¡Y ahora qué!
LA RESPUESTA
ESTÁ POR VER
¡Y ahora qué! Me faltan tres
telediarios y aún no he saboreado la verdadera guinda de la tarta de mi vida. Me indican que está en
camino y que viene hasta con dedicatoria. Supongo que será un “Felicidades y
que cumplas muchos más”
Aunque lo que más me gustaría en
estos momentos mientras llega, es retroceder en el tiempo para poderlo saborear.
El otro día tuve un sueño que fue
algo revelador. Caminando llegaba al cielo, arrastrando un globo tipo salchicha
de aproximadamente un metro de largo. En su interior, había un liquido viscoso de
color amarillo, y escrito en tinta negra había una frase “Esta es mi juventud”
Dios salió a recibirme y tras ofrecerme
un cordial saludo me dijo: bueno, ya que estás aquí, estoy en condiciones de poder
ofrecerte un deseo. De modo que pídelo, y dicho deseo te será concedido. No lo
dudé, y presto, le indiqué a Dios:
desearía tener una segunda juventud. Entonces Dios, se acercó hasta el globo
que arrastraba, lo dobló y haciendo un nudo en el globo donde ponía inscrito: esta
es mi juventud, quedó dividido en dos. Tu deseo – dijo Dios-, te ha sido
concedido. Ya lo veo-contesté con resignación. Aunque pensé que con aquella
estratagema de dividir en dos mi preciosa juventud poco o nada podía ya hacer,
pues como el viento que pasa arrastrando nubes, la juventud pasa y son nubes
del recuerdo.
A lo largo de mi vida, lo que más he
exaltado, venerado e incluso amado, es a la belleza, y esta, como el horizonte,
siempre se veía lejana. La belleza la tenía los demás, y yo, me consideraba
feo. Y si alguna chica me decía guapo, es porque la chica era poco agraciada, por no decir que no era de mi
gusto y por tanto fea. A lo mejor, __pensaba__. Mi destino es emparejarme con alguna fea,
total, con las luces apagadas todas parecen iguales o al menos y de antemano
tienen lo mismo. Lo malo es que luego
tienes que convivir con ella el resto del día.
La belleza sé lo que es. Tuve la
suerte de nacer en una generación donde existían verdaderos sex symbol. Marilyn
Monroe, Claudia Cardinale, Sopfhie Loren, Gina Lollobrigida, Brigite Bardot, y por nombrar algunas españolas,
Carmen Sevilla, Sara Montiel, o Amparo Muñoz, la única española en ganar el
concurso de Miss Universo. En fin, que la que es bella se ve a la legua. Lo que
pasa es que a veces, parecemos ciegos y no vemos nuestra propia belleza.
¿Cómo podría un feo y sin recursos económicos conquistar a la
chica más guapa del mundo? __ ¿A quién a las chicas que has mencionado antes?-
Se preguntaran algunos. ¡No, qué va! estas al lado de mi gran amor, la del amor de vida, no le
llegarían ni a la altura de sus sandalias. Para que alguien pueda ponerle un rostro
conocido, podría decirse que, el amor de
mi vida podría semejarse a la mezcla
entre la actriz norteamericana Demi Moore, la actriz inglesa Catherine Zeta Yones y la actriz mexicana Salma Hayek. Aunque
en honor a la verdad, el amor de mi vida nunca me ofreció un baile con una boa colgándole
del cuello como esta última realizó en la película “Abierto hasta el Amanecer. __¡Ala
que exagerado! Tú debes ya de chochear-seguirá reprochándome alguno. Pero no exagero. Aunque en honor a la
verdad, dicha conquista no me la esperaba; pero sucedió.
Retrocedamos en el tiempo. Muchos
años, a cuando yo era tan solo un adolescente. Es decir, a cuando yo tenía
dieciséis años, imberbe y con algún sarpullido
de acné por la cara. Aquel verano me encargaba de buscar un bajo para adecentarlo
para hacer un guateque, el cual sería el
primer guateque que tuviera mi pandilla. Bastante numerosa, alrededor de
veinte, para aquellos tiempos que
corrían donde solo el mero hecho de estar hablando en corrillo más de cinco
personas ya venía la policía local a
disolvernos, como si aquellos chistes o anécdotas que nos contábamos, fueran
armas pesadas, capaces de amenazar un
régimen dictatorial que veía por
cualquier lado fantasmas transmitiendo
sonoras hondas tipo La “Pirenaica” que era la voz de los republicanos del exilio.
