martes, 30 de noviembre de 2021

El ocaso de un galgo llamado Canelo "Relato"

 

El ocaso de un galgo llamado Canelo

“Relato”


 

Canelo, es como se llamaba un galgo cuyo dueño, un pastor de ovejas lo crio con mimo. De joven fue el azote de cuantas liebres y zorros criaban por los alrededores. Era famoso Canelo, hasta el punto,  que sirvió de semental a muchísimas perras, para que con su cruce les diera unos vigorosos cachorros, los cuales después servirían por su rapidez a sus dueños para la caza de los codiciados jabalíes, que en demasía proliferaban por la sierra.

El tiempo pasó, y Canelo, veía próximo su ocaso. Ya en su caminar desgarbado, reflejaba que en él, el tiempo no había pasado en vano. Y su pelaje de color canela, “de ahí no nombre,” empezó a teñirse de color níveo. Su dueño, también lo veía así, y llegó a considerar que aquel animal ya no merecía la pena mantenerlo por más tiempo. Todos cuidados que obtuvo en su lozanía tornaron a la más absoluta dejadez. Las chinches, pulgas, y garrapatas se cebaron con él pobre canido.  Hasta a su dueño le daba repugnancia incluso mirarlo. Así, el pobre animal vagaba a su suerte desdichada por la desidia en que le había dejado su dueño.

Mas un día del mes de Julio, el sol salió radiante. Unas aureolas luminosas le acompañaron, con el despertar la aurora, y los escasos cirro- cúmulos del horizonte lejano, se doraron como el pan tierno recién sacado del horno. Ante tales influjos, aquella mañana tibia, era festivo, y allá sobre la hora del ángelus, el pastor se encontraba en una vaguada, con las ovejas, a unos quince minutos donde se encontraba su paridera. Varios disparos de escopetas superpuestas, rompieron el silencio con su tronar de fuego. Eran varios cazadores, que aburridos de tanto andar sin cobrar pieza alguna se entretuvieron en disparar a varias alondras de errático vuelo, que por aquellos campos yermos y salobres, tendrían su nido.

-¡Qué, hay caza o no amigos!- le preguntó el pastor a los cazadores que eran de la capital  y que habían acudido por allí al reclamo de la perdiz roja, la tórtola y la codorniz; Dado que según les habían informado otros cazadores (como es costumbre, bastante exagerados) que por allí había bastantes.

-Nada contestó uno de ellos.- Por no haber no hay ni una triste paloma alejada de su palomar .

El pastor, se las quedó mirando a los perros de raza setter que llevaban y exclamó:

-No me extraña que no cacéis nada. Eso es debido a que los perros que lleváis no son de calidad para este tipo de terreno.

Daba la casualidad de que el día anterior, el pastor había tenido la suerte de sorprender a una liebre en su cama y pensó que posiblemente aún estaría cerca del lugar que la avistó.

Su cerebro se iluminó de repente, con una genial idea y se acordó de Canelo, al cual, hacía tiempo que lo tenía desahuciado y estaba a punto de que en cualquier arrebato poner fin  a su dilatada vida, y les dijo: ¡Ja!, pero bueno, es el que tengo yo. Eso es lo más fino que  existe en España.

-Donde no hay no se puede sacar, dijo uno de los cazadores; No es cuestión de la clase de perro que se lleve consigo. El problema es que por estos lugares no hay caza.

El pastor, se río pícaramente y les dijo: ¿Qué os apostáis a que si traigo a mi perro, en menos de cinco minutos os saca una liebre?

-¿Y dónde está ese perro? –dijo uno de ellos.

-Aguardad un momento que ahora mismo lo voy a traer, pues lo tengo en aquel penacho protegiendo la paridera. Y me apuesto cinco mil pesetas a que no sólo la saca sino que además la atrapa.

-Trato hecho.- dijo uno de los cazadores convencido tal vez en que por allí, no había nada más que lagartos, y algún grajo de vuelo torpe.

