¡Maldita
Adicción!
Un
desengaño amoroso me llevó a esta situación. Como una nube negra y tormentosa, llena de lamentos, se apoderó de
mi mente, robándome la felicidad. Yo sólo quería olvidar; Pero esa nube,
preñada de látigos de fuego, me lo impedía. No encontrando ningún soporte,
donde poderme agarrar para salir airosa de aquel oscuro abismo.
Unos
dirán que fue mala suerte. Otros, que era el destino quien me estaba poniendo a
prueba. Y yo, me resigne a ese destino engarfiado a la más brillante estrella
del firmamento del alma.
Cuando empecé a juguetear con mi primer vaso de Whisky,
éste me pareció ser más largo que mi sed. El whisky, me pareció amargo; Pero
más amargo resultaba el azote de la
traición, estallando en todas las sensibles
fibras de mi cuerpo; Robándome la quietud, y también la paz de mi
espíritu.
Aquel vaso, tuvo un efecto placebo,
del que creí que no tendría mayores consecuencias. Se me embriagaron los
sentidos y aumentó mi sed. Y unas nubecillas de colores revolotearon sobre mi
cabeza, como si se tratase de una bandada de colibríes, intentando libar el néctar de la flor de la nostalgia.
Las
telarañas del alcohol, pronto extendieron sus pegajosas redes,
atrapándome como una polilla nocturna en busca de la luz. Mas mi luz, sólo se
encendía en las noches, mientras recorría las barras de los bares, donde
miradas de lobos hambrientos permanecían al acecho para capturar a sus presas.
Y allí estaba yo, como una inocente
gacela, para saciar su apetito voraz de carne fresca ¡Pagándome con otra ronda!
Harta de lobos y otras alimañas
nocturnas, intenté trasladar el bar a mi propio domicilio; Pues en la cesta de
mi compra siempre había sitio para un par de botellas. En mi embriaguez, el mundo me
pareció ser más pequeño, a la vez de más
comprensivo, más justo, más espiritual; Pero era yo misma quien había cambiado.
No era el mundo; Pues éste, en su
movimiento de traslación, al menos ejercía el milagro fecundo de crear las estaciones;
Pero la gente no cambia. Son como
árboles viejos inclinados por la fuerza de los vientos; Y antes se conseguiría
romperlos que el conseguir enderezarlos, porque su sabia y corteza, están tan
duras, como las mismas rocas a las que se aferran.
Las botellas de alcohol, se gastan al
ser consumidas y el dinero también. Más siempre permanecía en mí, esa eterna
resaca con la que se consigue llegar a esas islas remotas, donde los agradables
frutos se extienden por doquier, teniendo la libertad de coger aquellos que más
te agradan. Pero eran islas, como islas
se encuentran en las casas de caridad, las cuales, bien sea por mediación de vender ropas de segunda mano u otras actividades no lucrativas, podían sacar unos fondos para la gente necesitada, y tan necesitada estaba yo que, allí tuve que recurrir para mendigar
un poco de alimento, después de haber sido desahuciada por la sociedad, supuestamente honesta. Pues el caro vicio
del alcohol, había acabado ya con todas
mis reservas monetarias.
La mancha de una mora madura,
solamente puede limpiarse con otra mora verde. Y el verde, es el color que me
gusta, por representar la esperanza. Y
la esperanza, es lo último que debe perderse. Si pierdes la esperanza serás un
zombi sin sangre, un muerto viviente arrastrando los pies, zigzagueando por el polvoriento camino donde florecen los
cipreses.
Ahora, para darle algún sentido a mi
existencia, estoy desintoxicándome con
la mágica pócima de un nuevo amor. La mora verde que, acabará limpiando la
negra mancha que impregnaba mi corazón.