martes, 20 de noviembre de 2018

¿Y ahora qué? La respuesta está por ver.


                     ¡Y ahora qué!

LA RESPUESTA ESTÁ POR VER  

 


¡Y ahora qué! Me faltan tres telediarios y aún no he saboreado la verdadera guinda de la  tarta de mi vida. Me indican que está en camino y que viene hasta con dedicatoria. Supongo que será un “Felicidades y que cumplas muchos más”
Aunque lo que más me gustaría en estos momentos mientras llega, es retroceder en el tiempo para poderlo saborear.
El otro día tuve un sueño que fue algo revelador. Caminando llegaba al cielo, arrastrando un globo tipo salchicha de aproximadamente un metro de largo. En su interior, había un liquido viscoso de color amarillo, y escrito en tinta negra había una frase “Esta es mi juventud” Dios salió   a recibirme y tras ofrecerme un cordial saludo me dijo: bueno, ya que estás aquí, estoy en condiciones de poder ofrecerte un deseo. De modo que pídelo, y dicho deseo te será concedido. No lo dudé,  y presto, le indiqué a Dios: desearía tener una segunda juventud. Entonces Dios, se acercó hasta el globo que arrastraba, lo dobló y haciendo un nudo en el globo donde ponía inscrito: esta es mi juventud, quedó dividido en dos. Tu deseo – dijo Dios-, te ha sido concedido. Ya lo veo-contesté con resignación. Aunque pensé que con aquella estratagema de dividir en dos mi preciosa juventud poco o nada podía ya hacer, pues como el viento que pasa arrastrando nubes, la juventud pasa y son nubes del recuerdo.
A lo largo de mi vida, lo que más he exaltado, venerado e incluso amado, es a la belleza, y esta, como el horizonte, siempre se veía lejana. La belleza la tenía los demás, y yo, me consideraba feo. Y si alguna chica me decía guapo, es porque la chica era  poco agraciada, por no decir que no era de mi gusto y por tanto  fea. A lo mejor, __pensaba__.  Mi destino es emparejarme con alguna fea, total, con las luces apagadas todas parecen iguales o al menos y de antemano tienen lo mismo. Lo malo  es que luego tienes que convivir con ella el resto del día.
La belleza sé lo que es. Tuve la suerte de nacer en una generación donde existían verdaderos sex symbol. Marilyn Monroe, Claudia Cardinale, Sopfhie Loren, Gina Lollobrigida, Brigite  Bardot, y por nombrar algunas españolas, Carmen Sevilla, Sara Montiel, o Amparo Muñoz, la única española en ganar el concurso de Miss Universo. En fin, que la que es bella se ve a la legua. Lo que pasa es que a veces, parecemos ciegos y no vemos nuestra  propia belleza.

