miércoles, 8 de agosto de 2018


UN VIERNES CUALQUIERA



 

 

I

 

Me hallo varado bajo un reloj de sol. Son las cuatro menos veinte de la tarde. En este día, alguien podrá señalar con dedo acusador bajo la indigestión asfixiante de una tarde primigenia, narcotizada de lánguidos orgasmos. Alguien renovará los principios etéreos de una siesta equinoccial, estabulada en el jirel sombrío del viernes de mi alma. Cual labriego de pedernal,  robotizado al paso del galopar atronador de pavorosos centauros arrogantes con sus pezuñas de acero. La frágil luciérnaga del destino me guía con brújula trucada a una cúpula sin su azul celeste. El aquilón del olvido penetra en las yertas cavernas de un fingido espasmo, extrusionando los altares polícromos del deseo.

La gente de mí alrededor, camina a saltos de batracio por el fangal ebrio de la vida, buscando el apacible meandro de un río de plomo al que se le paró su trémulo corazón.

 

II 

 

Valla viernes estival, sin sabia de rosas escarlatas como el más puro rubí de las montañas. Excarcelo mi sueño prisionero, para dejar enjugar una solitaria lágrima, lacrada con el susurro de un proceloso adiós.

Seré estrella fugaz posiblemente en el matasellos de una diáfana carta, ya olvidada por la paloma mensajera. Esta caerá cual semilla al suelo inerte, para pasar a ser yacija del gusano rastrero, que se olvidó del majestuoso sol, pasando a adorar a un minúsculo meteoro, extraviado sin duda, en la nebulosa de  su carta astral.

 

III

  

Es viernes. Que alguien me diga si me equivoqué. Que alguien pregone mi mal cuando se despereza el rocío de la mañana. Así tendré tiempo de encontrar la daga con veneno de sierpe emponzoñada, para hundirla en los ocasos plastilínicos de un ser que no es nada, y se pudrirá en los detritus mudos y sordos de la  simple nada.

Posdata: Espero en clamoroso silencio, y con la insondable paciencia de un estrión, que algo cambie. Pues tengo toda la inmensidad del tiempo, bajo la lenta angustia de un reloj  ahorcado por el tedio de sus saetas, a las cuatro menos veinte. Es el abismo de un  viernes. Ni que decir tiene que para un bucólico romántico, huésped del aire, como yo, se trata de Un viernes cualquiera.

 

 

El Amor Arácnido

 


E

ntre todos los seres de la naturaleza, no hay animal más desagradecido que la hembra araña. Si nuestro Diego de Marcilla e Isabel de Segura, “Los Amantes de Teruel” levantaran la cabeza y leyeran esto, estarían orgullosísimos de haber muerto tal y como lo hicieron, ambos por amor, resignados al saber que todavía existe un amor peor, “El Amor Arácnido” Todas las arañas nacen de huevos diminutos escondidos o camuflados debajo de troncos o materiales de desecho. Cuando nacen, tanto arañas como araños aparentemente son iguales, pero conforme pasan los días, las hembras pueden diferenciarse fácilmente de los araños, por su mayor volumen, pues las arañas llegan a doblar el peso de los araños.

Al llegar la primavera, entre maderos añejos y horadados por infinidad de termitas, se pasea la fea y peluda araña. Su caminar es  lento y encorvado, y con ojos impregnados de malicia, como si en su infancia hubiese sufrido algún funesto desengaño,  otea el horizonte. Siente unos  ardientes deseos de procrear, y su ardor sexual es tan intenso, que invaden sus instintos, y espera a un macho para acallar el grito de la procreación.

Allí, en un rincón umbrío del techo de la vieja casa, un joven araño se había estado ejercitando con números circenses, para ganar musculatura y agilidad, para de ese modo conquistar a la orgullosa araña. Había oído leyendas de que las hembras solían devorar a los atrevidos machos una vez finalizada la copula, pero él estaba seguro de sí mismo. Le recitaría unos cuantos poemas románticos, para evitar exponerse a sus iras e instintos asesinos, y le susurraría al oído bellas palabras de amor para calmarla.

Decidido pues, se presenta ante ella cruzándose en su camino, y le dice varias palabras elocuentes, e incluso se puso a taconear con sus ocho patitas  demostrando su alegría. Pero la araña, fría e impasible, sin perturbarse lo más mínimo, tras mirar al araño con desprecio, como una vampiresa se puso a hacer la manicura.

-¿Qué querrá este esmirriado? ¡A qué le cruzo la cara!

-Hola despampanante morenaza, me gustas mucho, y si me aceptas como pareja, te seré fiel durante toda la vida, te traeré suculenta comida a tu mesa todos los días, trabajaré entretejiendo redes de seda de sol a sol, para capturar para ti moscas y demás apetitosos insectos voladores. Conmigo vivirás como una reina. ¿Qué me dices morena?

Y ante la indiferencia de aquella hembra descomunal, de terroríficas uñas como afiladas dagas, nuestro galán le muestra unos mohines con su rostro de inocencia y empieza a cantarle la canción de moda de esos momentos.

-Te amo morena, pues tú eres la araña con la que siempre he soñado.

La fría araña con gestos de resignación, para calmar su ardor sexual, se da la vuelta y le muestra su enorme trasero como única respuesta.

 El joven araño ve llegado el momento que durante tanto tiempo había estado esperando, y de un salto se sube hasta aquella dulce grieta donde todos los deleites del universo convergen.

-¡Oh, qué placer, qué gozo, qué éxtasis más supremo!...

¡Gracias morenita, por regalarme un trocito de tu cielo¡

Dicho esto, el joven araño sin fuerzas, cae de espaldas al suelo, confundido por el delirio de su éxtasis.

La estúpida y desagradecida araña, insatisfecha, pero con el deber biológico cumplido,   se da la vuelta y proyecta hacia el enclenque galán su mirada con chispas vengativas y odiosas, producto quizá de un trasnochado feminismo universal.

El joven araño asustado, le sonríe y   hace  unos mohines quizá pidiendo clemencia.

Ya le he dicho que le amo, que le seré fiel, y trabajaré para ella toda la vida, supongo que eso será suficiente ¿no?-se preguntaba.

Cuando sin mediar palabra, la desaprensiva hembra, desenfunda  su afilada uña letal impregnada de mortífero veneno, y sin piedad, con un rápido movimiento, se la clava en mitad del corazón, descargando no solo su veneno, sino también su incomprensible odio.

Ya medio moribundo, el joven araño, con voz grave, le mira a los ojos y sólo acierta a balbucear: “Sois malvadas, sois perversas… Todas  las jembrazzz… zoizzz ... igualezzz…”

 
 

 
 

 

 

 


Quinta carta a Mery

 

Nací poeta

y crecí para adorarte.

Y antes llegará la muerte

a  lograr olvidarte.

 

Soy hombre curtido

por los avatares de la vida.

Pero me siento abatido

como una paloma herida.

 


Esta es mi última carta.

Espero que a la quinta sea la vencida.

Ya no me quedan palabras

y en mi pluma, poca tinta…

 

Por eso, de tinta

pongo mi sangre,

de tintero mi corazón,

y de tus labios querida

espero contestación. 

 

“Tu fiel admirador que nunca te olvida”
 

Notas de autor:
 

Mery, es un personaje ficticio, forjado al calor de mi mente, por lo que al igual que se dice en las novelas de terror, “cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia”

 

 


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