Aquella tarde de verano como digo, yo
y cinco amigos más, seguramente que los más interesados en tener por primera
vez un guateque, nos dedicamos a recorrer todo pueblo para buscar y tratar de alquilar un bajo donde
poder ubicarnos las próximas fiestas. No tardamos en dar con un bajo que se
alquilaba, estaba muy bien situado cerca de la Avenida, que por su gran
cantidad de tiendas y demás clases de negocios, es la arteria principal del
municipio. De modo que, siguiendo con las instrucciones que anunciaba el cartel
nos dirigimos hasta la casa del
propietario. Llamé al timbre y apareció apara abrirnos la flor más linda que
mis ojos jamás vieran. Era ella; pero al indicarle los propósitos que nos
habían guiado hasta allí, se metió para adentro y enseguida salió a
preguntarnos su padre de qué queríamos. Y al indicarle nuestros propósitos, el hombre, con semblante serio se
negó en rotundo, pues por lo visto, el tener una peña en su bajo no es que
precisamente le entusiasmara demasiado, dándonos calabazas, alegando que aquel
bajo sólo pensaba alquilarlo para
realizar en él algún tipo de negocio. Nos fuimos bastante decepcionados por
aquella decisión, pues pensamos que, si todos los propietarios de locales
pensaban lo mismo, romperían por completo todas nuestras ilusiones de tener una
peña.
Por fortuna pudimos alquilar un bajo.
Este se encontraba en un lugar bastante
apartado, la calle era estrecha y en pendiente y el bajo en cuestión era una
leñera, llena de telarañas y humedades la cual, nos llevó bastante tiempo
adecentarla; pero al final, lo logramos. Y con los farolillos de colores, las
guirnaldas atravesando el techo y las paredes repletas de posters con chicas en
biquini, podía decirse que aquello era una peña, ¡de chicos claro está!
Llegaron las fiestas y mira por
donde, y en un momento en que iba acompañado de un solo amigo, vi, a la flor de
mi vida que a su vez, iba acompañada de otra chica de su misma edad y que a la
postre, resultó que eran una de sus amigas. Ni corto ni perezoso le indique que
habíamos conseguido hacer la peña y que me haría gran ilusión si vinieran para
que la conocieran. Recuerdo que ambas se quedaron mirando una a la otra como
preguntándose ¿Qué hacemos? Y por lo visto, como no tenían un plan mejor,
decidieron acompañarnos. Casualmente la
peña estaba vacía, y si no lo estaba el
caso es que los que hubiera se fueron. La música del tocadiscos estaba puesta,
quizá en aquellos momentos estaba girando la canción de “palomitas de maíz”, que era una canción de
éxito en aquel verano. No recuerdo la próximas
canciones de que estilo eran, es decir si la de bailar sueltos o
agarrados; pero el caso es que aquel ambiente, invitaba al baile y le propuse
bailar, cosa que accedió. Estuvieron poco tiempo, pues un grupo de amigos
alborotando hicieron acto de presencia y
ambas, aprovecharon la ocasión como al final pensé para darse el bote. Quizá ni
la peña ni nosotros les hemos causado gran impacto, me dije; pero como las
fiestas acababan de comenzar, pensé ingenuo de mí, que la vería en otro
momento. Ese momento, nunca llegó, y acabamos haciendo buenas migas con un
grupo de chicas bastante numeroso de uno de los pueblos de colonización que
Ejea tiene dentro de su término territorial. Posiblemente la flor de mi vida
pensó que yo estaba interesado por alguna de ellas y si encima me vio
coqueteando más de la cuenta con una de ellas, más aún. El caso es que las
fiestas pasaron, me divertí es cierto; pero siempre me quedó ese resquemor de
donde pudo meterse sin que yo la viera.