¿Cómo podría un feo  y sin recursos económicos conquistar a la chica más guapa del mundo? __ ¿A quién a las chicas que has mencionado antes?- Se preguntaran algunos. ¡No, qué va! estas al lado de  mi gran amor, la del amor de vida, no le llegarían ni a la altura de sus sandalias. Para que alguien pueda ponerle un rostro conocido, podría  decirse que, el amor de mi  vida podría semejarse a la mezcla entre la actriz norteamericana Demi Moore, la actriz  inglesa Catherine Zeta  Yones y la actriz mexicana Salma Hayek. Aunque en honor a la verdad, el amor de mi vida nunca me ofreció un baile con una boa colgándole  del cuello  como esta última realizó en  la película “Abierto hasta el Amanecer. __¡Ala que exagerado! Tú debes ya de chochear-seguirá reprochándome  alguno. Pero no exagero. Aunque en honor a la verdad, dicha conquista no me la esperaba; pero sucedió.
Retrocedamos en el tiempo. Muchos años, a cuando yo era tan solo un adolescente. Es decir, a cuando yo tenía dieciséis años, imberbe y con algún sarpullido  de acné  por la  cara. Aquel verano me  encargaba de buscar un bajo para adecentarlo para hacer un guateque, el cual sería  el primer guateque que tuviera mi pandilla. Bastante numerosa, alrededor de veinte,  para aquellos tiempos que corrían donde solo el mero hecho de estar hablando en corrillo más de cinco personas  ya venía la policía local a disolvernos, como si aquellos chistes o anécdotas que nos contábamos, fueran armas pesadas, capaces de amenazar  un régimen  dictatorial que veía por cualquier lado fantasmas transmitiendo  sonoras hondas tipo La “Pirenaica” que era la voz de los  republicanos del exilio.
Aquella tarde de verano como digo, yo y cinco amigos más, seguramente que los más interesados en tener por primera vez un guateque, nos dedicamos a recorrer todo  pueblo  para buscar y tratar de alquilar un bajo donde poder ubicarnos las próximas fiestas. No tardamos en dar con un bajo que se alquilaba, estaba muy bien situado cerca de la Avenida, que por su gran cantidad de tiendas y demás clases de negocios, es la arteria principal del municipio. De modo que, siguiendo con las instrucciones que anunciaba el cartel nos dirigimos hasta la casa  del propietario. Llamé al timbre y apareció apara abrirnos la flor más linda que mis ojos jamás vieran. Era ella; pero al indicarle los propósitos que nos habían guiado hasta allí, se metió para adentro y enseguida salió a preguntarnos su padre de qué queríamos. Y al indicarle nuestros  propósitos, el hombre, con semblante serio se negó en rotundo, pues por lo visto, el tener una peña en su bajo no es que precisamente le entusiasmara demasiado, dándonos calabazas, alegando que aquel bajo sólo  pensaba alquilarlo para realizar en él algún tipo de negocio. Nos fuimos bastante decepcionados por aquella decisión, pues pensamos que, si todos los propietarios de locales pensaban lo mismo, romperían por completo todas nuestras ilusiones de tener una peña.
Por fortuna pudimos alquilar un bajo. Este se encontraba en un lugar  bastante apartado, la calle era estrecha y en pendiente y el bajo en cuestión era una leñera, llena de telarañas y humedades la cual, nos llevó bastante tiempo adecentarla; pero al final, lo logramos. Y con los farolillos de colores, las guirnaldas atravesando el techo y las paredes repletas de posters con chicas en biquini, podía decirse que aquello era una peña, ¡de chicos claro está!