No tardó mucho en bajar con el galgo, dada la proximidad, y después de quitarle dos soberbias garrapatas, que a modo de pendientes le colgaban de las orejas, se encamino al lugar donde el día anterior la liebre le había salido, casi de los mismos pies. Quizá pagara por su extrema osadía; pero tuvo la suerte  que en un ribazo donde se erguían varias matas de tamarices, no demasiado distante de el día anterior saltó la liebre, y a su grito de ¡ala Canelo! Canelo recobró milagrosamente su juventud y su instinto lebrel, hizo que se abalanzara tras ella en una carrera frenética, y que por la sequedad del terreno movía hasta torbellinos de polvo. Le hizo varios quiebros que le hizo morder el polvo; pero Canelo, resurgía cual ave fénix sacando fuerzas de su extrema flaqueza hasta que logró alcanzarla, abatiéndola con un soberbio mordisco en la espalda.

Su dueño no salía de su sombro, y para rizar más el rizo, llamó a Canelo con fuerte voz y Canelo, se acercó bamboleándose a largos saltos por entre los tolmos, hasta la presencia de su amo, dejándole la liebre a sus pies, como si se tratara de una ofrenda a un dios. Su lengua lechosa se hallaba desencajada y parecía como si no le cupiese dentro de la boca, y su respiración rápida y jadeante, al mismo tiempo que temblona, demostraba la clara evidencia de su agotamiento.

Los cazadores, víctimas de la agradable y en cierta manera sorpresa, no tuvieron más opción que rendirse ante la evidencia de tal prueba, viendo claro que Canelo, era como el buen vino, y en su edad no vieron ningún impedimento, más al contrario, uno de ellos se anticipó al pastor diciéndole:-Se lo compramos amigo. En verdad un perro como éste es que nos hace falta.

El pastor, viendo que todo iba sobre ruedas exclamó:-¡Ah, no! Este pero es como un hijo para mí, le tengo gran cariño, y no sé yo si ustedes lo tratarían con el mimo que yo le he dado.

Tenga usted en cuenta amigo, dijo uno de los cazadores, que nosotros somos parte de una sociedad con solvencia y jamás hemos reparado en los gastos de manutención de nuestros animales.

-¡Bueno, si es así accedo! La verdad, es que lo hago por haceros un favor y porque considero que ustedes pueden dedicarle más atenciones que yo, debido a las circunstancias, sobre todo de tiempo que en estos momentos es lo que más me falta, pues entre otras cosas, ahora estoy en época de pariciones y los corderos se me llevan el resto del tiempo.

-¿Qué precio es el que pones amigo?

_Por menos de sesenta mil pesetas, ni lo soñéis.

-Hombre, comprendemos que dicho animal lo vale; pero creo que con cuarenta mil sería un precio más que razonable.

-Bueno pues cierro los ojos y que sean cincuenta mil pesetas, ¡pero muy a mi pesar!

-De acuerdo. No se hable más, a la semana que viene lo vendremos a buscar y le traeremos el dinero.

-La liebre, os la podéis llevar bajo el pago de las cinco mil pesetas apostadas.

-Te las daremos con suma satisfacción.

Los cazadores se fueron muy contentos con la liebre y con la idea de la compra del galgo, al que consideraban haberlo obtenido a precio de saldo.

Pasó la semana y el pastor se había esmerado con Canelo, para que su aspecto exterior fuese más agradable. Poco antes de entregárselo a los cazadores lo había incluso bañado con gel perfumado y rociado un antiparasitario y tras ser cepillado, Canelo parecía un colegial, recién lavado y peinado antes de que su madre lo llevara a la escuela.

Llegaron los cazadores y el pastor, precavido y astuto a la vez les advirtió lo siguiente: -Aquí os entrego el perro, cuidarlo bien y sobretodo no lo sometáis a demasiados esfuerzos, pues es un ganador nato, y es capaz incluso de reventarse corriendo, antes de dejar escapar a una liebre.

-De acuerdo, aquí tiene usted la cantidad de dinero indicado.

Chocaron sus manos, se despidieron, con un adiós, no sin antes de que el pastor le hiciera unas últimas caricias, dándole unas palmaditas en la nuca.

Aquella misma noche, el pastor, se pasó a costa de Canelo una de las juergas más sonadas de su vida, fundiendo las cincuenta mil pesetas, acompañado como no, de alegres chicas que lo florearon hasta desplumarle. Al día siguiente, se consolaba el mismo diciéndose: “Hago cuenta que se me ha muerto Canelo. De todas formas lo pensaba matar y me he corrido una juerga que jamás podré olvidar.”