Para mi desgracia, las cosas se me
iban a complicar, sentía grandes dolores en los gemelos de las pantorrillas sin
saber de dónde podían venirme dichos dolores. Mi madre me llevó a la consulta
de un médico particular y este enseguida se percató de mis males, tenía pies
cabos y baros. La noticia fue una pesada losa para mí, pues debería operarme de
los pies, para que todos esos dolores desaparecieran.
Llegó el día de la operación, y pese a que los cirujanos
que me iban a intervenir me lo pintaron como una operación que no tenía ningún
tipo de complicación, lo cierto es que cuando salí de la anestesia sentía en mis pies unos dolores terribles, dolores que
durarían algunos meses y que a mí, me parecieron años eternos. Pasados unos
meses cuando ya me quitaron las
escayolas que me llegaban hasta la altura de los muslos y me dejaron la
escayola solamente en los pies con una especie de tacón de goma para que
pudiera caminar ayudado con las muletas, fue un gran alivio, pues una de las
cosas que más me molestaban de la escayola eran los intensos picores que esta producía,
y la única manera de aliviar dicho picor era introduciéndome una aguja de las
de hacer jerséis para poderme rascar.
Recuerdo que sería ya bien entrada la
primavera cuando por primera vez, y animado por mi hermana, decidí salir de
casa para dar un paseo. Era domingo, y sentado en un banco de la Avenida, volví a ver de nuevo a la flor de
mi vida que acompañaba a su abuela a misa de la iglesia del Salvador. En esos
momentos aún me pareció más bella. Nuestras miradas chocaron de una manera
electrizante; pero quizá, debido a la distancia que la vi, unos treinta metros,
no me dedicó ningún tipo de saludo, y yo, hice lo propio. Mas en esos momentos
pensé: ¿Cómo esa chica tan guapa iba a fijarse en mí? Seguramente utilizando la
inteligencia practica, lo hará como casi todas las chicas guapas hacen, que es, fijarse en algún chico cuyos padres sean
ricos, pues seguro que con el tiempo ellos acabarán siéndolo también al heredar
sus negocios o parte de su fortuna. ¡Qué desgraciado soy ¡- me lamentaba; pero
la vida a veces es injusta y esa, para mí era la mayor de sus injusticias. En
fin, lo mejor sería tratar de olvidarla. Aquello era un amor imposible, una
montaña demasiado alta para poder encumbrarla, y más en aquellas condiciones de
invalidez en las que me encontraba.
No hay mal que cien años dure, me quitaron las escayolas de los pies y ya
podía caminar sin ningún tipo de ayuda,
aunque primero tuve que aprender a
andar, pues por curioso que parezca, ese ejercicio tan sencillo, se me había
olvidado.
No tarde en recuperar toda mi fuerza
y agilidad; pero esta debía de proyectarla en ejercer algún tipo de trabajo, y
el primero que se me ofreció fue el de ir a cortar pinos al Pirineo catalán
para abastecer de madera las serrerías que se encontraban en Solsona. Nos
llevaron concretamente a Carals. Lugar que luego sería famoso por ser
precisamente en dicha localidad donde veraneaba el presidente de la Generalitat
de Cataluña, Jordi Puyol-gracias seguramente a sus ingresos ilícitos del tres
por ciento.
Aquella aventura duró poco, pues el
que nos ofreció el trabajo, un vividor, no nos dijo que no pensaba pagarnos, alegando
que primero había que pagar las mantas, los colchones, las hachas
o la comida que necesitábamos en la casucha de madera donde nos
alojábamos y que sería de algún payes que tendría sus vacas desperdigadas por
aquellos bosques.
De aquel trabajo salí lo comido por
lo servido; pero éramos jóvenes, y yo con mis diecisiete años pensaba que me
podía comer el mundo. Nos trasladamos hasta Tarragona, allí, por lo que nos
habían contado, no tendríamos ninguna dificultada en encontrar un empleo. De
hecho, así fue, ya que en el puerto
había un cartel en el que indicaba que se buscaban trabajadores. Tres de
los que iniciamos aquella aventura, nos ofrecimos para trabajar; pero los dos
restantes, por lo visto no entraban en sus planes el estar todo el día con pico
y pala para primero arrancar una vieja vía de tren que accedía hasta el puerto.