Llegaron las fiestas y mira por donde, y en un momento en que iba acompañado de un solo amigo, vi, a la flor de mi vida que a su vez, iba acompañada de otra chica de su misma edad y que a la postre, resultó que eran una de sus amigas. Ni corto ni perezoso le indique que habíamos conseguido hacer la peña y que me haría gran ilusión si vinieran para que la conocieran. Recuerdo que ambas se quedaron mirando una a la otra como preguntándose ¿Qué hacemos? Y por lo visto, como no tenían un plan mejor, decidieron acompañarnos.  Casualmente la peña estaba vacía, y si no lo estaba  el caso es que los que hubiera se fueron. La música del tocadiscos estaba puesta, quizá en aquellos momentos estaba girando la canción  de “palomitas de maíz”, que era una canción de éxito en aquel verano. No recuerdo la próximas  canciones de que estilo eran, es decir si la de bailar sueltos o agarrados; pero el caso es que aquel ambiente, invitaba al baile y le propuse bailar, cosa que accedió. Estuvieron poco tiempo, pues un grupo de amigos alborotando  hicieron acto de presencia y ambas, aprovecharon la ocasión como al final pensé para darse el bote. Quizá ni la peña ni nosotros les hemos causado gran impacto, me dije; pero como las fiestas acababan de comenzar, pensé ingenuo de mí, que la vería en otro momento. Ese momento, nunca llegó, y acabamos haciendo buenas migas con un grupo de chicas bastante numeroso de uno de los pueblos de colonización que Ejea tiene dentro de su término territorial. Posiblemente la flor de mi vida pensó que yo estaba interesado por alguna de ellas y si encima me vio coqueteando más de la cuenta con una de ellas, más aún. El caso es que las fiestas pasaron, me divertí es cierto; pero siempre me quedó ese resquemor de donde pudo meterse sin que yo la viera.
Para mi desgracia, las cosas se me iban a complicar, sentía grandes dolores en los gemelos de las pantorrillas sin saber de dónde podían venirme dichos dolores. Mi madre me llevó a la consulta de un médico particular y este enseguida se percató de mis males, tenía pies cabos y baros. La noticia fue una pesada losa para mí, pues debería operarme de los pies, para que todos esos dolores desaparecieran.
Llegó el día  de la operación, y pese a que los cirujanos que me iban a intervenir me lo pintaron como una operación que no tenía ningún tipo de complicación, lo cierto es que cuando salí de la anestesia sentía en  mis pies unos dolores terribles, dolores que durarían algunos meses y que a mí, me parecieron años eternos. Pasados unos meses cuando ya me quitaron las  escayolas que me llegaban hasta la altura de los muslos y me dejaron la escayola solamente en los pies con una especie de tacón de goma para que pudiera caminar ayudado con las muletas, fue un gran alivio, pues una de las cosas que más me molestaban de la escayola eran los intensos picores que esta producía, y la única manera de aliviar dicho picor era introduciéndome una aguja de las de hacer jerséis para poderme rascar.
 Recuerdo que sería ya bien entrada la primavera cuando por primera vez, y animado por mi hermana, decidí salir de casa para dar un paseo. Era domingo, y sentado en un banco de  la Avenida, volví a ver de nuevo a la flor de mi vida que acompañaba a su abuela a misa de la iglesia del Salvador. En esos momentos aún me pareció más bella. Nuestras miradas chocaron de una manera electrizante; pero quizá, debido a la distancia que la vi, unos treinta metros, no me dedicó ningún tipo de saludo, y yo, hice lo propio. Mas en esos momentos pensé: ¿Cómo esa chica tan guapa iba a fijarse en mí? Seguramente utilizando la inteligencia practica, lo hará como casi todas las chicas guapas hacen, que es,  fijarse en algún chico cuyos padres sean ricos, pues seguro que con el tiempo ellos acabarán siéndolo también al heredar sus negocios o parte de su fortuna. ¡Qué desgraciado soy ¡- me lamentaba; pero la vida a veces es injusta y esa, para mí era la mayor de sus injusticias. En fin, lo mejor sería tratar de olvidarla. Aquello era un amor imposible, una montaña demasiado alta para poder encumbrarla, y más en aquellas condiciones de invalidez en las que me encontraba.
 
