En un pueblo valenciano
“Cuento”
En un pueblo
valenciano, bastante distante de la ciudad de Valencia, había un hortelano que
en época de cosecha, acostumbraba a ir a vender sus productos a la capital con
el objetivo de sacar más rendimiento económico; Pero siempre le ocurría
que al llegar a la plaza donde se realizaba el mercado, ya otros estaba allí, ocupando los mejores sitios. Por más que procuraba madrugar, siempre le pasaba
lo mismo; Se maldecía por su mala suerte hasta el punto que estaba desquiciado. Hasta que un día, averiguó que, los otros hortelanos llegaban antes que él, porque estos, eran conocedores de un atajo, explicándose así que siempre
llegaran antes.
Un día, de
regreso a su pueblo, comenzó a preguntar
a todos los lugareños con los que se topaba, de cual podría ser el camino para
llegar en menos tiempo a la ciudad de Valencia, dado que los demás hortelanos
lo tenían como un secreto y ninguno estaba dispuesto a revelárselo. A varios pastores
que les preguntó, señalaron el camino que él siempre cogía, por lo que la
respuesta no le satisfacía en prueba de lo visto.
Más adelante,
encontró a un anciano que plácidamente tomaba el sol sentado en la puerta de su
barraca, y le preguntó: Dígame buen hombre ¿Qué camino podría tomar para llegar
desde aquí lo antes posible a Valencia?
El anciano se
irguió torpemente y le acompañó unos metros hasta detrás de su barraca, desde
la cual, le señaló una vereda que se perdía por lo alto de una colina.- Mire
usted, si toma esa vereda sin dejarla, ella la llevará hasta Valencia.
¿Y cuanto
tiempo tardaré en llegar?
El anciano,
mirándolo de arriba abajo le contestó: Si usted va tranquilo puede llegar a
Valencia, en cuestión de dos horas.
-¿Y si voy
rápido?
-Entonces
puede usted tardar un día entero.
Aquella contestación
le resultó un tanto extraña; Pero no le preguntó al anciano de por qué. Y
complacido, se despidió del anciano, prometiéndole que la próxima vez que por
allí pasara, le obsequiaría con algunos de sus productos en prueba de su
agradecimiento.
Aquella noche
el hortelano no pudo conciliar el sueño. Pues le venía a la mente la
conversación sostenida con el singular anciano. No encontrando una explicación
racional de que si yendo tranquilo le costaría llegar a Valencia unas dos
horas, y por el contrario, si iba rápido todo un día. Todas sus reflexiones se
encaminaron a pensar que el anciano, lo
más seguro es que se hubiese equivocado.
Ya estaba
rayando el alba, y el hortelano, en aquella ocasión, cargó a su borrico con las
primeras naranjas de su cosecha dentro de los serones de esparto, hasta que ya
no le cabía ni una más.
Al pasar por
la barraca, y como lo prometido es deuda, el hortelano gratificó al anciano con
algunas de mayor calibre.
-Recuerda
amigo lo que te dije ayer-dijo el anciano.
Vale, vale,
le contestó.
Ya puesto en
vereda, veía absurdo la contestación del anciano. Por lo que haciendo caso a su instinto, empezó a fustigar al
sobrecargado burro, para que se diera más prisa. ¡Arre, burro, arre! Tan
ligeros eran sus trancos, que al llegar a lo alto de la colina, el burro tropezó
cayendo de costado y las naranjas comenzaron a dar vueltas por la pendiente esparciéndose
por toda la ladera.
El hortelano
no tuvo más opción que el recoger las naranjas, una por aquí, otra por allá… llevándole tanto tiempo en volver a cargar al burro, que en aquella ocasión, llegó a Valencia más tarde que nunca. Entonces recordó la conversación con el
anciano. Que el simple hecho de serlo, lo hacía ser sabio, comprendiendo que: “no hace falta correr,
sino llegar a tiempo.”
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