Pasó el tiempo y por casualidades de la vida, el pastor, se volvió a encontrar por aquellos lugares a los mismos cazadores. Y en vistas de que no llevaban con ellos a Canelo, les preguntó muy altanero:

¡Qué! ¡Qué tal el galgo!

-Mala  suerte tuvimos con él, al mes siguiente de tenerlo, en una de nuestras cacerías se puso enfermo y murió.

El pastor disimulando les dijo: ya os lo advertí, que era un perro de mucha clase y que era capaz de reventarse corriendo.

-Eso, creo, justamente es lo que le pasó- dijo uno de los cazadores.

A lo que el pastor se consoló pensando: El perro murió;

 ¡pero de viejo!


El testamento "Cuento"

 

El testamento

“Cuento”

 


Erase una vez un hombre, curtido por los avatares de la vida e inmerso en los negocios mercantiles; Era un emprendedor nato, con una visión para los negocios fuera de lo común.

Creó con sus empresas un imperio, con los cabos bien atados. Ya cuarentón, se enamoró perdidamente de una viuda, diez años mayor que él, la cual tenía tres hijos varones de edad adolescente. Se casó con ella y amasó la fortuna que ésta le había dejado como patrimonio su difunto marido; expansionando todavía más su ya amplio imperio.

Cuando los hijos llegaron a ser adultos, el padre les dio unos cargos de responsabilidad, tal es así, que los nombró directores generales en tres de sus más prestigiosas  y florecientes empresas, en el resto siguió ejerciendo el mismo dicha función.

Con edad avanzada falleció su esposa, lo que le causó un gran dolor, tanto echó de menos su ausencia que le fue insoportable y enfermó gravemente. Los hijos, ante el temor de que su padre muriese sin testar, se juntaron y decidieron ir a hablar con su padre para que éste, les pusiera todas las empresas a sus nombres, e hiciera testamento en vida, para que no hubiese problemas con su patrimonio y su reparto el día de su última hora.

_Veo lógica  vuestra preocupación - les dijo. Ya estoy en una edad, que es para cualquier cosa. Dadme unos días para meditar el tema.

Los tres hijos marcharon muy contentos y el padre se contagió de dicha felicidad, tal es así, que incluso tuvo una ligera mejoría de sus muchos achaques, aunque yacía con ellos en su  habitual habitación.

Como custodiando su palacete, se erguían regios dos espigados cipreses a ambos lados del portalón de la verja de entrada a su propiedad; y el anciano, observó que en aquella época primaveral, anidaba una pareja de jilgueros, los cuales veía detenidamente a través de la ventana.

Una vez que eclosionaron los huevos, dicha pareja se afanaba en la cría de sus polluelos y durante todo el día, era un trasiego de ir y venir con la suculenta comida.  Se preguntaba qué pasaría si los padres cayesen enfermos  en esa época crítica de su desarrollo. ¿Quién acabaría de criar a sus hijos? ¿Se las sabrían arreglar ellos solos sin el amparo de sus padres? Y si estos una vez criados y fuertes, ¿volverían al nido para atender las necesidades de sus padres si se diera el caso de que su salud quebrara?  Esos pensamientos turbaban su cabeza.

Un día, llamó al mayordomo y cuando este estuvo en su presencia le dijo: te voy a mandar un recado,-bien, dígame, contestó voluntarioso,- Vas a ir a la pajarería  y vas a comprar una jaula para pájaros.

El hombre se asombró por semejante encargo, sabedor que nunca  antes había habido pájaros en aquella mansión. Por ello le preguntó: ¿Compro también algún pájaro señor?

No, simplemente limítate a comprar la jaula. La quiero vacía. El mayordomo, cabeceando  marchó presto, y al rato volvió con la jaula. Dónde la coloco señor, preguntó intrigado.

Ahora vas a hacer lo siguiente: te coges una escalera alta y en el ciprés de la izquierda, verás un nido de jilgueros, coge el nido con los polluelos,  mételos dentro de la jaula y cuélgala  de una rama aparente para que sean bien vistos desde el lugar donde me encuentro.