No hay mal que cien años dure,  me quitaron las escayolas de los pies y ya podía caminar  sin ningún tipo de ayuda, aunque  primero tuve que aprender a andar, pues por curioso que parezca, ese ejercicio tan sencillo, se me había olvidado.
No tarde en recuperar toda mi fuerza y agilidad; pero esta debía de proyectarla en ejercer algún tipo de trabajo, y el primero que se me ofreció fue el de ir a cortar pinos al Pirineo catalán para abastecer de madera las serrerías que se encontraban en Solsona. Nos llevaron concretamente  a  Carals. Lugar que luego sería famoso por ser precisamente en dicha localidad donde veraneaba el presidente de la Generalitat de Cataluña, Jordi Puyol-gracias seguramente a sus ingresos ilícitos del tres por ciento.
Aquella aventura duró poco, pues el que nos ofreció el trabajo, un vividor,  no nos dijo que no pensaba pagarnos, alegando que primero había que pagar las mantas, los colchones,  las hachas  o la comida que necesitábamos en la casucha de madera donde nos alojábamos y que sería de algún payes que tendría sus vacas desperdigadas por aquellos bosques.
De aquel trabajo salí lo comido por lo servido; pero éramos jóvenes, y yo con mis diecisiete años pensaba que me podía comer el mundo. Nos trasladamos hasta Tarragona, allí, por lo que nos habían contado, no tendríamos ninguna dificultada en encontrar un empleo. De hecho, así fue, ya que en el puerto  había un cartel en el que indicaba que se buscaban trabajadores. Tres de los que iniciamos aquella aventura, nos ofrecimos para trabajar; pero los dos restantes, por lo visto no entraban en sus planes el estar todo el día con pico y pala para primero arrancar una vieja vía de tren que accedía hasta el puerto. Pues allí, Dragados y Construcciones,  llevaba pensado el construir unos silos metálicos. Yo aguanté; pero los otros dos, debido a sus nociones de  soldadura, decidieron probar suerte en la refinería de petróleo, y aquel que no superó la prueba como soldador lo admitieron como ayudante. El caso es que me dejaron solo, y a modo de mofa me decían: Tú  Manolo, tira a picar a la vía. Y yo estaba dispuesto a comerme el mundo, ¿Qué me importaba a mí que fuera el picar  en una vía para quitar sus viejas y corroídas traviesas o el permanecer de ayudante de un grupo de encofradores?
Yo la vida me la organicé bastante  bien, todas las tardes, cuando acababa con la faena,  más o menos sobre las seis de la tarde me cogía mi  mochilita que ponía inscrito Carnabi Street, me metía dentro una toalla de baño y me acercaba hasta la playa  situada cerca del hotel Tarraco. Siempre ocupaba el mismo lugar, por lo que no tardé en entablar una pequeña amistad con algunas chicas que allí iban fundamentalmente para tomar  sus sesiones de bronceado. Posiblemente, me decía: alguna de estas chicas puede ser mi pareja; pero eso nunca sucedió, pues un día cuando llegué  a la pensión después de disfrutar de mi baño, me dijo con voz solemne  y a modo de sentencia  la dueña de dicha pensión, una anciana que seguramente  alquilaba parte de las habitaciones de su piso con el objetivo de llegar más holgadamente a fin de mes, que no iba a tener más remedio que despacharme, debido a que mi madre no paraba de llamarla diciendo que, si no volvía para mi casa que mandaría a la guardia civil para que me obligara, argumentando que tenía noticias de que con algunos de los que me había marchado eran unas balas perdidas, y como madre, supongo que se preocuparía no fuese a darse el caso en que yo me convirtiera como alguno de esos balas. La dueña de la pensión, le decía para tranquilizar  a mi madre  que Manuel era un chico muy formal, que trabajaba y que en aquella pensión no había ninguna de esas personas de las que le hablaba. No obstante mi madre insistía, en que yo era menor de edad y que debería de volver a casa lo antes posible, pues por lo visto ya me tenían buscado hasta un trabajo en el pueblo. Me despedí del trabajo y marché para el pueblo con algún dinero ahorrado; pues  nunca fui amigo de los gastos superfluos, por no decir caprichitos tontos. El trabajo en cuestión era la de fontanero calefactor en un edificio, que en aquellos tiempos iba a ser el edificio más grande de todo el pueblo con ciento veinte pisos, y aún hoy sigue siendo el edificio más habitado.
Yo era joven y fuerte, y gracias a eso pude soportar aquel trabajo. Pues el subir botellas de acetileno y oxigeno, que es lo que empleábamos para soldar las tuberías que daban conexión a los radiadores hasta un cuarto o quinto piso a hombros, eso machaca a cualquiera. Por no decir la de instalar tuberías generales de diez o doce pulgadas hasta lo alto del techo con la ayuda únicamente de unos potrillos, donde colocábamos unos tablones para poder llegar. El trabajo era muy duro; pero suponía que todos los trabajos en el futuro serían por el estilo, que todos tendrían su complejidad y como yo era joven, me resigné ante aquel oficio que jamás me gustó.
El tiempo pasó y después de tres meses en el pueblo,  seguía sin ver a la chica de mi vida, la que me enamoré locamente a primera vista y que parecía como si se la hubiese tragado la tierra.
Un buen día, uno de los oficiales me preguntó: Manuel, ¿te gusta el arroz con leche? Hombre_, le contesté, el que hace mi madre de vez en cuando sí que me gusta ¿por?-pregunté_. Es que la dueña de las habitaciones donde dormimos nos ha dicho que hoy nos iba a hacer arroz con leche y si te gusta, puedes venir con nosotros después de que acabemos con la jornada de trabajo_. Bueno, no me importaría ir, total, no tengo otra cosa mejor que hacer-contesté.
Llegó la hora señalada y nos dirigimos hasta el piso donde la señora en cuestión, tendría el arroz con leche preparado. Al entrar, mi sorpresa fue mayúscula, pues acompañando a la señora, estaba la amiga de la chica del cual aún seguía enamorado y que nos acompañó hasta la peña. Era su abuela quien nos iba a regalar el arroz con leche para aquella velada. Sin embargo la chica no me dijo nada, aunque a decir verdad, puso cara de sorpresa al verme después de no hacerlo en más de un año y medio.
El milagro estaba a punto de producirse, pues la chica en cuestión, nada más irme, seguramente que corrió hasta casa de su amiga para decirle que me había visto y que ya me tenía localizado. Sabía dónde y con quien trabajaba y la hora que paraba.
Al día siguiente, era sábado y los sábados, no trabajaba más que hasta el medio día; ya que los oficiales eran de fuera y se iban a sus pueblos. Ya había comenzado a cruzar una plaza  llamada de la Diputación, cuando de repente oí un ¡eh! ¡eh! Al darme por aludido, giré la cabeza y quien se aproximaba hasta mí era la flor de mi vida. No cabía de gozo en el cuerpo; pero me pregunté: ¿Qué querrá?-__ ¿A dónde vas? –preguntó__. Voy a mi casa_. ¿y por dónde vives?-insistió __. Por allá__, dije señalando, al otro lado del Gallizo de Cantores. Ala pues, que te acompaño__. Claro, como quieras- le indiqué. No recuerdo que es lo que nos pudimos decir de camino; pero aprovechando su buen estado de ánimo le indique que por qué no quedábamos a la tarde, a lo que me dijo que bueno -. Ya te espero en uno de los bancos de la Avenida que están cerca de tu casa. Aún no me explico cómo le apetecía venir conmigo y más con las pintas que llevaba; Pero la cosa iba a cambiar, pues a la tarde me colocaría mis mejores galas, ya que mi hermana la pequeña que tiene tres años más que yo, trabajaba en una boutique, y siempre reservaba para mí la última novedad, desde camisas de sedas, hasta pantalones de las más prestigiosas marcas. Aquella tarde me coloqué un pantalón acampanado de color azul marino, sin bolsillos de la marca cronny y una camisa blanca de manga corta abotonada con un cocodrilo con La insignia de la coste a la altura del corazón. Colgando de mí cuello llevaba  el cordón de oro con  cruz, y en mi muñeca izquierda, el reloj de oro de la marca omega que mi madre, pese a negarme en rotundo, por su disparatado coste me compró para mis diecisiete cumpleaños y, que aún, lo estaba pagando a plazos.
 Llegué hasta la Avenida, y en uno de los bancos cercanos a su domicilio me senté a esperar. ¡Qué largo se me hacía el tiempo! ¡Una eternidad! Por lo que mi estado de ánimo decayó, pues pensé que aquello sería sólo fruto de un sueño. Un fantástico y alucinador sueño juvenil que mi mente había forjado, y que al despertar, me encontraría como un insignificante  pedacito de vidrio, después de haber sido arrojada  violentamente la botella de mis ilusiones contra el suelo.
 
