sábado, 17 de agosto de 2019

Makeda, La Reina de Saba


Makeda,

La reina de Saba

 



Oh, Reina de Saba,

Quien pudiera nacer  de nuevo

Para glorificarte y amarte.

Envidia tengo del Rey Salomón,

Que aparte de rey y de sabio,

Conquistó tu amor.

Sé que tenías la piel no morena

Ni bronceada por el sol de Etiopía;

Sino de color  ébano

 Y aromatizado tu aliento

Como el café de Abisinia.
 

Sé que eras inteligente  y poderosa

Y sobre todo muy  bella,

Como bellas son las flores

Con su rocío de perlas.

Pero el Rey Salomón, tenía la creencia

De que las mujeres etíopes

Eran peludas de pies, e incluso

Que tenían pezuñas, para alcanzar las cimas

Que  encumbran sus tierras.

De modo que cuando pediste audiencia

Para poder entrar en la  Sagrada Jerusalén,

Situada en el centro de la Tierra, 

Quiso Salomón hacerte examen

Y comenzó por tus pies.

Te hizo pasar por una estancia de su palacio

Donde había un palmo de agua.

Mientras tú, levantabas tu túnica

Para no mojar tus ricas sedas.
 

Al hacerlo, Salomón, pudo ver en sus aguas

 Tus pies en la transparencia de su espejo.

¡Menudo descubrimiento!

Al ver tus pies pequeños,

  Muy femeninos y la piel muy fina,

los pelos y las pezuñas eran un cuento.

El rey Salomón sonrió

Y te alojó como reina en su palacio.

Más puso una condición:

No podrás coger nada sin mi permiso  te dijo.

Sé que accediste; pero a cambio,

Comentaste a Salomón que eras virgen

Y que no podías perder para nada

 Tu más preciado tesoro,

Comenzando así un pulso de astucia sin fin.



Pudiste acceder al palacio junto  a todo tu séquito,

Y al anochecer, fuisteis obsequiados

Con un majestuoso festín:

Carne asada con  multitud de especias,

Sopas saladas y quesos.

Y al llegar  la media noche

Y ya  tumbada en tu lecho,

Una sed incontrolada

  Se te apoderó del pecho.

La cual te recordó la cena anterior,

Deliciosa; pero cargada de especias

A la que no se le podía decir que no.

Viste una jarra de agua en tu habitación

Dejada a propósito por Salomón,

El agua estaba fresca para apagar tu ardor,

Te serviste, glu, glu, glú…

Pero Salomón te espiaba

Y cuando tu cuerpo de agua se sació,

Igual que si fuera  viento en ráfaga

 En tu estancia penetró.

Ji-ji,- ja-ja,- jo-jo.

¡Te he pillado!

Gritó el rey Salomón.


 

No me has pedido permiso para de mi agua  beber;

Por tanto, ante tu incumplimiento de palabra,

No puedo hacer más que incumplirla yo también.

Y fruto del incumplimiento de esa promesa

Nació una noche de amor y pasión intensa.

Y al cabo de nueve meses

Diste a luz a hermoso  niño barón,

 Menelik, pusiste por nombre,

A quien  la tradición etíope reconoce

Como su primer emperador.

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