Pues allí, Dragados y Construcciones,
llevaba pensado el construir unos silos metálicos. Yo aguanté; pero los
otros dos, debido a sus nociones de
soldadura, decidieron probar suerte en la refinería de petróleo, y aquel
que no superó la prueba como soldador lo admitieron como ayudante. El caso es
que me dejaron solo, y a modo de mofa me decían: Tú Manolo, tira a picar a la vía. Y yo estaba
dispuesto a comerme el mundo, ¿Qué me importaba a mí que fuera el picar en una vía para quitar sus viejas y corroídas
traviesas o el permanecer de ayudante de un grupo de encofradores?
Yo la vida me la organicé
bastante bien, todas las tardes, cuando
acababa con la faena, más o menos sobre
las seis de la tarde me cogía mi
mochilita que ponía inscrito Carnabi Street, me metía dentro una toalla
de baño y me acercaba hasta la playa
situada cerca del hotel Tarraco. Siempre ocupaba el mismo lugar, por lo
que no tardé en entablar una pequeña amistad con algunas chicas que allí iban
fundamentalmente para tomar sus sesiones
de bronceado. Posiblemente, me decía: alguna de estas chicas puede ser mi
pareja; pero eso nunca sucedió, pues un día cuando llegué a la pensión después de disfrutar de mi baño,
me dijo con voz solemne y a modo de
sentencia la dueña de dicha pensión, una
anciana que seguramente alquilaba parte
de las habitaciones de su piso con el objetivo de llegar más holgadamente a fin
de mes, que no iba a tener más remedio que despacharme, debido a que mi madre
no paraba de llamarla diciendo que, si no volvía para mi casa que mandaría a la
guardia civil para que me obligara, argumentando que tenía noticias de que con
algunos de los que me había marchado eran unas balas perdidas, y como madre,
supongo que se preocuparía no fuese a darse el caso en que yo me convirtiera
como alguno de esos balas. La dueña de la pensión, le decía para tranquilizar a mi madre que Manuel era un chico muy formal, que
trabajaba y que en aquella pensión no había ninguna de esas personas de las que
le hablaba. No obstante mi madre insistía, en que yo era menor de edad y que
debería de volver a casa lo antes posible, pues por lo visto ya me tenían
buscado hasta un trabajo en el pueblo. Me despedí del trabajo y marché para el
pueblo con algún dinero ahorrado; pues
nunca fui amigo de los gastos superfluos, por no decir caprichitos
tontos. El trabajo en cuestión era la de fontanero calefactor en un edificio, que
en aquellos tiempos iba a ser el edificio más grande de todo el pueblo con
ciento veinte pisos, y aún hoy sigue siendo el edificio más habitado.
Yo era joven y fuerte, y gracias a eso
pude soportar aquel trabajo. Pues el subir botellas de acetileno y oxigeno, que
es lo que empleábamos para soldar las tuberías que daban conexión a los
radiadores hasta un cuarto o quinto piso a hombros, eso machaca a cualquiera. Por
no decir la de instalar tuberías generales de diez o doce pulgadas hasta lo
alto del techo con la ayuda únicamente de unos potrillos, donde colocábamos unos
tablones para poder llegar. El trabajo era muy duro; pero suponía que todos los
trabajos en el futuro serían por el estilo, que todos tendrían su complejidad y
como yo era joven, me resigné ante aquel oficio que jamás me gustó.
El tiempo pasó y después de tres
meses en el pueblo, seguía sin ver a la
chica de mi vida, la que me enamoré locamente a primera vista y que parecía
como si se la hubiese tragado la tierra.
Un buen día, uno de los oficiales me
preguntó: Manuel, ¿te gusta el arroz con leche? Hombre_, le contesté, el que
hace mi madre de vez en cuando sí que me gusta ¿por?-pregunté_. Es que la dueña
de las habitaciones donde dormimos nos ha dicho que hoy nos iba a hacer arroz
con leche y si te gusta, puedes venir con nosotros después de que acabemos con
la jornada de trabajo_. Bueno, no me importaría ir, total, no tengo otra cosa
mejor que hacer-contesté.
