El ocaso de un galgo llamado Canelo
“Relato”
Canelo, es como se llamaba un galgo cuyo dueño, un pastor de ovejas lo crio con mimo. De joven fue el azote de cuantas liebres y zorros criaban por los alrededores. Era famoso Canelo, hasta el punto, que sirvió de semental a muchísimas perras, para que con su cruce les diera unos vigorosos cachorros, los cuales después servirían por su rapidez a sus dueños para la caza de los codiciados jabalíes, que en demasía proliferaban por la sierra.
El
tiempo pasó, y Canelo, veía próximo su ocaso. Ya en su caminar desgarbado,
reflejaba que en él, el tiempo no había pasado en vano. Y su pelaje de color
canela, “de ahí no nombre,” empezó a teñirse de color níveo. Su dueño, también
lo veía así, y llegó a considerar que aquel animal ya no merecía la pena
mantenerlo por más tiempo. Todos cuidados que obtuvo en su lozanía tornaron a
la más absoluta dejadez. Las chinches, pulgas, y garrapatas se cebaron con él
pobre canido. Hasta a su dueño le daba
repugnancia incluso mirarlo. Así, el pobre animal vagaba a su suerte desdichada
por la desidia en que le había dejado su dueño.
Mas
un día del mes de Julio, el sol salió radiante. Unas aureolas luminosas le
acompañaron, con el despertar la aurora, y los escasos cirro- cúmulos del horizonte
lejano, se doraron como el pan tierno recién sacado del horno. Ante tales
influjos, aquella mañana tibia, era festivo, y allá sobre la hora del ángelus,
el pastor se encontraba en una vaguada, con las ovejas, a unos quince minutos
donde se encontraba su paridera. Varios disparos de escopetas superpuestas,
rompieron el silencio con su tronar de fuego. Eran varios cazadores, que
aburridos de tanto andar sin cobrar pieza alguna se entretuvieron en disparar a
varias alondras de errático vuelo, que por aquellos campos yermos y salobres,
tendrían su nido.
-¡Qué,
hay caza o no amigos!- le preguntó el pastor a los cazadores que eran de la capital y que habían acudido por allí al reclamo de la
perdiz roja, la tórtola y la codorniz; Dado que según les habían informado
otros cazadores (como es costumbre, bastante exagerados) que por allí había
bastantes.
-Nada
contestó uno de ellos.- Por no haber no hay ni una triste paloma alejada de su
palomar .
El
pastor, se las quedó mirando a los perros de raza setter que llevaban y
exclamó:
-No
me extraña que no cacéis nada. Eso es debido a que los perros que lleváis no
son de calidad para este tipo de terreno.
Daba
la casualidad de que el día anterior, el pastor había tenido la suerte de
sorprender a una liebre en su cama y pensó que posiblemente aún estaría cerca
del lugar que la avistó.
Su
cerebro se iluminó de repente, con una genial idea y se acordó de Canelo, al
cual, hacía tiempo que lo tenía desahuciado y estaba a punto de que en
cualquier arrebato poner fin a su dilatada
vida, y les dijo: ¡Ja!, pero bueno, es el que tengo yo. Eso es lo más fino
que existe en España.
-Donde
no hay no se puede sacar, dijo uno de los cazadores; No es cuestión de la clase
de perro que se lleve consigo. El problema es que por estos lugares no hay
caza.
El
pastor, se río pícaramente y les dijo: ¿Qué os apostáis a que si traigo a mi
perro, en menos de cinco minutos os saca una liebre?
-¿Y
dónde está ese perro? –dijo uno de ellos.
-Aguardad
un momento que ahora mismo lo voy a traer, pues lo tengo en aquel penacho protegiendo
la paridera. Y me apuesto cinco mil pesetas a que no sólo la saca sino que
además la atrapa.
-Trato
hecho.- dijo uno de los cazadores convencido tal vez en que por allí, no había
nada más que lagartos, y algún grajo de vuelo torpe.
No
tardó mucho en bajar con el galgo, dada la proximidad, y después de quitarle
dos soberbias garrapatas, que a modo de pendientes le colgaban de las orejas,
se encamino al lugar donde el día anterior la liebre le había salido, casi de los
mismos pies. Quizá pagara por su extrema osadía; pero tuvo la suerte que en un ribazo donde se erguían varias matas
de tamarices, no demasiado distante de el día anterior saltó la liebre, y a su
grito de ¡ala Canelo! Canelo recobró milagrosamente su juventud y su instinto
lebrel, hizo que se abalanzara tras ella en una carrera frenética, y que por la
sequedad del terreno movía hasta torbellinos de polvo. Le hizo varios quiebros
que le hizo morder el polvo; pero Canelo, resurgía cual ave fénix sacando fuerzas de su
extrema flaqueza hasta que logró alcanzarla, abatiéndola con un soberbio
mordisco en la espalda.
