UN VIERNES CUALQUIERA
I
Me hallo varado bajo un reloj de
sol. Son las cuatro menos veinte de la tarde. En este día, alguien podrá
señalar con dedo acusador bajo la indigestión asfixiante de una tarde
primigenia, narcotizada de lánguidos orgasmos. Alguien renovará los principios
etéreos de una siesta equinoccial, estabulada en el jirel sombrío del viernes
de mi alma. Cual labriego de pedernal,
robotizado al paso del galopar atronador de pavorosos centauros
arrogantes con sus pezuñas de acero. La frágil luciérnaga del destino me guía
con brújula trucada a una cúpula sin su azul celeste. El aquilón del olvido
penetra en las yertas cavernas de un fingido espasmo, extrusionando los altares
polícromos del deseo.
La gente de mí alrededor, camina
a saltos de batracio por el fangal ebrio de la vida, buscando el apacible
meandro de un río de plomo al que se le paró su trémulo corazón.
II
Valla viernes estival, sin sabia
de rosas escarlatas como el más puro rubí de las montañas. Excarcelo mi sueño
prisionero, para dejar enjugar una solitaria lágrima, lacrada con el susurro de
un proceloso adiós.
Seré estrella fugaz posiblemente
en el matasellos de una diáfana carta, ya olvidada por la paloma mensajera.
Esta caerá cual semilla al suelo inerte, para pasar a ser yacija del gusano
rastrero, que se olvidó del majestuoso sol, pasando a adorar a un minúsculo
meteoro, extraviado sin duda, en la nebulosa de
su carta astral.
III
Es viernes. Que alguien me diga
si me equivoqué. Que alguien pregone mi mal cuando se despereza el rocío de la
mañana. Así tendré tiempo de encontrar la daga con veneno de sierpe
emponzoñada, para hundirla en los ocasos plastilínicos de un ser que no es
nada, y se pudrirá en los detritus mudos y sordos de la simple nada.
Posdata: Espero en clamoroso
silencio, y con la insondable paciencia de un estrión, que algo cambie. Pues
tengo toda la inmensidad del tiempo, bajo la lenta angustia de un reloj ahorcado por el tedio de sus saetas, a las
cuatro menos veinte. Es el abismo de un
viernes. Ni que decir tiene que para un bucólico romántico, huésped del
aire, como yo, se trata de Un viernes
cualquiera.
El Amor Arácnido
ntre
todos los seres de la naturaleza, no hay animal más desagradecido que la hembra
araña. Si nuestro Diego de Marcilla e Isabel de Segura, “Los Amantes de Teruel”
levantaran la cabeza y leyeran esto, estarían orgullosísimos de haber muerto
tal y como lo hicieron, ambos por amor, resignados al saber que todavía existe
un amor peor, “El Amor Arácnido” Todas las arañas nacen de huevos diminutos
escondidos o camuflados debajo de troncos o materiales de desecho. Cuando nacen,
tanto arañas como araños aparentemente son iguales, pero conforme pasan los
días, las hembras pueden diferenciarse fácilmente de los araños, por su mayor
volumen, pues las arañas llegan a doblar el peso de los araños.
Al
llegar la primavera, entre maderos añejos y horadados por infinidad de
termitas, se pasea la fea y peluda araña. Su caminar es lento y encorvado, y con ojos impregnados de
malicia, como si en su infancia hubiese sufrido algún funesto desengaño, otea el horizonte. Siente unos ardientes deseos de procrear, y su ardor
sexual es tan intenso, que invaden sus instintos, y espera a un macho para
acallar el grito de la procreación.
Allí,
en un rincón umbrío del techo de la vieja casa, un joven araño se había estado
ejercitando con números circenses, para ganar musculatura y agilidad, para de
ese modo conquistar a la orgullosa araña. Había oído leyendas de que las
hembras solían devorar a los atrevidos machos una vez finalizada la copula,
pero él estaba seguro de sí mismo. Le recitaría unos cuantos poemas románticos,
para evitar exponerse a sus iras e instintos asesinos, y le susurraría al oído
bellas palabras de amor para calmarla.
Decidido
pues, se presenta ante ella cruzándose en su camino, y le dice varias palabras
elocuentes, e incluso se puso a taconear con sus ocho patitas demostrando su alegría. Pero la araña, fría e
impasible, sin perturbarse lo más mínimo, tras mirar al araño con desprecio,
como una vampiresa se puso a hacer la manicura.
-¿Qué
querrá este esmirriado? ¡A qué le cruzo la cara!
-Hola
despampanante morenaza, me gustas mucho, y si me aceptas como pareja, te seré
fiel durante toda la vida, te traeré suculenta comida a tu mesa todos los días,
trabajaré entretejiendo redes de seda de sol a sol, para capturar para ti
moscas y demás apetitosos insectos voladores. Conmigo vivirás como una reina. ¿Qué
me dices morena?
Y
ante la indiferencia de aquella hembra descomunal, de terroríficas uñas como
afiladas dagas, nuestro galán le muestra unos mohines con su rostro de
inocencia y empieza a cantarle la canción de moda de esos momentos.
-Te
amo morena, pues tú eres la araña con la que siempre he soñado.
La
fría araña con gestos de resignación, para calmar su ardor sexual, se da la
vuelta y le muestra su enorme trasero como única respuesta.
El joven araño ve llegado el momento que
durante tanto tiempo había estado esperando, y de un salto se sube hasta
aquella dulce grieta donde todos los deleites del universo convergen.
-¡Oh,
qué placer, qué gozo, qué éxtasis más supremo!...
¡Gracias
morenita, por regalarme un trocito de tu cielo¡
Dicho
esto, el joven araño sin fuerzas, cae de espaldas al suelo, confundido por el
delirio de su éxtasis.
La
estúpida y desagradecida araña, insatisfecha, pero con el deber biológico
cumplido, se da la vuelta y proyecta hacia el enclenque
galán su mirada con chispas vengativas y odiosas, producto quizá de un trasnochado
feminismo universal.
El
joven araño asustado, le sonríe y hace
unos mohines quizá pidiendo clemencia.
Ya
le he dicho que le amo, que le seré fiel, y trabajaré para ella toda la vida,
supongo que eso será suficiente ¿no?-se preguntaba.
Cuando
sin mediar palabra, la desaprensiva hembra, desenfunda su afilada uña letal impregnada de mortífero
veneno, y sin piedad, con un rápido movimiento, se la clava en mitad del
corazón, descargando no solo su veneno, sino también su incomprensible odio.
Ya medio moribundo, el joven araño,
con voz grave, le mira a los ojos y sólo acierta a balbucear: “Sois malvadas,
sois perversas… Todas las jembrazzz…
zoizzz ... igualezzz…”
Quinta carta a Mery
Nací poeta
y crecí para adorarte.
Y antes llegará la muerte
a lograr
olvidarte.
Soy hombre curtido
por los avatares de la vida.
Pero me siento abatido
como una paloma herida.
Esta es mi última carta.
Espero que a la quinta sea la vencida.
Ya no me quedan palabras
y en mi pluma, poca tinta…
Por eso, de tinta
pongo mi sangre,
de tintero mi corazón,
y de tus labios querida
espero contestación.
“Tu
fiel admirador que nunca te olvida”
Notas de autor:
Mery, es un personaje ficticio, forjado
al calor de mi mente, por lo que al igual que se dice en las novelas de terror,
“cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia”