En
la isla coralina
Con
tempestuosos ecos
De
cirros enfurecidos,
Mil
hordas de sufrimiento
Uno
dio en el corazón
De
un ángel de luz cautivo,
Por
el sublime candor
Era
un amor imposible,
Las
distancias eran largas,
Así
hubiera sido un príncipe
De
una esplendorosa patria.
Se
olvidó de las costumbres
Que
en aquella tierra arraiga,
Su
gente como sus cumbres
Cuando
en la isla coralina
Arribó
con su velero,
De
una piel de verde oliva
Collares
de flores lindas
Ella
colocó en su cuello,
Creyendo
que ésta lo hacía
Más
luego llegaron otros
Con
los dorados cabellos,
Y aquellas mismas lisonjas
Se
le eclipsó la razón
Y
enlutó el brillo solar,
Que con tamaña
luz ardió
Se
trocó el fulgor radiante
En
cuchillo matarife,
Y
aquel marinero errante
Un
día le vieron el barco
Navegando
a la deriva,
Y
en el timón encontraron
Un
collar con flores marchitas.
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