Llegó la hora señalada y nos
dirigimos hasta el piso donde la señora en cuestión, tendría el arroz con leche
preparado. Al entrar, mi sorpresa fue mayúscula, pues acompañando a la señora,
estaba la amiga de la chica del cual aún seguía enamorado y que nos acompañó
hasta la peña. Era su abuela quien nos iba a regalar el arroz con leche para
aquella velada. Sin embargo la chica no me dijo nada, aunque a decir verdad,
puso cara de sorpresa al verme después de no hacerlo en más de un año y medio.
El milagro estaba a punto de producirse,
pues la chica en cuestión, nada más irme, seguramente que corrió hasta casa de
su amiga para decirle que me había visto y que ya me tenía localizado. Sabía
dónde y con quien trabajaba y la hora que paraba.
Al día siguiente, era sábado y los
sábados, no trabajaba más que hasta el medio día; ya que los oficiales eran de
fuera y se iban a sus pueblos. Ya había comenzado a cruzar una plaza llamada de la Diputación, cuando de repente
oí un ¡eh! ¡eh! Al darme por aludido, giré la cabeza y quien se aproximaba
hasta mí era la flor de mi vida. No cabía de gozo en el cuerpo; pero me
pregunté: ¿Qué querrá?-__ ¿A dónde vas? –preguntó__. Voy a mi casa_. ¿y por
dónde vives?-insistió __. Por allá__, dije señalando, al otro lado del Gallizo
de Cantores. Ala pues, que te acompaño__. Claro, como quieras- le indiqué. No
recuerdo que es lo que nos pudimos decir de camino; pero aprovechando su buen estado
de ánimo le indique que por qué no quedábamos a la tarde, a lo que me dijo que
bueno -. Ya te espero en uno de los bancos de la Avenida que están cerca de tu
casa. Aún no me explico cómo le apetecía venir conmigo y más con las pintas que
llevaba; Pero la cosa iba a cambiar, pues a la tarde me colocaría mis mejores
galas, ya que mi hermana la pequeña que tiene tres años más que yo, trabajaba
en una boutique, y siempre reservaba para mí la última novedad, desde camisas
de sedas, hasta pantalones de las más prestigiosas marcas. Aquella tarde me
coloqué un pantalón acampanado de color azul marino, sin bolsillos de la marca
cronny y una camisa blanca de manga corta abotonada con un cocodrilo con La
insignia de la coste a la altura del corazón. Colgando de mí cuello llevaba el cordón de oro con cruz, y en mi muñeca izquierda, el reloj de
oro de la marca omega que mi madre, pese a negarme en rotundo, por su
disparatado coste me compró para mis diecisiete cumpleaños y, que aún, lo estaba
pagando a plazos.
Llegué hasta la Avenida, y en uno de los
bancos cercanos a su domicilio me senté a esperar. ¡Qué largo se me hacía el
tiempo! ¡Una eternidad! Por lo que mi estado de ánimo decayó, pues pensé que
aquello sería sólo fruto de un sueño. Un fantástico y alucinador sueño juvenil que
mi mente había forjado, y que al despertar, me encontraría como un
insignificante pedacito de vidrio, después
de haber sido arrojada violentamente la
botella de mis ilusiones contra el suelo.
Un sudor frío comenzó a perlar mi frente, y un peso se apoderó de mi angustiado corazón hasta el punto de que podía sentir sus cuarenta pulsaciones por minuto. Me sentía ridículo, sentado en aquel banco observando una ventana que tenía corridas sus cortinas y que hasta el momento, no había atisbado en ellas el menor movimiento. Le dije que la esperaría; pero el problema es que no quedamos a una hora concreta ¿Pero por qué no se asomaba? Si se acercara a la ventana me vería ¿O es que acaso me encontraba tan cambiado que ya no me conocía? Allí estaba pulcro como un principito, cuando hacía tan sólo unas horas podría parecerme a un mendigo de los del montón; Pero es que para trabajar, en algo sucio, no puedes ir de punta en blanco. El hombre y sus circunstancias, y mis circunstancias estaban justificadas. Posiblemente me recordaría como el día en la que tuve con ella mi primer baile en la peña; pero el pantalón vaquero a rayas, ya había dado demasiado de sí y había decidido jubilarlo, lo mismo que el cinturón ancho con hebilla de timón.
