La
Posada de los Sueños Eternos
“Cuento”
Un amante de la tauromaquia, se había propuesto viajar a la capital Hispalense, bañada por las aguas del río Guadalquivir, para presenciar las faenas en La Real Maestranza, del Gran Maestro “El Lagartijo” inolvidable este por sus faenas, donde hasta tenía la osadía de acostarse delante de los impresionantes y fieros miuras.
El caso es que nuestro protagonista vio como el crepúsculo
comenzaba a extender sus alas de grajo, y ante el temor de que se le echara la
noche encima, decidió hacer noche en la
primera posada que le saliera al paso. Se creyó con suerte, pues al poco, se le
apareció una posada, llamada curiosamente “La Posada de los Sueños Eternos”
Dentro, un hombre que frisaría los sesenta años, de aspecto achaparrado y frente bastante despejada, se encontraba en esos momentos
lavando algo de vajilla, y que paró en seco sus quehaceres para amablemente
atenderle.
Tras escuchar su petición, que no era otra cosa que
el pasar aquella noche allí, el hombre le mostro cual iba a ser su habitación.
Y aquel particular inquilino por una noche le rogó al dueño de aquella posada,
que, si por alguna casualidad tardaba en levantarse, le hiciese el favor de
despertarlo. Pues por nada del mundo quería perderse lo que sin duda para él,
iba a ser la corrida del siglo.
-
No se preocupe buen hombre - le dijo-. Si a las ocho de la mañana, no ha
aparecido usted por aquí, yo personalmente subiré para despertarlo.
Y con ese acuerdo, el viajero amante de los toros,
se tumbó en el lecho. Y en cuestión de segundos, frutó quizá del cansancio
acumulado de la caminata, cayó en las garras del apacible y reparador sueño.
Pasó el tiempo, y cuando ya comenzó a dar excesivas
vueltas, creyó oportuno levantarse, para así evitar que tuviese que ser despertado por
aquel hombre que tan amablemente, y de manera altruista se había ofrecido hacerlo.
Se cambió de ropa y bajó hasta la planta calle donde
el dueño de la posada seguía con sus quehaceres. Más cuál no sería su sorpresa,
cuando el hombre le indicó:
- ¡Pero hombre, Qué hace usted aquí!
-Ya creo que he dormido suficiente y antes que…
-¡Pero como vas a dormir lo suficiente!- le
interrumpió-. Si hace escasamente media hora,
que te he dejado en la habitación!
- ¡Media hora! – Protestó- ¡Pues si a mí me ha parecido
que he dormido por los menos diez!
-Sin duda son las ganas que tiene usted de llegar a Sevilla, pero la realidad es
tozuda.
-De acuerdo, ya me vuelvo a la habitación.
No salía de su asombro; Pero aún así, intentó
dormir, cosa que milagrosamente lo
consiguió.
Tras despertarse, se dijo así mismo: “Ahora no creo
que me diga ese hombre que sólo he dormido media hora”
Tras bajar los veinte peldaños que hasta tuvo la
curiosidad de contar, se encontró con la cara de asombro de aquel hombre que
aún seguía tras aquella barra como si el tiempo para él no hubiese pasado.
-¡Pero se puede saber qué hace usted aquí tan
pronto!
-¿Pronto?
-Sí, pronto, pues según este reloj de bolsillo que tiene una precisión matemática, no son más que las dos de la
mañana, y la noche está completamente cerrada. Cualquiera que lo vea a usted
tomar la dirección de Sevilla, a estas horas, se va a pensar que está usted loco.
-Desde luego, si es verdad que es la hora que me
indica, no sólo se me puede tratar de loco, sino de cualquier cosa, entre ellas,
la de ser un salteador de caminos.
La escena se repitió varias veces más; pero ya
cansado de tanto dormir y de oír repetir las mismas letanías, decidió abandonar
aquella posada, fuese la hora que fuese, jurándose así mismo no volver a parar nunca más en aquella posada, llamada para más INRI “La Posada de los Sueños
Eternos”