Su
dueño no salía de su sombro, y para rizar más el rizo, llamó a Canelo con
fuerte voz y Canelo, se acercó bamboleándose a largos saltos por entre los tolmos,
hasta la presencia de su amo, dejándole la liebre a sus pies, como si se
tratara de una ofrenda a un dios. Su lengua lechosa se hallaba desencajada y
parecía como si no le cupiese dentro de la boca, y su respiración rápida y
jadeante, al mismo tiempo que temblona, demostraba la clara evidencia de su
agotamiento.
Los
cazadores, víctimas de la agradable y en cierta manera sorpresa, no tuvieron
más opción que rendirse ante la evidencia de tal prueba, viendo claro que
Canelo, era como el buen vino, y en su edad no vieron ningún impedimento, más al
contrario, uno de ellos se anticipó al pastor diciéndole:-Se lo compramos amigo.
En verdad un perro como éste es que nos hace falta.
El pastor, viendo que todo iba sobre ruedas exclamó:-¡Ah, no! Este pero es como un hijo para mí, le tengo gran cariño, y no sé yo si ustedes lo tratarían con el mimo que yo le he dado.
Tenga
usted en cuenta amigo, dijo uno de los cazadores, que nosotros somos parte de
una sociedad con solvencia y jamás hemos reparado en los gastos de manutención de
nuestros animales.
-¡Bueno,
si es así accedo! La verdad, es que lo hago por haceros un favor y porque
considero que ustedes pueden dedicarle más atenciones que yo, debido a las circunstancias,
sobre todo de tiempo que en estos momentos es lo que más me falta, pues entre
otras cosas, ahora estoy en época de pariciones y los corderos se me llevan el
resto del tiempo.
-¿Qué
precio es el que pones amigo?
_Por
menos de sesenta mil pesetas, ni lo soñéis.
-Hombre,
comprendemos que dicho animal lo vale; pero creo que con cuarenta mil sería un
precio más que razonable.
-Bueno
pues cierro los ojos y que sean cincuenta mil pesetas, ¡pero muy a mi pesar!
-De
acuerdo. No se hable más, a la semana que viene lo vendremos a buscar y le
traeremos el dinero.
-La
liebre, os la podéis llevar bajo el pago de las cinco mil pesetas apostadas.
-Te
las daremos con suma satisfacción.
Los
cazadores se fueron muy contentos con la liebre y con la idea de la compra del galgo,
al que consideraban haberlo obtenido a precio de saldo.
Pasó
la semana y el pastor se había esmerado con Canelo, para que su aspecto
exterior fuese más agradable. Poco antes de entregárselo a los cazadores lo
había incluso bañado con gel perfumado y rociado un antiparasitario y tras ser
cepillado, Canelo parecía un colegial, recién lavado y peinado antes de que su
madre lo llevara a la escuela.
Llegaron
los cazadores y el pastor, precavido y astuto a la vez les advirtió lo
siguiente: -Aquí os entrego el perro, cuidarlo bien y sobretodo no lo sometáis a
demasiados esfuerzos, pues es un ganador nato, y es capaz incluso de reventarse
corriendo, antes de dejar escapar a una liebre.
-De
acuerdo, aquí tiene usted la cantidad de dinero indicado.
Chocaron
sus manos, se despidieron, con un adiós, no sin antes de que el pastor le hiciera
unas últimas caricias, dándole unas palmaditas en la nuca.
Aquella
misma noche, el pastor, se pasó a costa de Canelo una de las juergas más
sonadas de su vida, fundiendo las cincuenta mil pesetas, acompañado como no, de
alegres chicas que lo florearon hasta desplumarle. Al día siguiente, se consolaba
el mismo diciéndose: “Hago cuenta que se me ha muerto Canelo. De todas formas
lo pensaba matar y me he corrido una juerga que jamás podré olvidar.”
Pasó
el tiempo y por casualidades de la vida, el pastor, se volvió a encontrar por
aquellos lugares a los mismos cazadores. Y en vistas de que no llevaban con
ellos a Canelo, les preguntó muy altanero:
¡Qué!
¡Qué tal el galgo!
-Mala suerte tuvimos con él, al mes siguiente de
tenerlo, en una de nuestras cacerías se puso enfermo y murió.
El
pastor disimulando les dijo: ya os lo advertí, que era un perro de mucha clase
y que era capaz de reventarse corriendo.
-Eso,
creo, justamente es lo que le pasó- dijo uno de los cazadores.
A lo que el pastor se consoló pensando: El perro murió;
¡pero de viejo!