martes, 12 de mayo de 2020

¡Maldita adicción! "Relato"



¡Maldita Adicción!



       Un desengaño amoroso me llevó a esta situación. Como una nube negra y  tormentosa, llena de lamentos, se apoderó de mi mente, robándome la felicidad. Yo sólo quería olvidar; Pero esa nube, preñada de látigos de fuego, me lo impedía. No encontrando ningún soporte, donde poderme agarrar para salir airosa de aquel oscuro abismo.

     Unos dirán que fue mala suerte. Otros, que era el destino quien me estaba poniendo a prueba. Y yo, me resigne a ese destino engarfiado a la más brillante estrella del firmamento del alma.

Cuando empecé  a juguetear con mi primer vaso de Whisky, éste me pareció ser más largo que mi sed. El whisky, me pareció amargo; Pero más amargo  resultaba el azote de la traición, estallando en todas las sensibles  fibras de mi cuerpo; Robándome la quietud, y también la paz de mi espíritu.

Aquel vaso, tuvo un efecto placebo, del que creí que no tendría mayores consecuencias. Se me embriagaron los sentidos y aumentó mi sed. Y unas nubecillas de colores revolotearon sobre mi cabeza, como si se tratase de una bandada de colibríes, intentando libar  el néctar de la flor de la nostalgia.

Las  telarañas del alcohol, pronto extendieron sus pegajosas redes, atrapándome como una polilla nocturna en busca de la luz. Mas mi luz, sólo se encendía en las noches, mientras recorría las barras de los bares, donde miradas de lobos hambrientos permanecían al acecho para capturar a sus presas. Y allí estaba yo, como una  inocente gacela, para saciar su apetito voraz de carne fresca ¡Pagándome con otra ronda!

Harta de lobos y otras alimañas nocturnas, intenté trasladar el bar a mi propio domicilio; Pues en la cesta de mi compra siempre había sitio para un par de botellas. En mi embriaguez, el mundo me pareció ser más pequeño, a la vez de  más comprensivo, más justo, más espiritual; Pero era yo misma quien había cambiado. No era el mundo; Pues  éste, en su movimiento de traslación, al menos ejercía el milagro fecundo de crear las estaciones; Pero la gente no cambia. Son  como árboles viejos inclinados por la fuerza de los vientos; Y antes se conseguiría romperlos que el conseguir enderezarlos, porque su sabia y corteza, están tan duras, como las mismas rocas a las que se aferran.

Las botellas de alcohol, se gastan al ser consumidas y el dinero también. Más siempre permanecía en mí, esa eterna resaca con la que se consigue llegar a esas islas remotas, donde los agradables frutos se extienden por doquier, teniendo la libertad de coger aquellos que más te agradan. Pero  eran islas, como islas se encuentran en las casas de caridad,  las cuales, bien sea por  mediación  de vender ropas de segunda mano u otras actividades  no lucrativas, podían sacar unos fondos para la gente necesitada, y tan necesitada estaba yo que, allí  tuve que recurrir para mendigar un poco de alimento, después de haber sido desahuciada por la sociedad, supuestamente honesta. Pues el  caro vicio del alcohol, había  acabado ya con todas mis reservas monetarias.

La mancha de una mora madura, solamente puede limpiarse con otra mora verde. Y el verde, es el color que me gusta,  por representar la esperanza. Y la esperanza, es lo último que debe perderse. Si pierdes la esperanza serás un zombi sin sangre, un muerto viviente arrastrando los pies,  zigzagueando por el  polvoriento camino donde florecen los cipreses.

Ahora, para darle algún sentido a mi existencia, estoy desintoxicándome  con la mágica pócima de un nuevo amor. La mora verde que, acabará limpiando la negra mancha que impregnaba mi corazón.

 

 

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