El mayordomo cumplió los deseos del señor. Y así, pudo día tras día, observar como los padres a través de las rejas daban con su pico la comida a sus hijos. Por las noches dormían cerca de ellos y a veces incluso empleaban el techo de la jaula como apoyadero. Al cavo de unos días, los polluelos ya cubiertos con sus plumas aleteaban vigorosos. Y aquella misma noche, llamó al mayordomo con la campanilla y este acudió rápidamente pensando que quizá hubiese tenido alguna recaída.

-¿Se encuentra usted bien señor?

-Perfectamente.

-Pues usted dirá.

-Coge la linterna, sube  al ciprés donde se halla el nido de jilgueros, procurando no caerte. Deslumbra a los padres, cógelos y enciérralos con sus hijos.

-Como usted diga señor.

El mayordomo consiguió su propósito y acudió hasta la habitación del señor para comunicar su éxito.

-¿Alguna cosa más señor?

-Nada más por hoy. Que descanses.

-Igualmente señor.

Al día siguiente, el sol salió radiante. La cúpula del cielo  estaba impregnada de azul, y una leve brisa del sur, traía aromas de pinos y rosas. El señor agitó la campanilla y al poco acudió el mayordomo portando en bandeja de plata el desayuno, que colocó encima de la mesita que se encontraba al lado de la ventana, donde el señor acostumbraba a desayunar desde su convalecencia.

No te llamaba para que me trajeses el desayuno, sino para mandarte  a que subas nuevamente hasta la jaula y liberes a los hijos, dejando encerrados en ella a los padres.

-¿A los padres señor?- preguntó extrañado, quizá intuyendo lo que iba  a pasar.

Así es. Hazlo por favor.

-Como usted mande.

Subió el mayordomo a la escalera e hizo lo que se le encomendó.

El señor, con la mirada fija puesta en la jaula, pasó gran parte de la mañana, sin probar el desayuno. Se puso triste, porque ya hacía varias horas que los jilgueros hijos, habían volado de la jaula y hasta la presente, ninguna de ellos había acudido para interesarse por el estado de sus progenitores o a darles de comer. El ritual duró varios días, sin que ninguno de los hijos apareciera ni por asomo, al lugar donde los padres habían quedado prisioneros. Estos, acabaron muriéndose por inanición y quién sabe si también de desconsuelo.

Mientras, los hijos del señor llevaban una vida alborotada, las juergas, las comilonas con los amigos, el vicio del juego, las apuestas a las carreras de caballos y de galgos, los romances con sus queridas, y otras voluptuosidades, empezaron  hacer mella en sus negocios y el dinero empezó a escasear.

A falta de la codiciada divisa, se reunieron los tres hermanos,  y acordaron en ir a visitar a su padre enfermo, para rogar a éste, que les dieran en vida lo que  forzosamente tendrían que percibir con la llegada de su muerte.

Una vez ante la presencia de su padre, comunicaron su propósito, que no era otro que el despojar a su padre de sus bienes, lógicamente en labor de ellos tres.

El señor, llamó al mayordomo y le mandó ir a casa del notario para hacer testamento. Una vez que estuvo en su presencia, le expresó su intención  testamentaria. Dado a su carácter bonachón, casi hizo que este le jugara una mala pasada de acceder por completo a las exigencias de sus hijos. Sin embargo, se acordó de la experiencia reciente de los jilgueros y testamentó de la siguiente forma: “Todos mis bienes, pasarán a formar  parte integral de mis tres hijo en el momento de mi fallecimiento. Mientras tanto, todo seguirá bajo mi mando y custodia, incluso las tres empresas que mis hijos han estado a punto de echar a pique”

-¿A qué es debido ese cambio de actitud papá? –pregunto el hijo mayor.

A lo que el padre  añadió a modo de resumen y en verso.

Con una familia de jilgueros

Hice una cruel experiencia,

Enjaulé a los polluelos,

Y a pesar de esa inclemencia

Sus padres les atendieron.

Más cuando estaban volanderos

A sus padres encerré,

Dejándolos a ellos sueltos;

Ninguno llegó a volver

Y de hambre y pena murieron.




lunes, 29 de noviembre de 2021

¡He resucitado a un muerto! "Cuento"

 

¡He resucitado aun muerto!