Un sudor frío comenzó a perlar mi frente, y un peso se apoderó de mi angustiado corazón hasta el punto de que podía sentir sus cuarenta pulsaciones por minuto. Me sentía ridículo, sentado en aquel banco observando una ventana que tenía corridas sus cortinas y que hasta el momento, no había atisbado en ellas el menor movimiento. Le dije que la esperaría; pero el problema es que no quedamos a una hora concreta ¿Pero por qué no se asomaba? Si se acercara a la ventana me vería ¿O es que acaso me encontraba tan cambiado que ya no me conocía? Allí estaba pulcro como un principito, cuando hacía tan sólo unas horas podría parecerme a un mendigo de los del montón; Pero es que para trabajar, en algo sucio, no puedes ir de punta en blanco. El hombre y sus circunstancias, y mis circunstancias estaban justificadas. Posiblemente me recordaría como el día en la que tuve con ella mi primer baile en la peña; pero el pantalón vaquero a rayas, ya había dado demasiado de sí y había decidido jubilarlo, lo mismo que el cinturón ancho con hebilla de timón.
A estas alturas de mi diálogo creo conveniente decir de cómo era yo en
realidad, que aspecto podía tener con dieciocho años. Yo a mi entender, podría
decirse que podría parecerme a la mezcla de un
Richard Gere, Antonio Banderas, y
el malogrado cantante británico Freddie Mercury en una época en la que me dejé bigote. Aunque una chica en una
ocasión, en la que yo iba vestido de punta en blanco, la chica en esta ocasión
bastante guapa, tuvo conmigo el atrevimiento de decirme que me parecía un
montón al actor norteamericano protagonista de la serie televisiva “Corrupción en Miami” Don Jhon. Todo un
elogio por su parte, sí señor.
_¡Hombre, así cualquiera pude
realizar una conquista!-- se dirá más de alguno; Pero en aquellos tiempos yo
les hubiese preguntado: ¿Acaso estos hombres que acabo de mencionar son guapos?
Tampoco es que presuma de haber sido un
Rodolfo Valentino, que fue el primer sex-symbol del cine mundial, o a los que
en su día fueron considerados como los hombres más atractivos o guapos del
mundo, como el actor británico Roger Moore, a su compatriota y cantante Engelbert Humperdinck o al llamado rey del
rock el norteamericano Elvis Presley.
Unas nubes, como ovejitas blancas de
un inmenso rebaño, aparecieron por el azulado cielo. Las ovejas de San Pedro
que decía mi abuela, para referirse a esa clase de meteoros. Y observándolas, a
lo que me di cuenta, allí estaba, a tres metros de mí ofreciéndome la mejor de
sus sonrisas. ¡Era ella no me cabía la
menor duda! La reina de las flores del Jardín del Paraíso.
Me levanté como si una especie de
resorte me catapultara hasta plantarme a
un escaso metro de ella, y pese a la distancia, pude claramente sentir
la fragancia de su perfume ¿O era ella misma quien desprendía dicho perfume?
Caminamos con dirección
al Ayuntamiento, y después decidimos bajar paseando por la avenida hasta
llegar hasta el parquecillo de la
Iglesia del Salvador. Ahora, reconozco mi egoísmo, por ser yo quien hablara
todo el rato, y ella, quizá con exceso de paciencia aguantaba todas las
naderías que le contaba. Supongo que le contaría toda mi vida a modo de
resumen. El problema, es que de ese primer paseo, poco más pude saber de ella.
¡Ah, lo que es el amor! Esa noche tan
apenas pude conciliar el sueño. Su imagen se me quedó grabada en la mente como
una especie de filmina proyectada contra la
blanca pantalla, de la que ni podía, ni quería se esfumase. Tan sólo
deseaba que pasara rauda la noche y que llegara pronto el atardecer del
domingo. Pues tonto de mí, di por
sentado que en el mismo lugar y sobre la misma hora, la estaría esperando para
poder saborear el gozo de otro paseo. Y
la esperé; pero ella, no bajaba. Otra vez empezó a forjarse en mi mente el negro
torbellino de la duda, y tan sólo estaba esperando una quimera. Un vacío cruel se adueñó de mi
corazón. Estaba derrotado. ¿Pero en qué había fallado? Me preguntaba una y otra
vez; Si no le gusté, después de haberle contado mi vida, me lo podía haber
dicho, estaba en su derecho. Quizá se pensó de mí una cosa y luego le resulté
ser muy diferente. Sé que no era excesivamente guapo, sé que era excesivamente
humilde; pero era joven y le ofrecía mi juventud y mi amor. Un amor para toda
la vida, a cambio… a cambio de un beso. Con ello, me hubiese conformado.
