¡He
resucitado aun muerto!
“Cuento”
Erase una vez, en un pueblo ubicado en
la sierra, donde todo el mundo se conoce de vista y también por sus actos; Y
dicho pueblo, era bastante famoso por los demás pueblos colindantes, no sólo por
su próspera y ancestral agricultura, basada fundamentalmente en sus olivos
milenarios y reconocidas vides, sino que también era famoso por la marcha,
habida los días de fiesta y fines de semana. Había muchas cantinas, por lo que
este pueblo era afamado por sus gentes alegres y borrachines empedernidos. La
cirrosis campaba a sus anchas, por lo que era bastante frecuente el ver
esquelas de difuntos que no sobrepasaban de los cincuenta años. Vivían de prisa
y morían rápido.
Muchos eran los que ya se lo tomaban
como un ritual el ir a mirar las esquelas, para ver a quien le había tocado esa
vez el ir a visitar al dios Vaco, para agregarse para siempre en sus fiestas bacanales.
Así como el acudir a la iglesia de “Nuestra Señora de los Remedios” para dar al difunto su último adiós.
En cierta ocasión, un vecino miraba con asombro una de las esquelas que
colgaban en el tablón de anuncios; en estas que pasó otro vecino y le preguntó:
- ¿A quién le ha tocado esta vez?
-Al hijo mayor del señor Antonio.
-¿Qué Antonio?
-Ese que trabajaba de tractorista en
la finca de los pies grandes.
¡Caramba! Pues qué rápido ha debido de
ir todo, ya que justamente esta mañana allá sobre las nueve, he estado codo con
codo, tomando unos chatos con él en la cantina de Casimiro; y la verdad es que
no le noté nada raro como para llegar a pensar que la fría sombra de la muerte
le estaba acechando. Es más, Casimiro puso un disco de Molina, y hasta se puso a
canturrear esa de “soy minero…”
-Hay paradojas en la vida; Y nadie
sabe cuando ha de llegar su última hora.
-Pues dicen que después de comer, le
entró un dolor fuerte en el pecho y el brazo izquierdo; Pero lo achacó a los
esfuerzos realizados el día anterior cuando estuvo escombrando una acequia.
Su madre le dijo:- coge la cartilla
del seguro y ves al ambulatorio para que te atienda el médico de urgencias;
pero en fin, ya sabes cómo se las gasta hoy en día la juventud, que son unos rebeldes
y no se dejan aconsejar: Y éste, confiado en su fortaleza, le dio reparos el
acudir al médico y le contestó a su madre que iba a aguantar un poco, que
aquello igual era un flato. ¡Leches era un flato! En la segunda sacudida ya no
dijo ni pío. Yo creo que se le habrá complicado todo a pesar de tener más
fuerza que un toro. Está visto que un solo eslabón de la cadena que esté en
malas condiciones, por muy fuerte que esté el resto, hace que esta salte.
¡En fin, cosas trágicas de la vida!
-Bueno hasta luego, ya nos veremos en
el funeral.
-Eso espero- Contestó. Y cada cual se
fue por su lado.
Al día siguiente, la iglesia de
Nuestra Señora de los Remedios, presentaba un lleno espectacular; Pues si ya es
sentida la muerte de alguien conocido, cuando este es joven, con más motivo.
El señor párroco, para consolar a los
vivos presentes en la liturgia, centró su homilía en la resurrección de Lázaro,
y de cómo aquel que tenga fe en la resurrección, lo hará para Gloria de Dios en
la otra vida.
Dentro de la iglesia, había un feligrés
bastante despistado, y por las indicaciones que le habían dicho del difunto, se
pensó, por dichas características, que era uno, al cual, al menos le resultaba
simpático. Cerró los ojos y se concentró con la fuerza de la fe, para ver si
conseguía, al igual que hizo Jesús con Lázaro, resucitar a su amigo. Absorto
seguía en sus pensamientos transcendentales, hasta que llegó ese momento, en
que el párroco dijo: daros fraternalmente la paz hermanos, cuando el despistado
en cuestión despertó de su místico
trance al sentir ligeramente zarandeado su brazo por un joven que le ofrecía su
mano amigablemente y sonriendo, al creer que éste, se había quedado
literalmente dormido, debido a la voz susurrante y monótona del señor párroco,
su sorpresa fue mayúscula, porque aquel
joven, era quien pensaba era el difunto.
Le dio la mano, y para comprobar que
era real y no una ilusión, empezó a palparle todo el brazo. Y viendo que este
estaba vivo, creyó ser fruto de su fe en la resurrección. Y dio un salto de alegría
diciendo en plena iglesia a pleno pulmón: ¡He resucitado a un muerto! ¡He resucitado a un
muerto!
La gente, allí presente, lo disculpaba
diciendo: “A este pobre hombre, entre la calor y el vino, lo han trastornado”
No hay comentarios:
Publicar un comentario