En las puertas del cielo
_¿Por
qué estáis todos tan tristes?
¿Por
qué las lágrimas os ciegan?
¿Por
qué no está con vosotros
También
mi hermana en la mesa?
--No
preguntes hijo mío
Por
tu hermana la pequeña,
Está
sumida en un sueño
Porque
aunque está, se ha ido
A
vivir en Gloria Eterna,
A
jugar con angelitos
_Le
hablé y no ha contestado,
¡Cuán
profunda es hoy su siesta!
Sus
ojos no han parpadeado
Y
tiene la cara yerta.
__Tan
linda como una flor
Tan
blanca como una perla,
Por
eso cuando nació
Puse
por nombre Azucena.
¡Qué
poco disfruté yo
De
la dicha de tenerla,
La
muerte vino a traición
Y
se apoderó de ella!
Contra
ella se restregó
Con
sus manos polvorientas,
Y
el polvo la intoxicó
Con
sus fiebres virulentas.
Nadie
ha podido salvarla
Ni
doctores, ni la ciencia,
Dicen
que ésta aún le falta
Por
descubrir cosas nuevas.
Y
yo embriagado de cólera
Que
convive con nosotros
Y
ya al nacer se nos pega.
Vuela
con negro crespón
Como
mariposa negra,
Presagio
de maldición
Que
el diablo trajera.
¡Qué ilusión ella tenía
Al
saber algunas letras!
¡Y
qué incansable escribía
En
su flamante libreta!
Llegó
la atrevida hora
La
última que a todos llega,
La
que muy pocos añoran
Y
el resto nadie desea.
¿Por
qué llegó ya su hora
Esta flor tan tempranera?
¿Por
qué no le llegó a otros
Que
son peores que fieras?
¿Por
qué los buenos se van?
¿Por
qué los malos se quedan?
Por ellos lloran las flores
Y se estremecen las piedras.
Y se estremecen las piedras.
¡Cuánta
prisa en ti se dieron
Hija
de mis entretelas!
No
siendo correspondida
De
vivir la vida entera.
Esta
es la ley de los dioses
Que
es superior a la nuestra,
Por
más berrinches que tomes
Nadie
ha de oír tus protestas,
Si
esto es justo es que no hay Dios
Si
lo hay, no se da cuenta,
Suplico
con devoción
me sea a mi niña devuelta,
En
el cielo habrá algarabía
Se
oirán violines de orquestas,
y
aquí nos deja la ruina
que
es vivir sin su presencia.
Hoy
yo vivo sin vivir
Las
palabras se me enredan,
Porque
solo pienso en ti
Luz
de mi vida, Azucena.
Destino
cruel que heriste
Con
rápida y mortal flecha,
Parándole
el corazón
A
mi angelical pequeña.
¡Qué hora más desgraciada!
¡Qué
hora tan tiste y negra!
¡Se
entrecortan mis palabras
Y
el aliento se me enreda.
¡Qué
hondo pesar el mío!
¡Qué
sufrimiento y qué pena!
¡Que
para alcanzar el cielo
Halla
que hundirse en la tierra!
Cual
alimaña voraz
Siempre
con la boca abierta,
Para
intentar atrapar
A
las niñas indefensas.
Ese
ser que nos absorbe
Con
tanto ímpetu y fuerza
Y
las nubes lo presagian
Una
tormenta sin agua;
Pero
de rayos violenta,
Se
me ha llevado a mi niña
Que
era mi mayor riqueza.
La
que me daba la dicha,
Sin
ninguna recompensa,
Y
ahora extasiada de ira
Deseo
cortarme las venas,
Para
irme al más allá
para
juntarme con ella.
Por
más claro que sea el día
Yo
veo oscuridad perpetua,
Porque
el crisol de mi vida
Se
apagó a la vez que ella.
Esto
es una maldición
Que
a la bondad se revela,
Contra
esto no hay perdón
Parte
a emprender otra vida
Más
superior y más bella,
¡Ya
están las puertas del cielo
Para
mi pequeña abiertas!
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