Negros nubarrones circundaban mi
mente. La gente o transeúntes que pasaban por delante de mí, parecían fantasmas
salidos de ultratumba. Todos pasaban sin decir ni un adiós Y no lo decían
–pensaba- porque yo no estaba allí. Tan sólo era un espíritu errante e invisible
a los ojos de un mundo materialista, donde cada uno va as u bola, o sus cargas interiores le
impedían ver a una persona. Una persona
solitaria ocupando un banco solitario del que nadie solicitaba sentarse.
¡Ya me parecía a mí que era todo demasiado
bonito para ser verdad! _Me lamentaba. Lo de antes de ayer y ayer tan solo fue un sueño. Una fantasía
falaz que mi mente había cocinado con escasos ingredientes. ¿Pero como esa
chica tan inmensamente guapa iba a pretender ir contigo? Tú estás loco Manolo.
Olvídala que lo que pretendes es un imposible, y agua que no has de beber
déjala correr. De modo que hablando conmigo mismo, me levante del solitario
banco con la única intención de irme a mi casa, subir hasta mi dormitorio y en
la intimidad de las sábanas, dejar que aflorasen todas las lágrimas del
manantial de mi alma, hasta que mis ojos quedasen tan secos como viento siroco de un desierto.
Ya había comenzado a dar mis primeros
pasos cuando por el rabillo del ojo, la vi ¡Había bajado! ¿Pero por qué pese a
verme parecía tomar la bocacalle de la derecha, si yo estaba prácticamente en frente?
Sin saber cómo, me dirigí hasta su
altura y le pregunté ¿A dónde ibas? –A
casa de mi amiga-contestó _. ¡Ah! Si te vas a casa de tu amiga, pues que te
vaya bien. Contesté con resignación de mártir. Y como seguramente me vio un
tanto afligido se apresuró a decir:
bueno, pero como estas aquí, dejaré lo
que le tengo que decir a mi amiga para
otro momento.
¿Entonces te vienes conmigo a pasear?
No me respondió, simplemente se limitó a hacer un mohín con los labios;
pero ya cambiando de dirección.
Tras los primeros pasos, quise
cerciorarme de que aquello no era una alucinación fruto de mis ardientes
deseos. Por eso, en un acto reflejo, la tomé de la mano. Al sentir mi mano
sobre la suya, debió sentir un ligero estremecimiento, pues noté que le temblaba;
pero ese estremecimiento duró poco, quizá la tranquilizó los cinco corazoncitos instalados en las yemas de mis dedos. La
había tomado de la mano, y por esa conexión corpórea, pensé que podía ser la
puerta por donde podía entrar definitivamente en su corazón. No me desprendí de
su mano en lo que duró nuestro paseo. Y tan sólo tuve que desprenderme de tan
codiciada reliquia al dejarla en la puerta de su casa. Eran tiempos en que al
igual que la cenicienta perdía su encanto a las doce de la noche. Mi princesa
debía de estar en su casa como cualquier chica honrada a las diez de la noche.
Y esa norma, por estúpida que ahora pueda parecerme, debía respetarla. Lo positivo de aquel paseo
es que pude conocer un poco más sobre su
vida y lo que podía ser su futuro. Me indicó que aquel año terminaría en el
instituto y que pensaba estudiar la carrera de Magisterio. Ya que esa es la
profesión que le gustaba. Lo malo es que dicha carrera la emprendería en
Zaragoza, ya que allí tenía unos tíos hermanos de su padre y por lo visto ya
habían quedado en que se alojaría con
ellos en la casa de la Parroquia de Torrero, donde ejercía como sacerdote el
hermano. La otra tía era soltera y creo
que jamás tubo novio, ni amante ni nada que se le parezca. Aunque ejercía como una
auténtica madre de unos sobrinos que, por desgracia, quedaron huérfanos.
