Donde renacen
las flores del alma
"Rima libre"
1
Pese a que tu genial belleza
Es como una flor de almendro,
Como una flecha se clavó
En mis sentimientos.
Todo el mundo paraba a contemplarla,
Y yo, insensato de mí,
Fui hacia ti a pecho descubierto.
No puse ninguna condición.
Más hoy, una furtiva lágrima
Tiembla como un sauce viejo
Al que para él, el tiempo ya pasó.
2
El amor declina en sus párpados
Y las estrellas le parecen lejanas;
Pero mi corazón errante
Solitario como un lago azul,
Recoge las penumbras húmedas
Imperturbables a la eternidad de un adiós.
Fui un muchacho que entregó el alma
Al horóscopo de tus brazos,
Y tus ojos altivos yacieron conmigo.
Te amé por derecho propio
Hasta desnudar por completo mi alma
En el circo de las pasiones;
Donde el deleite de la bestia
Se llevaba la perfección de un espectro
Hasta hacerlo reposar en su sombra.
3
Las ortigas de la húmeda tierra
Desparramaban las brisas joviales de la
esperanza
Tornándose en bulliciosas,
Para cortejar a las sombras siniestras
Que se erguían sobre la hierba.
Mientras, los pájaros de alas fucsias
Descendían al silencioso crepúsculo
Extrayendo sus agonizantes suspiros.
La estrella del amor brillaba
Con la intensidad de las farolas del
parque,
Donde la difusa onda del tiempo
Deslumbraba a las presumidas rosas.
Las huellas del amor apasionado
Se hacían firmes al contemplar
La caída de la lluvia.
Cualquier cosa valía para regar las
flores,
Incluso hasta la sangre imberbe
Que zozobraba por los senderos del cielo.
4
Hoy mi estómago siente un vacío
De arenas movedizas
Que se tragan a la bravura del alma,
Entregada en la noche unas horas antes
Para escuchar los pasos del alba;
Donde el murmullo desgarrado
De la conciencia de un hombre viejo,
Le incita a ir más lejos del horizonte,
Saltándose las paradas del autobús de la vida,
Hasta llegar a la mansión de la brujas,
Donde las cenizas de la melancolía
Adquieren un nuevo color;
Vencidas tal vez por la luz de las estrellas
Escrutando el pensamiento de felicidad.
5
Hoy el espejo reclama a gritos
A los áureos arroyos por los que
transcurre la vida;
Cuya caducidad, se angosta en el violento atardecer
De la sonora cascada del destino.
Cuyas pistas etéreas, extravían los bailes
Del vuelo flébil de las mariposas
amarillas;
Y donde los fuegos fatuos, trenzan sus
coronas
Con los claveles marchitos del estío.
Los lobos esteparios aúllan en la
noche sombría
Impidiendo dejar dormir a los
monstruos
De un mundo lujurioso corrompido por
la ambición.
6
Ya se anuncian los fúnebres festines
De una existencia que no entiende de
días,
Ni de sexos, ni de edades,
Ni de desfiles de estrellas inquietas,
Desfilando por las pasarelas estrechas de la senectud.
Pero decir adiós, es decir hasta
luego,
Pues los peldaños sirven tanto para
subir al techo
Como para bajar a los estrechos subterráneos,
Donde da comienzo al hechizo,
Haciendo languidecer el atardecer de la
virtud,
Cuyo sueño dorado,
Acaba convirtiéndose en silenciosa piedra.
Allí, los ajetreos humanos se
deshumanizan
Luchando hasta morir tras observar tus
ojos,
Que como ríos, arrastran los hierros
fogosos
De unas armas inquietas,
Para acabar precipitándose en el abismo oscuro
Donde renacen las flores del alma.