martes, 30 de noviembre de 2021

El testamento "Cuento"

 

El testamento

“Cuento”

 


Erase una vez un hombre, curtido por los avatares de la vida e inmerso en los negocios mercantiles; Era un emprendedor nato, con una visión para los negocios fuera de lo común.

Creó con sus empresas un imperio, con los cabos bien atados. Ya cuarentón, se enamoró perdidamente de una viuda, diez años mayor que él, la cual tenía tres hijos varones de edad adolescente. Se casó con ella y amasó la fortuna que ésta le había dejado como patrimonio su difunto marido; expansionando todavía más su ya amplio imperio.

Cuando los hijos llegaron a ser adultos, el padre les dio unos cargos de responsabilidad, tal es así, que los nombró directores generales en tres de sus más prestigiosas  y florecientes empresas, en el resto siguió ejerciendo el mismo dicha función.

Con edad avanzada falleció su esposa, lo que le causó un gran dolor, tanto echó de menos su ausencia que le fue insoportable y enfermó gravemente. Los hijos, ante el temor de que su padre muriese sin testar, se juntaron y decidieron ir a hablar con su padre para que éste, les pusiera todas las empresas a sus nombres, e hiciera testamento en vida, para que no hubiese problemas con su patrimonio y su reparto el día de su última hora.

_Veo lógica  vuestra preocupación - les dijo. Ya estoy en una edad, que es para cualquier cosa. Dadme unos días para meditar el tema.

Los tres hijos marcharon muy contentos y el padre se contagió de dicha felicidad, tal es así, que incluso tuvo una ligera mejoría de sus muchos achaques, aunque yacía con ellos en su  habitual habitación.

Como custodiando su palacete, se erguían regios dos espigados cipreses a ambos lados del portalón de la verja de entrada a su propiedad; y el anciano, observó que en aquella época primaveral, anidaba una pareja de jilgueros, los cuales veía detenidamente a través de la ventana.

Una vez que eclosionaron los huevos, dicha pareja se afanaba en la cría de sus polluelos y durante todo el día, era un trasiego de ir y venir con la suculenta comida.  Se preguntaba qué pasaría si los padres cayesen enfermos  en esa época crítica de su desarrollo. ¿Quién acabaría de criar a sus hijos? ¿Se las sabrían arreglar ellos solos sin el amparo de sus padres? Y si estos una vez criados y fuertes, ¿volverían al nido para atender las necesidades de sus padres si se diera el caso de que su salud quebrara?  Esos pensamientos turbaban su cabeza.

Un día, llamó al mayordomo y cuando este estuvo en su presencia le dijo: te voy a mandar un recado,-bien, dígame, contestó voluntarioso,- Vas a ir a la pajarería  y vas a comprar una jaula para pájaros.

El hombre se asombró por semejante encargo, sabedor que nunca  antes había habido pájaros en aquella mansión. Por ello le preguntó: ¿Compro también algún pájaro señor?

No, simplemente limítate a comprar la jaula. La quiero vacía. El mayordomo, cabeceando  marchó presto, y al rato volvió con la jaula. Dónde la coloco señor, preguntó intrigado.

Ahora vas a hacer lo siguiente: te coges una escalera alta y en el ciprés de la izquierda, verás un nido de jilgueros, coge el nido con los polluelos,  mételos dentro de la jaula y cuélgala  de una rama aparente para que sean bien vistos desde el lugar donde me encuentro.

El mayordomo cumplió los deseos del señor. Y así, pudo día tras día, observar como los padres a través de las rejas daban con su pico la comida a sus hijos. Por las noches dormían cerca de ellos y a veces incluso empleaban el techo de la jaula como apoyadero. Al cavo de unos días, los polluelos ya cubiertos con sus plumas aleteaban vigorosos. Y aquella misma noche, llamó al mayordomo con la campanilla y este acudió rápidamente pensando que quizá hubiese tenido alguna recaída.

-¿Se encuentra usted bien señor?

-Perfectamente.

-Pues usted dirá.

-Coge la linterna, sube  al ciprés donde se halla el nido de jilgueros, procurando no caerte. Deslumbra a los padres, cógelos y enciérralos con sus hijos.

-Como usted diga señor.

El mayordomo consiguió su propósito y acudió hasta la habitación del señor para comunicar su éxito.

-¿Alguna cosa más señor?

-Nada más por hoy. Que descanses.

-Igualmente señor.

Al día siguiente, el sol salió radiante. La cúpula del cielo  estaba impregnada de azul, y una leve brisa del sur, traía aromas de pinos y rosas. El señor agitó la campanilla y al poco acudió el mayordomo portando en bandeja de plata el desayuno, que colocó encima de la mesita que se encontraba al lado de la ventana, donde el señor acostumbraba a desayunar desde su convalecencia.

No te llamaba para que me trajeses el desayuno, sino para mandarte  a que subas nuevamente hasta la jaula y liberes a los hijos, dejando encerrados en ella a los padres.

-¿A los padres señor?- preguntó extrañado, quizá intuyendo lo que iba  a pasar.

Así es. Hazlo por favor.

-Como usted mande.

Subió el mayordomo a la escalera e hizo lo que se le encomendó.

El señor, con la mirada fija puesta en la jaula, pasó gran parte de la mañana, sin probar el desayuno. Se puso triste, porque ya hacía varias horas que los jilgueros hijos, habían volado de la jaula y hasta la presente, ninguna de ellos había acudido para interesarse por el estado de sus progenitores o a darles de comer. El ritual duró varios días, sin que ninguno de los hijos apareciera ni por asomo, al lugar donde los padres habían quedado prisioneros. Estos, acabaron muriéndose por inanición y quién sabe si también de desconsuelo.

Mientras, los hijos del señor llevaban una vida alborotada, las juergas, las comilonas con los amigos, el vicio del juego, las apuestas a las carreras de caballos y de galgos, los romances con sus queridas, y otras voluptuosidades, empezaron  hacer mella en sus negocios y el dinero empezó a escasear.

A falta de la codiciada divisa, se reunieron los tres hermanos,  y acordaron en ir a visitar a su padre enfermo, para rogar a éste, que les dieran en vida lo que  forzosamente tendrían que percibir con la llegada de su muerte.

Una vez ante la presencia de su padre, comunicaron su propósito, que no era otro que el despojar a su padre de sus bienes, lógicamente en labor de ellos tres.

El señor, llamó al mayordomo y le mandó ir a casa del notario para hacer testamento. Una vez que estuvo en su presencia, le expresó su intención  testamentaria. Dado a su carácter bonachón, casi hizo que este le jugara una mala pasada de acceder por completo a las exigencias de sus hijos. Sin embargo, se acordó de la experiencia reciente de los jilgueros y testamentó de la siguiente forma: “Todos mis bienes, pasarán a formar  parte integral de mis tres hijo en el momento de mi fallecimiento. Mientras tanto, todo seguirá bajo mi mando y custodia, incluso las tres empresas que mis hijos han estado a punto de echar a pique”

-¿A qué es debido ese cambio de actitud papá? –pregunto el hijo mayor.

A lo que el padre  añadió a modo de resumen y en verso.

Con una familia de jilgueros

Hice una cruel experiencia,

Enjaulé a los polluelos,

Y a pesar de esa inclemencia

Sus padres les atendieron.

Más cuando estaban volanderos

A sus padres encerré,

Dejándolos a ellos sueltos;

Ninguno llegó a volver

Y de hambre y pena murieron.




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