Un sudor frío comenzó a perlar mi frente, y  un peso se apoderó de mi angustiado corazón hasta el punto de que podía sentir sus cuarenta  pulsaciones por minuto. Me sentía ridículo, sentado en aquel banco  observando una ventana que tenía corridas sus cortinas y que hasta el momento, no había atisbado en ellas el menor movimiento. Le dije que la esperaría; pero el problema es que no quedamos a una hora  concreta ¿Pero por qué no se asomaba? Si se acercara a la ventana me vería ¿O es que acaso me encontraba tan cambiado que ya no me conocía? Allí estaba pulcro como un principito, cuando hacía tan sólo unas horas podría parecerme a un mendigo de los del montón; Pero es que para trabajar, en algo sucio, no puedes ir de punta en blanco. El hombre y sus circunstancias, y mis circunstancias  estaban justificadas. Posiblemente me recordaría como el día en la que tuve con ella mi primer baile en la peña; pero el pantalón vaquero a rayas, ya había dado demasiado de sí y había decidido jubilarlo, lo mismo que el cinturón ancho con hebilla de timón.
A estas alturas de mi diálogo  creo conveniente decir de cómo era yo en realidad, que aspecto podía tener con dieciocho años. Yo a mi entender, podría decirse que podría parecerme a la mezcla de un  Richard Gere, Antonio Banderas,  y el malogrado cantante británico Freddie Mercury en una época en la que me dejé bigote. Aunque una chica en una ocasión, en la que yo iba vestido de punta en blanco, la chica en esta ocasión bastante guapa, tuvo conmigo el atrevimiento de decirme que me parecía un montón al actor norteamericano protagonista de la serie televisiva  “Corrupción en Miami” Don Jhon. Todo un elogio por su parte, sí señor.


