un destino que borra las huellas de
nuestro amor.
Es mí miércoles de ceniza, mí agostado
baldío,
Mí estigma en mí doliente pecho,
Que sangrará por todo lo dicho y
hecho:
“Te
quiero un montón amor mío”
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