Los
favores gratuitos
no
tienen ningún valor
“Relato
futurista”
Llegaron a mí sin necesidad de tener que ir a
buscarlas.
Yo, era el príncipe de la tierra; No por méritos
propios, sino debido a factores externos y etéreos.
Ya no había otros príncipes, ni reyes ni súbditos. Todos los posibles
rivales habían sucumbido a causa de aquel Armagedón, bien fuese a causa del frío, del hambre, o por los horribles virus endémicos que envolvía al antes llamado planeta azul.
Mi aislamiento fue mi aliado; mi previsión fue mi
provisión, y mi provisión, dio la fuerza para mantenerme en pie.
Todo estaba desolado. Sin verde, sin vida. Todo era
nieve, viento y hielo. El día, se limitaba a unas pocas horas de luz, tenue, difusa.
El horizonte, se envolvía en nubarrones grises, engendrados por desorientadoras nieblas impenetrables. El silencio era sepulcral, sólo perturbado por los aullidos del viento y mis gemidos de queja.
Parecía estar viviendo en un planeta inhóspito, perteneciente
a otro mundo fuera de nuestra galaxia con una sola estación.
En esa situación, en la que nadie podía imaginar,
sin víveres, sin cosechas futuras; yo estaba allí, en mi páramo gélido, en mi
retiro espiritual, cuando tres azucenas blancas de pelo azul llegaron a mí, exhaustas, hambrientas, casi muertas de frío.
Pese a las futuras complicaciones, que alcanzaban hasta mi propia existencia, las acogí gozoso,
ofreciéndoles todo lo que poseía.
Las flores, de pétalos moribundos tomaron vida, y
quizá pensaron que sus vivencias recientes fuesen fruto de un sueño convertido
en pesadilla; Y que como todos los sueños, acaban desvaneciéndose dentro de la oscura nube de realidad.
Habrá otras nubes - quizá pensaron inconscientemente.
Y pese a explicarles el panorama mundial, que era nefasto, no estaban dispuestas a
mantenerse dentro de mi círculo de cinco hectáreas y todavía menos el favorecer algún lazo afectivo, negándose a satisfacer un deseo a la primera y única que se lo pedí.
Por tal motivo, quise dejar de ser el objeto de su infortunio dándoles la oportunidad de que siguiesen viajando hasta ver cumplidos sus sueños de yupi.
-¡Regresad por donde habéis venido! Les abrí la
puerta y marcharon. y a cada paso que daban, sus piernas se volvían pesadas como el plomo. Llegando a un punto que les incapacitaba para continuar. Se pararon, y tras cuchichear entre ellas varios segundos decidieron abandonar sus delirios, tragándose las ruinas de su orgullo.
Miraron para atrás y al comprobar que les seguía con la vista, pensaron que lo mejor sería regresar a la seguridad del refugio, pensando de forma materialista e inteligencia práctica, que, más vale pájaro en mano que cien volando, sin tener en cuenta que yo, era de ideas fijas, y que quien me la hace, lo acaba pagando.
No os quiero- les dije. Sois unas desagradecidas. Si os mande a que subierais por la escalera, es porque era yo quien de forma altruista sujetaba dicha escalera.
Ahora tendréis que subir la escalera del cielo sin nadie que os ayude. Y si os caéis ¡mala suerte! Simplemente me limitaré a recoger vuestros restos.
¿Por qué soy así de malo?
Yo era bueno, hasta que la gente me volvió como
ellos.
No se pueden hacer favores de forma gratuita, porque entonces, cabe la posibilidad de pensar que, al ser gratuitos,
no tienen ningún valor.
Ahora, si alguien
quiere algo de mí, tendrán que pagarme aunque sea con monedas de carne ¡Y además, por adelantado!
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