El domingo siguiente, la invité al
cine, y como mi domicilio distaba del cine a escasos cuatrocientos metros, cuando
la película terminó, le propuse conocer a mis padres, cosa que accedió. Tuve la
suerte de que mi padre acababa de hacer una tortilla de patata y eso, es lo que
precisamente merendamos.
Esa misma semana, en unos de nuestros
rutinarios paseos, me comentó la posibilidad de que conociera a su familia y al
mismo tiempo me invitaba a que comiera en su casa. Aquella proposición me
pareció como una forma de devolverme el favor de la tortilla de patata; pero
tuve miedo, un miedo atroz a ser rechazado por su familia. La propuesta quedó
un poco suspendida en aire; pero al comentárselo a mi madre, enseguida me dijo
que no podía ir a su casa con aquellos pelos, que lo primero que tendría que
hacer es cortármelos, y hasta me propuso que sería su peluquera quien me lo
cortaría. ¡Mi pelo! Mis bonitos y ondulados cabellos castaños. Con lo que me había
costado dejármelo largo, dos años al menos, justo desde que dejé de estudiar en
Valencia.
La sesión de peluquería llegó. Y
cuando comprobé mi nuevo look, hasta lloré. Aunque la peluquera, me dijo que, así
estaba más guapo ya que tenía una nuca
muy favorecedora.
Cuando aquel domingo me presenté en
su casa para comer, al presentarme, indiqué a su padre que estaba enamorado de su
hija y este, frío como un tolmo de hielo, me contestó que, “desgraciadamente
con amor no se comía”. Aquella contestación me frustró, pues por lo visto, la
inteligencia practica en esta ocasión quien la estaba ejerciendo era su propio
padre. Más por paradojas del destino,
acabé trabajando en la fábrica donde él trabajaba y ocupando su misma
fresadora; pues los inviernos los pasaba fatal y cogía muchas bajas, debido a
que tenía un pulmón seco debido a un
resfriado mal curado cuando hizo el
servicio militar en Jaca.
La cosa no fue a mayores y la comida por lo
que pude comprobar, era una de esas que se exponen en la mesa en los días
señalados en el calendario como “excepcionales.”
Nuestro noviazgo había quedado poco
más o menos sellado aquel día; Pero sin embargo, no se lo había preguntado a
ella. ¿Querría ser mi novia?
Al domingo siguiente en la discoteca
se lo pregunté: ¿Quieres ser mi novia?
Me miró fijamente a los ojos y me
contestó con un escueto, sí. Era cuanto deseaba oír. No hacía falta que
mostrase un gran júbilo, quizá, debido a su timidez, no quiso darse a entender
entre tanta gente joven, como en aquellos momentos nos rodeaba.
Acabados sus estudios de instituto,
por cierto que con muy buena nota, y al llegar el mes de octubre, inició sus estudios académicos
en la universidad. Ya nuestros encuentros se limitaron a un sólo día a la
semana, concretamente el domingo, por lo cual debía irme en el primer autobús
hasta Zaragoza y luego volver en el último autobús que salía hasta Ejea, a las
ocho de la tarde. De modo que, a lo que
mejor me encontraba con ella, tenía que volverme al no contar con un vehículo
propio.
Aquello era un problema; pero dicho
problema se resolvería al sacarme el carnet de conducir y comprarme coche. Un
coche que si todavía existe y hablara,
la de maravillas que podría contar, pues fue nuestro nido de amor. Ya después
vino todo rodado, ella terminó sus estudios, llegaron nuestros cuatro hijos y
demostró que, además de ser una excelente madre, fue y es la mejor esposa que se puede encontrar.
Ya llevamos felizmente casados treinta y nueve años. Y el tiempo que nos quede
de vida, permaneceremos unidos y amándonos.
Ya sabemos que, hasta la más bella de
las flores, acaba por marchitarse. Y la
belleza en la mujer también pasa su factura; Pero hay una cosa que tengo clara,
si Dios volviese a concederme una segunda juventud, volvería a casarme con la
mujer más guapa no sólo del mundo, sino de todo el universo.
Manuel Guerrero
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