Vacío negro, cruel,
sensación de densa
nada;
ingrávida ánima que superlativa
atraviesa cual saeta mi cerebro
remontando
cimas de éter
donde centauros arrogantes
pisotean el jirel de la conciencia.
En sus crines rojizas por el tedio,
se retuercen los sarcasmos de ojos atónitos
y risas huecas como un insulso balbuceo,
por desmoronar una estructura ósea
que se aferra al fangal del morbo.
Improntas de pasos vacilantes
socavan un hastío de quimeras
donde la arena del reloj falaz
se compacta en un segundo
junto a un suspiro melancólico,
para llegar a la meta menos deseada.

A esa cripta silente y entreabierta
de donde surgimos y a la cual volveremos
tras señalarnos con su dedo pétreo
como si fuera un aguijón letal.
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