_¡Hombre, así cualquiera pude realizar una conquista!-- se dirá más de alguno; Pero en aquellos tiempos yo les hubiese preguntado: ¿Acaso estos hombres que acabo de mencionar son guapos? Tampoco es que presuma  de haber sido un Rodolfo Valentino, que fue el primer sex-symbol del cine mundial, o a los que en su día fueron considerados como los hombres más atractivos o guapos del mundo, como el actor británico Roger Moore, a su compatriota y cantante  Engelbert Humperdinck o al llamado rey del rock el norteamericano Elvis Presley.
Unas nubes, como ovejitas blancas de un inmenso rebaño, aparecieron por el azulado cielo. Las ovejas de San Pedro que decía mi abuela, para referirse a esa clase de meteoros. Y observándolas, a lo que me di cuenta, allí estaba, a tres metros de mí ofreciéndome la mejor de sus sonrisas. ¡Era ella  no me cabía la menor duda! La reina de las flores del Jardín del Paraíso.


Me levanté como si una especie de resorte me catapultara  hasta plantarme a un escaso metro de ella, y pese a la distancia, pude claramente  sentir  la fragancia de su perfume ¿O era ella misma quien  desprendía dicho perfume?
Caminamos  con dirección  al Ayuntamiento, y después decidimos bajar paseando por la avenida hasta llegar hasta  el parquecillo de la Iglesia del Salvador. Ahora, reconozco mi egoísmo, por ser yo quien hablara todo el rato, y ella, quizá con exceso de paciencia aguantaba todas las naderías que le contaba. Supongo que le contaría toda mi vida a modo de resumen. El problema, es que de ese primer paseo, poco más pude saber de ella.
¡Ah, lo que es el amor! Esa noche tan apenas pude conciliar el sueño. Su imagen se me quedó grabada en la mente como una especie de filmina proyectada contra la  blanca pantalla, de la que ni podía, ni quería se esfumase. Tan sólo deseaba que pasara rauda la noche y que llegara pronto el atardecer del domingo. Pues tonto de  mí, di por sentado que en el mismo lugar y sobre la misma hora, la estaría esperando para poder saborear el gozo de  otro paseo. Y la esperé; pero ella, no bajaba. Otra vez empezó a forjarse en mi mente el negro torbellino de la duda, y tan sólo estaba esperando  una quimera. Un vacío cruel se adueñó de mi corazón. Estaba derrotado. ¿Pero en qué había fallado? Me preguntaba una y otra vez; Si no le gusté, después de haberle contado mi vida, me lo podía haber dicho, estaba en su derecho. Quizá se pensó de mí una cosa y luego le resulté ser muy diferente. Sé que no era excesivamente guapo, sé que era excesivamente humilde; pero era joven y le ofrecía mi juventud y mi amor. Un amor para toda la vida, a cambio… a cambio de un beso. Con ello, me hubiese conformado.