“Cuento”

 

Erase una vez, en un pueblo ubicado en la sierra, donde todo el mundo se conoce de vista y también por sus actos; Y dicho pueblo, era bastante famoso por los demás pueblos colindantes, no sólo por su próspera y ancestral agricultura, basada fundamentalmente en sus olivos milenarios y reconocidas vides, sino que también era famoso por la marcha, habida los días de fiesta y fines de semana. Había muchas cantinas, por lo que este pueblo era afamado por sus gentes alegres y borrachines empedernidos. La cirrosis campaba a sus anchas, por lo que era bastante frecuente el ver esquelas de difuntos que no sobrepasaban de los cincuenta años. Vivían de prisa y morían rápido.

Muchos eran los que ya se lo tomaban como un ritual el ir a mirar las esquelas, para ver a quien le había tocado esa vez el ir a visitar al dios Vaco, para agregarse para siempre en sus fiestas bacanales. Así como el acudir a la iglesia de “Nuestra Señora de los Remedios”  para dar al difunto su último adiós.

En cierta ocasión, un vecino  miraba con asombro una de las esquelas que colgaban en el tablón de anuncios; en estas que pasó otro vecino y le preguntó: - ¿A quién le ha tocado esta vez?

-Al hijo mayor del señor Antonio.

-¿Qué Antonio?

-Ese que trabajaba de tractorista en la finca de los pies grandes.

¡Caramba! Pues qué rápido ha debido de ir todo, ya que justamente esta mañana allá sobre las nueve, he estado codo con codo, tomando unos chatos con él en la cantina de Casimiro; y la verdad es que no le noté nada raro como para llegar a pensar que la fría sombra de la muerte le estaba acechando. Es más, Casimiro puso un disco de Molina, y hasta se puso a canturrear esa de “soy minero…”

-Hay paradojas en la vida; Y nadie sabe cuando ha de llegar su última hora.

-Pues dicen que después de comer, le entró un dolor fuerte en el pecho y el brazo izquierdo; Pero lo achacó a los esfuerzos realizados el día anterior cuando estuvo escombrando una acequia.

Su madre le dijo:- coge la cartilla del seguro y ves al ambulatorio para que te atienda el médico de urgencias; pero en fin, ya sabes cómo se las gasta hoy en día la juventud, que son unos rebeldes y no se dejan aconsejar: Y éste, confiado en su fortaleza, le dio reparos el acudir al médico y le contestó a su madre que iba a aguantar un poco, que aquello igual era un flato. ¡Leches era un flato! En la segunda sacudida ya no dijo ni pío. Yo creo que se le habrá complicado todo a pesar de tener más fuerza que un toro. Está visto que un solo eslabón de la cadena que esté en malas condiciones, por muy fuerte que esté el resto, hace que esta salte.

¡En fin, cosas trágicas de la vida!

-Bueno hasta luego, ya nos veremos en el funeral.

-Eso espero- Contestó. Y cada cual se fue por su lado.

Al día siguiente, la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, presentaba un lleno espectacular; Pues si ya es sentida la muerte de alguien conocido, cuando este es joven, con más motivo.

El señor párroco, para consolar a los vivos presentes en la liturgia, centró su homilía en la resurrección de Lázaro, y de cómo aquel que tenga fe en la resurrección, lo hará para Gloria de Dios en la otra vida.

Dentro de la iglesia, había un feligrés bastante despistado, y por las indicaciones que le habían dicho del difunto, se pensó, por dichas características, que era uno, al cual, al menos le resultaba simpático. Cerró los ojos y se concentró con la fuerza de la fe, para ver si conseguía, al igual que hizo Jesús con Lázaro, resucitar a su amigo. Absorto seguía en sus pensamientos transcendentales, hasta que llegó ese momento, en que el párroco dijo: daros fraternalmente la paz hermanos, cuando el despistado en cuestión despertó de su  místico trance al sentir ligeramente zarandeado su brazo por un joven que le ofrecía su mano amigablemente y sonriendo, al creer que éste, se había quedado literalmente dormido, debido a la voz susurrante y monótona del señor párroco, su sorpresa fue  mayúscula, porque aquel joven, era quien pensaba era el difunto.

