Hados
de gloria
Sólo los muertos guardan una perfecta
compostura;
El cisne se siente fatigado cercado en su palacio de oro,
Dicen que enfermó de amor, allí, en su
corriente inquieta.
Yo creo que, se embriagó lanzando los dados divinos;
Y que de su corazón solitario,
surgieron mariposas.
Suspiró al llegar el invierno
marchitador de rosas.
Seguramente Dios, le regaló del día
las horas tristes
Y el cielo de ébano, sintió nostalgia del
jazmín florido,
Donde el éxtasis flota en la pálida
crisálida;
Aunque la noche callada amamante el
almendro en flor.
Triste es sentir el aliento cercano y gélido de
Satanás;
Más esa extraña amargura que acaba en
lágrimas
Relampaguea en la mirada de la mansión
de la aurora.
Y yo, sonámbulo, taño la lira en el
altar del beso ardiente,
Pues prefiero besar a una cariátide o
a una esfinge,
Que sentir la insensatez infinita de las albas rabiosas.
¡Pero está bien! Aunque atraigas los
rayos de piedad,
Himnos de notas lánguidas arrebatadas
al páramo;
La chispa de las primeras señales del
rojo crepúsculo
Hablan a dioses insepultos y a fantasmas
ocultos,
Con el temor antiguo de los ululares
de la tierra triste.
Porque el etéreo cielo con la verdad
se desconecta;
Y pronto intuyes que no volverán los ojos a mirarme
Si mañana tengo la suerte de no ver al bárbaro gentío,
Que oscurece al inquieto
caballero abrumado de eternidad,
Del lujo y del diamante sublime, que
raya las pestañas del sol,
Congelando el maremoto locuaz del dulce sentimiento;
El cual, lanza la piedra oscura hallada en el graveo
cielo
Donde los hados, se recrean con la fama e hinchan de gloria.