Negros nubarrones circundaban mi mente. La gente o transeúntes que pasaban por delante de mí, parecían fantasmas salidos de ultratumba. Todos pasaban sin decir ni un adiós Y no lo decían –pensaba- porque yo no estaba allí. Tan sólo era un espíritu errante e invisible a los ojos de un mundo materialista, donde cada uno va  as u bola, o sus cargas interiores le impedían ver  a una persona. Una persona solitaria ocupando un banco solitario del que nadie solicitaba sentarse.
 ¡Ya me parecía a mí que era todo demasiado bonito para ser verdad! _Me lamentaba. Lo de antes de ayer  y ayer tan solo fue un sueño. Una fantasía falaz que mi mente había cocinado con escasos ingredientes. ¿Pero como esa chica tan inmensamente guapa iba a pretender ir contigo? Tú estás loco Manolo. Olvídala que lo que pretendes es un imposible, y agua que no has de beber déjala correr. De modo que hablando conmigo mismo, me levante del solitario banco con la única intención de irme a mi casa, subir hasta mi dormitorio y en la intimidad de las sábanas, dejar que aflorasen todas las lágrimas del manantial de mi alma, hasta que mis ojos quedasen tan secos como   viento siroco de un desierto.
Ya había comenzado a dar mis primeros pasos cuando por el rabillo del ojo, la vi ¡Había bajado! ¿Pero por qué pese a verme parecía tomar la bocacalle de la derecha, si yo estaba prácticamente en frente? Sin saber  cómo, me dirigí hasta su altura y le pregunté  ¿A dónde ibas? –A casa de mi amiga-contestó _. ¡Ah! Si te vas a casa de tu amiga, pues que te vaya bien. Contesté con resignación de mártir. Y como seguramente me vio un tanto afligido  se apresuró a decir: bueno, pero como estas aquí,  dejaré lo que le tengo que decir a  mi amiga para otro momento.
¿Entonces te vienes conmigo  a pasear?  No me respondió, simplemente se limitó a hacer un mohín con los labios; pero ya cambiando de dirección.
Tras los primeros pasos, quise cerciorarme de que aquello no era una alucinación fruto de mis ardientes deseos. Por eso, en un acto reflejo, la tomé de la mano. Al sentir mi mano sobre la suya, debió sentir un ligero estremecimiento, pues noté que le temblaba; pero ese estremecimiento duró poco, quizá la tranquilizó los cinco corazoncitos  instalados en las yemas de mis dedos. La había tomado de la mano, y por esa conexión corpórea, pensé que podía ser la puerta por donde podía entrar definitivamente en su corazón. No me desprendí de su mano en lo que duró nuestro paseo. Y tan sólo tuve que desprenderme de tan codiciada reliquia al dejarla en la puerta de su casa. Eran tiempos en que al igual que la cenicienta perdía su encanto a las doce de la noche. Mi princesa debía de estar en su casa como cualquier chica honrada a las diez de la noche. Y esa norma, por estúpida que ahora pueda parecerme,  debía respetarla. Lo positivo de aquel paseo es que  pude conocer un poco más sobre su vida y lo que podía ser su futuro. Me indicó que aquel año terminaría en el instituto y que pensaba estudiar la carrera de Magisterio. Ya que esa es la profesión que le gustaba. Lo malo es que dicha carrera la emprendería en Zaragoza, ya que allí tenía unos tíos hermanos de su padre y por lo visto ya habían quedado en que se alojaría  con ellos en la casa de la Parroquia de Torrero, donde ejercía como sacerdote el hermano. La otra tía era soltera  y creo que jamás tubo novio, ni amante ni nada que se le parezca. Aunque ejercía como una auténtica madre de unos sobrinos que, por desgracia, quedaron huérfanos.
El domingo siguiente, la invité al cine, y como mi domicilio distaba del cine a escasos cuatrocientos metros, cuando la película terminó, le propuse conocer a mis padres, cosa que accedió. Tuve la suerte de que mi padre acababa de hacer una tortilla de patata y eso, es lo que precisamente merendamos.
Esa misma semana, en unos de nuestros rutinarios paseos, me comentó la posibilidad de que conociera a su familia y al mismo tiempo me invitaba a que comiera en su casa. Aquella proposición me pareció como una forma de devolverme el favor de la tortilla de patata; pero tuve miedo, un miedo atroz a ser rechazado por su familia. La propuesta quedó un poco suspendida en aire; pero al comentárselo a mi madre, enseguida me dijo que no podía ir a su casa con aquellos pelos, que lo primero que tendría que hacer es cortármelos, y hasta me propuso que sería su peluquera quien me lo cortaría. ¡Mi pelo! Mis bonitos y ondulados cabellos castaños. Con lo que me había costado dejármelo largo, dos años al menos, justo desde que dejé de estudiar en Valencia.
La sesión de peluquería llegó. Y cuando comprobé mi nuevo look, hasta lloré. Aunque la peluquera, me dijo que, así estaba más guapo ya que  tenía una nuca muy favorecedora.
Cuando aquel domingo me presenté en su casa para comer, al presentarme,  indiqué a su padre que estaba enamorado de su hija y este, frío como un tolmo de hielo, me contestó que, “desgraciadamente con amor no se comía”. Aquella contestación me frustró, pues por lo visto, la inteligencia practica en esta ocasión quien la estaba ejerciendo era su propio padre. Más  por paradojas del destino, acabé trabajando en la fábrica donde él trabajaba y ocupando su misma fresadora; pues los inviernos los pasaba fatal y cogía muchas bajas, debido a que tenía un pulmón seco debido a  un resfriado mal curado cuando hizo  el servicio militar en Jaca.
 La cosa no fue a mayores y la comida por lo que pude comprobar, era una de esas que se exponen en la mesa en los días señalados en el calendario como “excepcionales.”
Nuestro noviazgo había quedado poco más o menos sellado aquel día; Pero sin embargo, no se lo había preguntado a ella. ¿Querría ser mi novia?
Al domingo siguiente en la discoteca se lo pregunté: ¿Quieres ser mi novia?
Me miró fijamente a los ojos y me contestó con un escueto, sí. Era cuanto deseaba oír. No hacía falta que mostrase un gran júbilo, quizá, debido a su timidez, no quiso darse a entender entre tanta gente joven, como en aquellos momentos nos rodeaba.
 