Le dio la mano, y para comprobar que era real y no una ilusión, empezó a palparle todo el brazo. Y viendo que este estaba vivo, creyó ser fruto de su fe en la resurrección. Y dio un salto de alegría diciendo en plena iglesia a pleno pulmón: ¡He resucitado a un muerto! ¡He resucitado a un muerto!

La gente, allí presente, lo disculpaba diciendo: “A este pobre hombre, entre la calor  y el vino, lo han trastornado”

 

miércoles, 24 de noviembre de 2021

Cumbres borrascosas "Rima libre"

 

Cumbres borrascosas

"Rima libre"

I

Mis ansias por revivir noches fogosas

Se alteran ante los nubarrones oscuros de la tormenta;

Sus rayos, golpean el placer lujurioso,

Mientras en el rocío de las flores

Restallan látigos para liberar su espíritu celeste.

Las flores, son las doncellas peregrinas

Cuyas furtivas miradas,

 Acarician los cuellos de los enamorados

Para después pisotearlos.

II

En el palacio de las ninfas se extingue la viva luz

Y yo, prisionero de unos ojos almendrados,

Arribo con mis sentidos en medio de la natura,

Quizá, buscando lo absurdo del ocaso,

Donde unas flores  germinaron sin raíz.

El brillante velo femenino

Se estrella ante el cristal de la ninfa;

Llevando la oscuridad completa

A la mísera barraca del poeta;

El cual, toca su tambor de guerra

Tan sólo por hacer ruido;

Intentando hacer redobles con su corazón

Para sacudirse la opresión de sus penas.

III

Los bucólicos suspiros se hacen viejos

Tal como la encina añosa

Donde deambulan las sombras,

Y las reales cabezas

Cerraron sus ojos con lágrimas de fuego;

Pues los muertos ruedan sin piedad

En un mundo dormido entre quimeras.

IV

Hoy busco ese ataúd de plomo

Para enterrar mis penas

En los abismos  del  océano inmenso,

Donde el agua, crea su propia música,

Hasta  llegar a los orígenes de mi primer poema

Cuando desnudé mi alma  por vez primera.

Con ellos encontré los anillos del humo

Y la belleza de la pluma amarilla,

Inhalando   los aromas pomares

Y haciéndome esclavo de las formas perfectas,

Siendo el señor de un mundo

Al que le aterrorizan las preguntas;

Haciendo de mí mano la escoba

De unas sombras que se sublevan

Ante los  conocidos asesinos

Que desafortunadamente viven alegres,

Corrompidos por la efervescencia 

De sus propios fuegos fatuos.

V

Las  frías tinieblas de la ambición

 Decoran las paredes de un escenario

Cuya acalorada verdad se revoluciona,

Esparciendo  las fragancias de la virginidad

Cual lienzo  de gruesos trazos;

 Palabras frías que nunca llegaron a congelarse,

Pero capaces de deshojar la flor más llamativa.

VI

El aburrimiento, es el hambre acostumbrada al hábito.

Y la codicia, es la semilla del averno;

Las mariposas de la luz,

Emergen de mis deseos carnales

Y la mujer maravillosa, torna en esfinge,

Pese a sus diecinueve inviernos 

retirada de las nieves perpetuas.

VII

La amanita muscaria

Sorprende con su carcajada universal,

Confesando su absoluta indiferencia

Ante la  trémula lágrima 

Que se acuna en mis pestañas.

Estoy en el centro de un mundo

Que olvidó el mañana,

Dado que los sentidos del alma

Son los  nenúfares recién florecidos

Y atrapan con  su voraz remolino.

VIII

El linaje del buitre negro,

Embadurna con su pico rojo  la sangre del pobre;

Y los visionarios de la torrencial  lluvia,

Convertimos en mascarón de proa

A las sirenas que naufragaron en playas de  oprobio;

 Ahora,  cual santo arcángel,

Hago un ramo con  mis íntimos sentimientos,

 Y escalo hasta las cumbres borrascosas,

Para hacer llegar los sueños de mi vida;

Desnudando mi alma en un día  ventoso, frío  y gris.