Los
pájaros, las mujeres,
Y
los celos
Siento un profundo amor por los animales, y especialmente una debilidad
o atracción por los pájaros. Debilidad
que llevo arrastrando de la época de
infancia, cuando recorría los sotos buscando sus nidos. Mi primer jornal, si
puede llamarse así, lo obtuve con la venta de doce polluelos de jilgueros, de
los cuales me dieron cinco pesetas por
cada uno. Eso era muchísimo para mí, teniendo en cuenta que la paga que me daba
mi madre para pasar los domingos era de cinco pesetas.
De los pájaros que se crían en mi territorio, podría decirse
que tengo anécdotas de la mayoría; Pero
ahora quiero céntrame en algunos hechos que por su transcendencia, dejaron
huella en mí. El primer pajarillo que sujetándolo por las patas acabé
rompiéndole una, porque el pajarillo asustado, su intención innata era siempre
la de huir. Y en uno de esos intentos fallidos, el pobrecillo se le quebró sus
tiernos huesecillos, me dio mucha pena por el daño infringido, y asustado y
dolorido tanto como él lo solté.
En otra ocasión, con un polluelo
volandero, jugué con él en el juego absurdo de haber cuanto tiempo tardaba en
volverlo a capturar, y al cogerlo, lo apreté tanto con mi mano que acabé
asfixiándolo. Este hecho, que rayaba lo
macabro, me marcó tanto, que ya no volví a
repetir dicha experiencia.
Y hablando de pájaros, mi primera
censura con una de mis novelas, fue precisamente por comparar el vello púbico
de una mujer, al mullido y suave plumón de los nidos de los pájaros.
Seguramente, quien me censuró dicha
estrofa, no habría tenido nunca la
ocasión de comprobar cómo es realmente un nido de pájaro.
Ahora esos ejemplos de lo que pasaba
con los pájaros, pienso que se podrían trasladar al entorno del amor que los
hombres sienten por las mujeres que les agradan. Pues por el afán de
quedárselas como si fuese un objeto de su propiedad, cabe siempre el riesgo de invadir
su círculo, no dejándoles el espacio
vital que todo el mundo tiene derecho, para conseguir ser libres. Sin libertad, no hay felicidad, y por lo tanto, existe un altísimo riesgo de que las parejas
se fracturen, “rompiéndoles una pata o acaben por asfixiarse” Ya sabemos que
los celos los puso Dios en la tierra
para martirizar a los hombres, debido
quizá al pecado original. No obstante podría decirse que, un celoso, es un
esclavo sin saberlo, obedeciendo sólo a sus instintos primitivos. Muchas cosas
son las que tienen que cambiar. Por eso, animo simplemente a observar a los pájaros para
intentar ser libres como ellos.
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