Acabados sus estudios de instituto, por cierto que con muy buena nota, y al llegar el  mes de octubre, inició sus estudios académicos en la universidad. Ya nuestros encuentros se limitaron a un sólo día a la semana, concretamente el domingo, por lo cual debía irme en el primer autobús hasta Zaragoza y luego volver en el último autobús que salía hasta Ejea, a las ocho de la  tarde. De modo que, a lo que mejor me encontraba con ella, tenía que volverme al no contar con un vehículo propio.
Aquello era un problema; pero dicho problema se resolvería al sacarme el carnet de conducir y comprarme coche. Un coche que si todavía  existe y hablara, la de maravillas que podría contar, pues fue nuestro nido de amor. Ya después vino todo rodado, ella terminó sus estudios, llegaron nuestros cuatro hijos y demostró que, además de ser una excelente madre, fue  y es la mejor esposa que se puede encontrar. Ya llevamos felizmente casados treinta y nueve años. Y el tiempo que nos quede de vida, permaneceremos unidos y amándonos.

Ya sabemos que, hasta la más bella de las flores,  acaba por marchitarse. Y la belleza en la mujer también pasa su factura; Pero hay una cosa que tengo clara, si Dios volviese a concederme una segunda juventud, volvería a casarme con la mujer más guapa no sólo del mundo, sino de todo el universo.

 

Manuel Guerrero

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