Homenaje
a una señora
buenade corazón
buenade corazón
Si volteamos las páginas de la historia, nos encontramos
solamente con aquellos personajes que, o bien practicaron crímenes contra la
Humanidad, generales que se jactaron en decir que ganaron batallas aunque nunca
tuvieran un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, extraños personajes que inventaron
algo revolucionario en su época, Santos que hoy habitan en los atares…
Olvidados quedaron aquellos seres que en su rutina
diaria se esforzaron en el día a día,
haciendo de la convivencia un Don, llevándola a cabo en una labor sorda; pero
sin lugar a dudas, y a mi entender, más importante que los revuelos de ciertos
mitos o héroes que sólo destacaron por un hecho determinado.
Una de éstas
personas fue la señora Cirila. Ejeana de
pura cepa, mujer virtuosa, trabajadora incansable, cuyo mérito estribaba en su
profundo amor a la Humanidad.
A la señora
Cirila, la conocí ya anciana, hace treinta y dos años. Convivimos tres años en
la calle San Gregorio. Era bajita y menuda. “las esencias dicen se guardan
siempre en tarro pequeño” Era una mujer tan sumamente buena que, se deshacía en
bondad. Le agradaba besar a los niños, y yo lo era. Aún no había realizado la Primera
Comunión.
Recuerdo que
un día pasé por la puerta de su cochera, ésta se hallaba abierta, al fondo había
un pequeño corral. Al verme me hizo pasar para enseñarme sus gallinitas, después,
me mostró unas latas de pintura con las cuales, pensaba pintar su cochera. “A
ver si pinto la cochera antes de que lleguen las golondrinas. Ellas son sagradas sabes, pues le quitaron las espinas
a Nuestro Señor Jesucristo” –Me dijo. Y me mostraba orgullosa los dos nidos de
barro que permanecían en el techo, al lado de un tronco que hacía funciones de viga.
No me pareció entonces que la cochera necesitase una mano de pintura, pues
hasta el tronco citado relucía como espejo su pintura marrón. Más bien creo que
lo hacía como un ritual que se repetía año tras año, como un modo de darles la bienvenida o para que se
sintieran tan a gusto que nunca tuviesen la ocurrencia de irse a otro lugar.
Cuán
diferentes son de ella, aquellas personas a las cuales les molesta que estos pájaros
aniden en las cornisa de su tajado y se afanan con los cepillos de barrer para
destruirles su hogar.
Nunca se
supo de la señora Cirila que, padeciese alguna enfermedad, digna de destacar.
EL mismo día que se le acabó la esencia que contenía su cuerpo, su corazón dejó
de latir. Tenía ya más de noventa años.
Cuando me
llamó mi madre por teléfono, para comunicarme la triste noticia de su
fallecimiento, sentí que algo mío también moría.
Cuando
sacaron su ataúd, después del sepelio, antes de meterlo en el coche funerario,
nadie se dio cuenta de que cuatro golondrinas, pasaron volando por encima de
nuestras cabezas. A mí, todavía me queda el enigma de si no serían aquellas
sus golondrinas, las cuales, quisieron de esa forma, rendirle su sentido tributo, así como su sincero y amargo adiós.
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