Mujer
con el puño en alto
¡Cuántas veces me he escondido
En una ciudad cualquiera!
Desnudo de armas amenazantes
O tijeras suicidas,
Armado sólo con una escoba,
Para barrer los recuerdos sombríos
Encerrados en la mente de un
idiota,
Con tal de huir del yugo vecino.
Sin embargo, los asesinos,
A zancadas de siete leguas,
Caminan incontrolados
Por las tinieblas de su ambición.
Cada hombre necesita de una
revolución,
Y cada revolución, de un hombre que
la dirija,
Aunque haya nacido en la tormenta
de la infancia,
Pues cada rayo lo hizo más fuerte.
Ahora alza su puño
Como el águila real alza su vuelo.
Si la tierra yerma me trajo hasta
aquí,
Bailo en la frenética carrera de
los hombres
Para en cada una de las vueltas
acercar la distancia.
La vida de los hombres se bambolea
Con figuras tridimensionales,
Coleccionando monedas de oro como pasatiempo;
El orgullo del león, es vencer en solitario,
Bebiendo el cáliz de sangre
Con la mano izquierda,
Mientras la mano diestra sostiene
el luciente acero.
Quieren matarme de forma lenta
Con el liquido envenenando de las
vísceras
De los cuerpos humildes;
Pero hasta un moribundo terrícola como
yo,
Es capaz de cortar las alas de la
libélula azul
Hasta quedar flotando en el nenúfar
blanco.
Como ella, mi alma floreció en las
aguas
Para abrir la puerta grande del
espacio.
Quizá tenga que ser necesariamente
una mujer
Con su fantasía indómita
La que coja el testigo de nuestro
ocaso.
Borrando el estigma de que ellas
Van donde los hombres indican.
Quizá sea una intrusa
Que viaje en su nave extraterrestre,
Haciéndonos llegar al Pleistoceno,
Para dar un nuevo sentido
A esta vida camaleónica;
Pues hay que mimetizarse en el
entorno
Para no ser devorados.
Ahora, emplearé las palabras
Para tapar los cuerpos
Y con ellos, llenar los profundos
vacíos de las estrellas.
Luego, las muñecas harán un
banquete
Para celebrar ser hijas de nuevo
Con sangre y huesos.
Antes, ellas sólo eran tela y piel
Con la pena amarga de la miseria,
Inmersas en un remolino
Que desde siglos giraba en la misma dirección,
Como gira el buitre negro
Alrededor del zorro moribundo.
Más si el puño sigue cerrado y en
alto
Jamás se producirá el sonido
molesto
Que quema el corazón y destroza el
alma.
Los labios secretos de este
caminante,
Chocan contra el muro invisible del
viento
Entrando por la boca
Y saliendo por los ojos con luz
propia;
Ello hará ser un hombre feliz,
Si dios es capaz de soportar
Que por varios lustros reine la juventud.
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