LA VÍBORA DEL DESTINO
En
mi pecho se abre la herida del silencio
y
respiro la negra calma que exhalan las piedras,
mientras
en la fronda inmóvil de la noche
se
derrumban las asperezas extrañas
de
una ola de sangre.
Suenan
los ecos de una flauta
emergiendo de la concha horadada
de
la injusticia.
Araño
con mis manos el tiempo infiel,
ese
túmulo vestido de apariencia viva,
víctima
de la víbora del destino,
sin
saber distinguir los ojos del alma
de
los del silbo púrpura
del
gigantesco Cíclope.
Ha
de morir la raza de los dedos fecundos,
y
el albañil de alambre que sustentó a mujer,
como
morirá el llanto
en
el recuerdo de un día nublado
bajo
los perezosos juncos de un fangal.
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